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CRÍTICAS - CINE

Esa mujer (Ash Is Purest White)

(China, Francia, Japón, 2018)

Guion, dirección: Jia Zhangke. Elenco: Tao Zhao, Fan Liao, Yi`nan Diao. Producción: Shôzô Ichiyama, Nathanaël Karmitz. Distribuidora: Mont Blanc Cinema. Duración: 136 minutos.

Alguna vez Jia Zhang-ke dijo que solo filmaba en China porque era el país que mejor se veía en una pantalla de cine. El hombre exageraba, seguro, pero algo de verdad también había, o por lo menos eso parece si se sigue la trayectoria de su cine. Se sabe, se lo dijo y dice hasta el cansancio: las películas de Jia son intentos de registrar las transformaciones de un país que se abre al mundo sin abandonar costumbres ancestrales, que se inserta en el mercado internacional mientras grandes masas de su población se desplazan en busca de trabajo, que crece y se moderniza mientras sostiene altísimos niveles de pobreza e inseguridad social. China suena a algo inconmensurable, una idea que no se puede pensar, un amasijo de tiempos y culturas que desborda la comprensión. Tal vez sea por eso que el cine de Jia suele fijarse tanto en los paisajes, como si algo del país y de sus cambios no pudiera atisbarse siguiendo a los personajes y fuera necesario cambiar de escala, observar los contrastes entre los pueblitos y las metrópolis, o el movimiento incesante que impone la construcción de un monstruo arquitectónico como la represa de Las tres gargantas.

La historia de Esa mujer tiene un tempo espacial: el relato empieza en Datong, un pueblo minero a punto de desaparecer, se traslada después a la ciudad de Yichang y, finalmente, vuelve al lugar de partida, visiblemente transformado. La primera parte supone una breve incursión en el cine de gángsters. Bin y Qiao dirigen una pequeña organización jianghu que incluye un local de comida y juegos además de algunos negocios ilegales. En entrevistas, el director explica que los grupos jianghu, a diferencia de las mafias, son agrupaciones barriales que recurren al crimen únicamente para sostener un programa de actividades vecinales. No sabemos si es así, pero lo cierto es que Jia le imprime a esta primera parte los códigos del gangster film: la pareja protagonista ordena a un grupo de seguidores, traba relaciones que otras organizaciones de mayor peso y lucha por el control territorial con bandas rivales. La película filma con placer el complicado sistema de códigos y reglas del jianghu. La precariedad del barrio que gobierna Bin alterna con el brillo y el lujo de la discoteca donde se discuten negocios entre baile y tragos. Un universo nuevo para Jia que sin embargo no tarda en apropiarse: al comienzo, Bin debe terciar en una pelea entre dos miembros. Uno reclama una deuda que el otro niega. Bin trae un ídolo que oficia de patrón del grupo y le pide al acusado que jure su inocencia ante la figura: la confesión llega en segundos. Una escena breve que condensa las transformaciones culturales con la persistencia de creencias inmemoriales.

Después de un ataque contra Bin (momento de una elegancia visual extraordinaria que la película trata como si fuera una especie de danza), él y su novia van presos. Qiao carga con las culpas de Bin y pasa varios años en la cárcel. Cuando sale, elipsis de por medio, la película modifica su sistema de referencias: ya no se está en el terreno del gangster film, sino en uno más bien ambiguo que reúne el melodrama con destellos asordinados de una película de venganza femenina. La transformación del vínculo entre los protagonistas se traslada a su vez a la relación de Qiao con el entorno: un recorrido en lancha por el río Yangtze, un paseo por Yichag y un viaje en tren le muestran una China en constante mutación; el estupor por el desengaño amoroso se convierte en asombro ante un país irreconocible. Las actuaciones de Zhao Tao y Liao Fan son impresionantes y logran amalgamar el registro dramático de los géneros con una discreción propia del cine moderno y de su tono introspectivo.  

En la tercera parte el relato completa un ciclo: ahora es Bin el que vuelve a un Datong cambiado, rodeado de modernos edificios. El paso de las décadas remodeló el lugar, pero el mundo de rituales barriales del comienzo sigue más o menos igual, como si el tiempo humano tuviera una velocidad propia, diferente a la de la Historia con mayúsculas. Esa mujer es el nuevo intento de Jia Zhang-ke por observar ese desajuste.    

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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