(Argentina, 2018)
Dirección: Ignacio Verguilla, Anibal Perotti, Gabriel Smaniotto. Duración: 65 minutos.
La cámara está fija y por el encuadre pasan mujeres que bailan en círculos sacudiendo sus vestidos. Ese plano inicial introduce al universo de la película pero también anticipa una visión del documental entendido como dispositivo de observación que debe mirar sin manipular, una máquina capaz de registrar el baile del mundo ante los ojos de los demás. Deportivo Español retrata una festividad de la comunidad boliviana celebrada todos los años en ese club. Como ya pasaba en el corto del mismo nombre exhibido en el Bafici de 2016, Verguilla, Perotti y Smaniotto rechazan cualquier forma de sociología: no se trata de presentar la fiesta ni de explicarla, sino de rodearla, de acercársele de a poco para descubrir allí un espectáculo inmemorial de una vitalidad asombrosa que parece hecho a la medida del cine.
La película comienza de día y se aproxima con cautela a los participantes observándolos desde lejos, a veces desde atrás de una columna o de un vehículo, como si los momentos previos a la fiesta ofrecieran alguna especie de material evanescente que conviene registrar con discreción. En plena actividad del club, con sus partidos de fútbol y gente que descansa, la cámara recorta a personajes solitarios que se preparan para la noche: una mujer le arregla el pelo a otra en la esquina del plano, un grupo de bailarines ensaya casi a escondidas una coreografía detrás de una camioneta. El club se vacía de a poco, la celebración se acerca y la cámara captura la ansiedad de la gente que va llegando al lugar.
Desde el off, algunos participantes hablan sobre su infancia, el desarraigo o los ensayos, pero las voces, que son anónimas, se entremezclan hasta formar una suerte de coro atemporal: pareciera que no hablara nadie o, en todo caso, que la que habla es una tradición. Ya con la fiesta empezada, la manera de aproximarse a los bailes produce un efecto similar: de la explosión de colores y de figuras, en medio de la increíble variedad de disfraces con sus telas y texturas, asoman los bailarines con una batería de gestos que parecen involuntarios, como si el ritual permitiera la emergencia de una memoria física olvidada. La reiteración de algunos pasos, melodías y letras los sume en un trance que la cámara filma con insistencia, sobre todo en la escena final, cuando un grupo ensaya un número puertas adentro. La película trata de trasladar la experiencia del grupo a las imágenes, por ejemplo, transformando a unas mujeres que giran con sus vestidos en un remolino de círculos coloridos. El resultado supone un prodigio infrecuente: la película reencuentra el placer de las formas, un caleidoscopio de movimientos casi geométricos que tal vez nunca hayamos visto en un documental.
Deportivo Español exhibe una economía visual generosa: todo lo que se filma de la fiesta adquiere interés, nervio, se vuelve un fragmento precioso e irrepetible de una celebración que se resiste a las explicaciones. La potencia general de la película surge sobre todo de la manera en la que los directores respetan la ambigüedad de la festividad y tratan de sostener el misterio de las personas y de las cosas que pasan por la cámara, como si la película procediera a formular preguntas pero no buscara respuestas, es decir, como si optara por mantener tensadas las dudas en la creencia de que son esos interrogantes los que deben guiar la mirada. Confiar en que el festejo revele de a poco y por sí solo sus pliegues, rossellinianamente, sin forzar nada; la belleza es algo que hay que saber esperar. Deportivo Español integra el selecto grupo de películas secretas que todos los años el Bafici dispone silenciosamente a lo largo de la grilla y con las que a veces uno tiene la dicha de cruzarse.
© Diego Maté, 2018 | @diegomateyo
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