Perdón Pessoa, perdón
ADVERTENCIA URGENTE: Quién decida concurrir a esta obra con la idea de acercarse, aprender o disfrutar el mundo del poeta portugués Fernando Pessoa, sepa que aquí nada de eso encontrará. Quien quiera vivir la experiencia del buen teatro, tampoco.
Es sintomático de esta época tomar un personaje fascinante, complejo y contradictorio para limpiarlo de cualquier elemento ideológicamente corrido de lo políticamente correcto y presentarlo como una curiosidad graciosa, extravagante pero no peligrosa, superficial y nunca trágica. En cine esto sucedió hace unos años con esa espantosa “biografía” de Alfred Hitchcock donde se postulaba que todos los que rodeaban al director eran genios, con la sola excepción de él. Es decir, se toma a un personaje real que todavía tenga cierta aura de misterio y fascinación, y lejos de explorar su mundo, se lo convierte en algo tan masticado como falto de esencia. La obra que analizaremos cuenta en uno de sus tramos lo difícil que fue para el poeta Fernando Pessoa la realización de un anuncio de la bebida Coca Cola. Lo paradójico del asunto es que contando cómo Pessoa debió de sufrir al poner su talento para una publicidad de una bebida que es el emblema del consumismo mundial, la misma obra termina haciendo de su protagonista también un anuncio: puro logo y mera falsedad. Pessoa embotellado.
Ejercicios fantásticos del yo propone vivir más de un día en la vida del poeta Fernando Pessoa: sus problemas laborales, sus problemas íntimos y sus problemas de identidad. La obra postula que Pessoa vivía con sus heterónimos como si fueran distintas personalidades de un yo esquizofrénico. Por lo tanto vemos a Pessoa interactuar con los distintos poetas que conviven en su interior: un monárquico, un asesino, un humorista, etc. Esta premisa, como idea, puede resultar interesante. El problema es el contenido. Y como este fue llevado a escena.
El primer problema, obviamente, es de libro. La historia es tan poco interesante como mal armada. Son tantos sus baches, sus contradicciones, sus alargues innecesarios, que termina simplemente hartando. Tan pobre es el contenido de las escenas, y tan de relleno, que los personajes con tal de estirar una historia que no va para ningún lado proponen en varios momentos hacer silencio con tal de dejar pasar de esa manera el tiempo. Esto, que puede ser un recurso, se convierte en una reiteración vacía, que más parece una falta de propuestas para la historia que una noble simetría. Del personaje de Pessoa no se conoce ni su postura política, ni su filosofía, ni su mundo poético. Solo asistimos a pequeñas anécdotas personales entremezcladas con malas y obvias clases de poesía. Y sus otros yo, donde estarían sus posturas más radicales, son solo la generalidad de algunas de sus ideas, pero no algo sobre lo que se profundiza.
En un solo momento aparece un conflicto donde se unifican un dato personal, una postura política, una postura estética. Es cuando Pessoa se encuentra en un bar con esa suerte de Gertrude Stein interpretada por Rita Cortese y se produce un buen intercambio entre opuestos sobre cual debe de ser la misión y forma de lo poético. Pero esto es una pequeña flor en medio del desierto, un atisbo de lo que el material original tenía para brindar sino se hubiera recurrido a lo trillado, el chiste fácil y un melodrama que nadie sobre el escenario, o debajo de él, se toma en serio.
Creemos que en un elemento de la escenografía hemos encontrado la clave interpretativa de toda la puesta. El uso de unos paneles móviles es aprovechado también para proyectar sobre ellos unas imágenes de muy feo diseño. Feo porque más se aparece a un mal dibujado animado que a otra cosa. Pero paradójicamente ese diseño de dibujo animado es el que da el carácter de la puesta y, por sobretodo, de la marcación de los actores. Sabiendo que se enfrentaban a un texto imposible, todo el elenco se la pasa haciendo poses y morisquetas para sacar chistes de cualquier lado. Así tenemos que presenciar estallidos inesperados, juegos con la voz, marcaciones de farsa televisiva, exageraciones que luego no se continúan, ideas sacadas del absurdo que luego se derrumban en el naturalismo, y así mucho más. El caos es tan grande que al flojo protagonista, Gael García Bernal, de vez en cuando se le escapa una entonación mexicana, lo que sumando al ambiente de dibujo animado da como resultado desde la platea el estar siendo espectador de un capítulo de Speedy González ambientado en una Lisboa poblada de porteños. Ver sino la secuencia donde Pessoa escapa corriendo por el techo de un tren en marcha mientras un policía desde atrás le dispara. La contemplación del ridículo hecho teatro. Lamentablemente el elenco argentino tampoco ayuda demasiado: todos los heterónomos quieren hacer su gracia, pero ninguno parece entender que representan a un poeta, que son poetas, que viven la poesía y poco importan sus muecas, sus acentos porteños, sus canchereadas. Terminan siendo unos falsos imitadores de Laurel y Hardy: mucho sombrero y zapatos, pero poco sentido de a quién y qué mundo están evocando.
Ejercicios fantásticos del yo debería considerarse ya a esta altura uno de los peores estrenos de la temporada. La decepción aún más se intensifica por el tamaño del personaje real, el elenco reunido, el gran coste de producción y lo numeroso del público presente. Pero lamentablemente no hay teatro, no hay poeta, no hay poesía. Solo hay vergüenza. Y aplausos, porque el público argentino, aún estafado, nunca deja de ejercer su cholulo derecho al ¡fuerte el aplauso!
Teatro: Coliseo -M. T de Alvear 1125 – CABA
Funciones: Jueves y Viernes – 21:00 hs, Sábado – 20:30 hs y 22:30 hs
Entradas: desde $ 300,00
© Diego Ávalos, 2018
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
Dirección: Nelson Valente. Dramaturgia: Sabina Berman. Actúan: Rita Cortese, Lucas Crespi, Gael Garcia Bernal, Vanesa Gonzalez, Javier Lorenzo, Fernán Mirás, Nicolas Peres Cortez, Fernando Sayago, Martín Slipak. Fotografía: Sabina Berman, Blanca Charoley. Puesta en escena: Sabina Berman. Foto que ilustra la nota: Valentina Siniego.