Un mundo de seres bajitos
Entre cartulinas de colores, elefantes sonrientes y guitarras que saben interpretar canciones de conejos saltarines, se presenta el esplendoroso rojo del infierno.
La sala roja es una verdadera comedia, y por lo tanto es tan desesperada como desesperante. La situación dramática es ideal: un grupo de padres de un jardín de infantes se reúne para hacer una votación sobre distintos temas del año. Pero el asunto comienza a tensionarse con el retraso de la directora y la convivencia inesperada de los “papis” y “mamis” dentro del aula del jardín. Así los padres empiezan a correrse de la corrección política inicial para verse envueltos en una terrible batalla donde importan menos sus hijos que sus propias frustraciones, deseos, venganzas y pasiones.
El primer punto a destacar de la obra es su perfecto mecanismo. La historia parece mínima, una simple anécdota sostenida en una pequeña circunstancia. Pero eso es solo una apariencia. La gran brillantez de la autora es haber ideado conflictos mínimos para aprovecharse de ellos y mostrar no solo el mundo reprimido de los personajes, sino también una dura radiografía de la clase media nacional, sus bajezas y miserias. De esta manera la competencia por armar un elefante de cartón o la repartija de dvd´s truchos sobre cierto tipo de alimentación logra desatar momentos de puro teatro, donde pesa más lo oculto que la mentira del discurso.
Esta sucesión de ideas dramáticas bien ejecutadas por la puesta en escena es constante. Todo el tiempo somos “acribillados” por actividades, canciones, votaciones, bailes y estallidos emocionales. Y esto mismo, que con una mano menos experta hubiera sido agotador y reiterativo, aquí se vuelve esencia. La histeria de la obra, la locura de sus personajes, el ritmo imparable de pesadilla con que los sucesos se desencadenan, son el mismo eje temático de la puesta: personas fracasadas que tratan de conseguir de cualquier manera una victoria, por lo menos una sola victoria. La sala roja es una obra desesperada porque se atreve a mirar, sin juzgar, pero tampoco sin dejar de hacerse cargo, la prisión y trampa que pueden volverse algunos modos de vidas.
Para sostener semejante ambición, porque la obra pide divertir y angustiar por partes iguales, la directora supo conseguir el elenco perfecto, dejando para ella el rol más destacado de todos. La sala roja recurre a estereotipos reconocibles: el padre piola, el padre de compromiso, la madre autoritaria, la madre ingenua, la madre progre y la auxiliar del jardín, tan siniestramente fiel a la directora ausente como divertidamente estúpida. Pocas veces hemos visto que cada actor encaje de manera tan perfecta con su rol, volviendo casi increíble que puedan ser otras personas una vez que termina la función. Cada peinado, cada accesorio, cada forma de hablar, mirar y juzgar, hasta cada forma de bailar, va a la perfección con su personaje y conflicto. Produce una gran admiración ver un elenco reaccionando tan bien a los tiempos marcados, emocionándose con la misma eficacia que rematando un gag. Por eso mismo es de una riqueza asombrosa la cantidad de planos en que se puede ver la obra. Mientras una situación entre algunos de los personajes tiene un primer plano de importancia, al mismo tiempo, los demás personajes no dejan de seguir su propia historia y conflicto, generando nuevas y sugerentes lecturas.
La sala roja es una obra que se disfruta desde que comienza hasta que termina. Una obra tan divertida como amarga, un verdadero desfile de talentos puestos a trabajar en equipo para lograr una verdadera fiesta de humor, sufrimiento y amor. Si. Amor. Porque sabemos que detrás de tanto fracaso, de tanto llanto, de tanta frustración, solo puede estar soplando el incansable susurro de un deseo silenciado, tan vivo como lo rojo. Tan peligroso como lo rojo.
Teatro: Timbre 4 – México 3554
Funciones: Domingo 21 hs
Entradas: $ 300,00
Diego Ezequiel Avalos
Autoría: Victoria Hladilo. Dirección: Victoria Hladilo. Co-Dirección: Cinthia Guerra. Dramaturgia: Victoria Hladilo. Actúan: Gabriel Fernández, Victoria Hladilo, Carolina Marcovsky, Victoria Marroquin, Julieta Petruchi, Manuel Vignau. Diseño de vestuario: Susana Berrio. Diseño de escenografía: Magali Acha. Diseño de luces: Magali Acha. Diseño sonoro: Ignacio Viano. Realización de escenografía: Manuel Escudero. Fotografía: Luis Abadi. Diseño gráfico: Trineo. Asistencia de dirección: Catalina Auge, Natalia Rodriguez. Prensa: Ezequiel Hara Duck. Colaboración artística: Mercedes Quinteros. Supervisión dramatúrgica: Joaquín Bonet.