Podría decir que El ejército de los muertos es mala. Punto. Terminar seco y directo al hueso. Resumiendo todo en una sola línea. Pero este medio, el de la crítica de cine, nos pide que seamos justos con el trabajo que nos compete y explayemos la visión que adquirimos de cada film. Eso siempre motorizado por quienes acostumbran a leer, no solo por placer, además para compartir puntos de vista o saber dónde van a meterse. Algunos por entusiastas y otros para ahorrarse el tiempo de sentarse y enfrentarse a lo que sea que dure la obra en cuestión. Hay films malísimos de los que no surgen ganas de escribir una sola palabra; otros, como el presente, se prestan para al menos formular de manera ferviente un análisis digno. Veamos que sale.
El film arranca con un convoy militar, en las rutas del desierto americano transportando un cargamento ultrasecreto. Algo sale terriblemente mal y lo que era transportado celosamente se libera: ya se imaginarán que nada bueno puede salir de allí. El mal, apenas desatado, se dirige peligrosamente hacia la ciudad más cercana: Las Vegas. Créditos. En esta escena inicial se pueden apreciar varios elementos del cine de horror de los 80. Veamos. El origen de como el mal se desata parece salido de El regreso de los muertos vivos 2 (1988), así como la escena de los soldados escapando del horror es casi un calco a la del ataque inicial en El hombre lobo americano (1981), o la toma de los seres en dirección a la urbanización a La mancha voraz (1988). Más adelante podemos ver similitudes con obras como Doce del patíbulo (1967) o Aliens (1986). El mayor problema es que El ejército de los muertos no sabe qué hacer con estas referencias más allá de una chata cinefilia de género cuya función es más decorativa que los personajes y actuaciones dentro de ella. De las últimas citadas están la trama de un grupo de expertos militarizados que deben entrar a la fuerza a una “fortaleza” para cumplir una misión. El lugar, Las Vegas, meca del hedonismo americanizado ahora convertida en un sitio devastado e infestado de muertos vivos, se encuentra cercado por una enorme muralla que hace difícil su ingreso. Resulta que al final su acceso no era tan jodido que digamos y con correr una tabla en una enorme puerta, todos adentro nomás. Para eso también habrá un puñado de hombres y mujeres con habilidades especiales, no sin antes mostrarnos cómo el grupo se arma paulatinamente gracias al liderazgo de Scott Ward (Dave Bautista).
Acá los zombies parecen más seres demoníacos barbáricos, que pueden tomar rehenes y hasta negociar con los antihéroes. O héroes, como más les guste. Hay dos jerarquías para los villanos: Los líderes, que piensan, sienten amor entre ellos, organizan etc., etc., y otros que son los típicos que corren desesperados por sangre humana y son carne de cañón. Hay hasta un tigre zombie y en una toma de autoconciencia uno de los personajes tira una línea al menos imaginativa: “Un tigre zombie. Eso ya es pasarse”. Un poco hipócrita ya que el film se ve contenido, parece querer explotar en un raudal de espectacularidad cinematográfica y eso jamás sucede. Mucho de lo que vemos no es más que un triste videojuego comandado por un experto en la materia que acierta cada tiro en cada uno de los muertos a los que apunta. John Wick, un poroto. Cada film es un universo aparte y dentro suyo coexisten elementos que deben ser funcionales a una configuración definitiva, final, lo que podríamos llamar formas. Estas mismas hacen que una película adquiera personalidad. Algo que El ejército… parece llevarse a marzo. Resulta bastante plana en varios sentidos ya que todo lo que interfiere no traspasa la pantalla, no se vuelve orgánico y sanguíneo. Su director, Zack Snyder parece no comprometerse con ninguno de los géneros o subgéneros a los que cita (terror, acción, thriller, film de atracos, la épica de zombies, etc) y parece un desentendido en la materia en todo momento. Sabe que tiene que hacer, pero le pifia en cada nota a la melodía seleccionada. Le falta sal, condimento, todo luce y se percibe desabrido.
Hay un intento de que el film tenga una escala humana bien elaborada, con dramas familiares y cargas personales que son la cruz emocional en este tipo de historias. El drama está, sí, pero no funciona: no emociona ni tampoco ayuda a construir la psicología del personaje (al menos los principales) con el transcurso del relato. Por momentos pareciera que Snyder va a tirar la casa por la ventana, que el desparpajo y la irresponsabilidad autoconciente con cierto tipo de cine actual se apoderaría de las dos horas veinte que dura (que es mucho, demasiado). Pero no. Nada más decepcionante. La acción es más de lo mismo y los ataques zombies, que en este tipo de película son uno de los platos fuertes, resultan menos espectaculares que los de Train to Busan (2016), por citar una gran película de éste subgénero. Snyder se toma muy en serio la grasada que filma en líneas generales, lo que desdibuja los intentos por formular una épica del descontrol cinematográfico sazonado por la violencia gore y la acción desmedida en pos de un film descolorido, poco divertido, entretenido de a ratos y con aciertos contados con una sola mano. Todo lo contrario de su opera prima, una gran remake de El amanecer de los muertos (1978) de George A. Romero.
La escena de créditos iniciales es muy superior al resto y a su vez termina por desilusionar más de la cuenta: nos hace pensar que vamos por una Piraña 3D (2011) pero con zombies, que supone una oda a la irresponsabilidad que celebra el género con todas las letras, aunque nada más alejado de la realidad teniendo en cuenta que la película de Alexandre Aja es una completa obra maestra del desmadre casi imposible de replicar en su función fisiológica, exotérica y narrativa. Entonces solo nos queda algo por decir: Snyder, sin ofender, andá a vender churros.
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(Estados Unidos, 2021)
Dirección: Zack Snyder. Guion: Zack Snyder, Shay Hatten, Joby Harold. Elenco: Dave Bautista, Ella Purnell, Ana de Ła Reguera, Theo Rossi. Producción: Wesley Coller, Zack Snyder, Deborah Snyder. Duración: 148 minutos.