¿Es importante nuestra opinión? ¿No se cansan a veces de dar su opinión acerca de todo? Es decir: ahora tenemos a mano formas efectivísimas de hacer oír nuestra voz. Allí están, al alcance de nuestros teléfonos, de las yemas de nuestros dedos. Y no se queda allí la cosa, no: damos nuestra opinión en la mesa familiar, en el lecho sexual, en el banco de la escuela, en el diván del psicoanalista…
No me malentiendan, jamás renegaría de tan valioso don, de tan imprescindible derecho, de semejante sagrada e inalienable facultad. Pero esta queja acaso tenga que ver con el hastío de escuchar mi propia voz. Si bien mi opinión en este sitio en particular está fundamentada en años de estudio, en mi profesión y formación, a veces en mi cerebro resuena solo como un montón de patrañas. Y me topo con la ineludible pregunta peliaguda: ¿es opinar lo mismo que hacer? Y yendo más allá: ¿tiene la crítica calificada cualidad de “hacer”?
Desde ya una opinión no es una obra. Y desde ya también, la opinión y la crítica, aunque primas lejanas, no son lo mismo. ¿Pero es la crítica necesaria? Y si lo es: ¿es necesaria para qué?
Muchas veces he salido de entuertos diciendo que soy columnista, no crítica. Pero la realidad es que en este espacio he ejercido libremente la ponderación, la opinión y, por supuesto, la crítica.
¿Cuántas opiniones más necesita el mundo? ¿Necesita la mía? ¿Por qué este instinto, este impulso irrefrenable de que sea oído lo que pienso, lo que vivo, lo que curto? ¿A quién le importa? Y si no le importa a nadie, ¿debo callar por eso? ¿Es mi proceso sobre la obra ajena algo que debe ser tenido en cuenta? ¿Es el proceso de cualquiera sobre la obra ajena algo que deba ser tenido en cuenta? ¿Acaso dichos procesos no nos alejan del acervo propio?
No lo sé.
Me canso del viento pasándome de oreja a oreja.
Pero en tiempos en donde se equipara todo, tal vez haya que asumir algunas cosas y ponerse riguroso. No todo es lo mismo, ni todo tiene el mismo valor. El proceso de un artista es imprescindible. La crítica y la opinión, no. Pero sí es imprescindible el espacio de ejercerla. Y dignificar ese espacio.
Tal vez la respuesta esté en la compasión y, todavía más, en la responsabilidad. Seamos responsables y compasivos. Siempre. Seamos elegantes y valientes.
O por lo menos, finjámoslo, ejercitémoslo hasta que lo consigamos. Para que lo pensamos y articulamos sea verdaderamente útil y valioso. Para que mejore al mundo en vez de decorarlo.
© Laura Dariomerlo, 2018 | @lauradariomerlo
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