Cálido, simple, olvidable
Como si pasara un tren es una obra escrita y dirigida por Lorena Romanin que se presenta desde hace varias temporadas en el teatro El camarín de las musas. Esta pieza es un eslabón más de esa cadena de obras que tuvo su punto más reconocido en La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Hablamos de familias con problemas de comunicación, un living como territorio de combate, la clase media como referencia, la compleja relación entre un hijo varón con problemas mentales y una madre que en sus maneras genera más inconvenientes que bendiciones. Pero si la mayoría de las obras que tratan estos temas terminan al final apelando a lo trágico o, con menos fortuna, caen en un craso pesimismo, lo que vuelve original a esta propuesta es la fidelidad a un tono, el de su propio mundo.
En Como si pasara un tren estamos frente a una comedia melodramática en la que nunca se llega al humor negro, al grotesco ni al absurdo. Es una historia orgullosamente sencilla que toca temas como la libertad, el amor, los sueños y el crecimiento, todo desde una óptica sensible, cálida, por momentos dolorosa, pero nunca desgarradora. Esta simplicidad se agradece porque hace unidad, es claro que no se buscó otra cosa. Pero también es lo que la vuelve una propuesta prontamente olvidable. No estamos frente a un drama que conmueva hasta la profundo, sino ante una historia simple contada con nobles recursos.
Entre los recursos más destacados está la inteligente escenografía que mediante un razonado uso del espacio logra hacernos comprender prontamente el universo de los personajes. Pero no todos los recursos están a la misma altura. Sabemos que el teatro desde hace tiempo trata de seguir los modos y maneras del cine. Esta obra, que bien parece un telefilm melodramático del cable, tiene un montaje en cuadros autónomos que se adaptaría a la perfección a la pantalla. Pero sucede que no todos los recursos del cine quedan bien en la escena teatral. La escena donde los primos bailan para acrecentar su relación tiene sentido dentro de una película por la variación de tamaños de planos. En una puesta teatral estanca el tiempo y se agota pronto.
Sin lugar a dudas los puntos más discutibles de la dramaturgia (una mirada simplista de la relación interior/capital, el protagonista y el fuera de campo que genera su edad, su escuela y sus aficiones) y de la puesta en escena (no se entiende porque en un planteamiento realista la prima duerme en un sillón que le queda chico y se cubre solo con una manta, además que algunos personajes se cambian de prendas y otros no cuando la historia ocurre en varias semanas) son superados por un elenco excepcional.
La platea festeja mucho las ocurrencias de Silvia Villazur como la madre protectora. Creemos que en la comedia es donde más gana; las transiciones dramáticas necesitarían más tiempo de desarrollo, sobre todo en su última acción al final de la obra. La duda de iniciar o no el aplauso en el cierre proviene de este apuro a la hora de completar la acción. Por otro lado es muy destacable el trabajo de Luciana Grasso. No es el mejor personaje, pero su caracterización es tan sutil, tan emotiva, tan inteligentemente calculada para nunca hacer de más, que se entiende que el destaque de sus compañeros y el verosímil de la historia se basa en ella como sostén de un mundo a punto de cambiar por siempre gracias a su inesperada aparición. Pero sin lugar a dudas es el personaje de Guido Botto Fiora el verdadero atractivo del espectáculo. Un trabajo sensible y la vez de un extraordinario manejo del cuerpo. Un logro del humor, del buen decir, de la mirada siempre presente en la escena y en la total creencia en su propio conflicto. Es una verdadera fiesta encontrarse con un trabajo tan respetuoso y la vez libre y creativo. Una gran revelación para nuestra escena. Solo se le pudo pedir en nuestra función una densidad más oscura al momento del brote. El miedo no llegó a la platea y tampoco al elenco. La prima se movió alrededor de la violencia sin percibir que corría peligro y el padeciente en pleno delirio tuvo la inesperada lucidez de tomar por su cuenta una de las pastillas caídas por error. Esos pequeños descuidos ayudaron todavía más a que no se llegue a la densidad dramática que el texto pide.
Como si pasara un tren está muy lejos de ser una obra maestra. Es una propuesta cálida y entretenida para disfrutar de un excelente trío haciendo muy bien su trabajo. Y eso es algo que siempre se agradece.
Teatro: El camarín de las musas – Mario Bravo 960 – CABA
Entrada: $ 280,00
Funciones: Viernes y Sábado – 22:00 hs Sábado – 20:00 hs
Diego Ezequiel Avalos
Dramaturgia: Lorena Romanín. Actúan: Guido Botto Fiora, Luciana Grasso, Silvia Villazur. Vestuario: Isabel Gual. Escenografía: Isabel Gual. Diseño de luces: Damian Monzon. Realización escenográfica: Estudio Werkplatz. Fotografía: Male&dapa. Diseño gráfico: Fermín Vissio. Asistencia de dirección: Mariano Mandetta. Prensa: Carolina Alfonso. Producción: Casandra Velázquez. Coreografía: Juan Branca. Dirección: Lorena Romanín.