A Love and Monsters se la puede acusar de muchas cosas: que no es original, que es muy light, que tiene muchas enseñanzas o que se notan los hilos de producto altamente actualizado con el típico discurso de moda. Lo que jamás se puede negar es lo divertida y monstruosamente entretenida que es. Mucho de lo que en ella se cuela es parte de un cine que, décadas atrás – precisamente en los 80- era moneda corriente. La simple idea de un adolescente que tras la pérdida o ausencia de sus padres debe sortear las más variadas dificultades, que no son más que un camino de iniciación y un paso hacia la madurez, reafirma un hecho evidente: hacer costumbre un tipo determinado de cine es solo cuestión de nostalgia. Los relatos clásicos jamás pasarán de moda y esta es prueba de ello.
Love and Monsters tiene de protagonista a un pibe enamoradísimo, romántico hasta los huesos. Algo extraño teniendo en cuenta el individualismo al que estamos sometidos en la vida diaria, que se confunde con conceptos como “independencia” y “autosuficiencia”. En fin, sigamos. Joel Dawson vive aislado en un bunker subterráneo junto a un puñado de sobrevivientes luego de que el mundo fuera asediado por monstruosas criaturas: horrendas y peligrosas mutaciones de cualquier ser vivo que pulula sobre la tierra tras un apocalipsis que dejó solo un porcentaje reducido de seres humanos. Hace ya unos siete años que Dawson no ve a su novia, quien se encuentra aislada en otro refugio a unos 150 kilómetros de distancia. Como todo romántico biológico y de corazón, el joven no resistirá su naturaleza inquieta (aun cuando lo sabemos un energúmeno miedoso que solo sirve como cocinero) y saldrá en busca de su amada. Teniendo en cuenta el peligroso panorama en la superficie, creemos que el pibe va a durar lo que un pedo en el agua.
En el camino no solo sorteará todo tipo de obstáculos que incluyen seres asquerosos y letales; además conocerá a otros sobrevivientes en un panorama hostil a la vez que divertido y trepidante. Es acá donde el film encuentra su mejor función, que es la de entretener, divertir y jamás bajar la retaguardia. Los monstruos son tremendamente imaginativos, se ven terroríficamente reales y sirven, además, como nexo entre lo psicológico y emocional: proceso de maduración para nuestro querible protagonista. Como Joel quedó huérfano en medio del desastre cuando apenas tenía 16 años, podemos deducir que el viaje que emprende es personal e introspectivo. Coming of age bien pensado, que sabe utilizar la figura del monstruo o lo monstruoso como símbolo de los tormentos interiores del protagonista: la pérdida, la soledad, entre otras manifestaciones emocionales que se proyectan a lo largo del relato. El aislamiento que lo limita en su crecimiento no solo refleja parte de lo que vivimos en carne propia gracias a la pandemia del 2020, sino que es proyección pura de sus miedos, aquello que lo que lo mantiene estático, casi en un mismo lugar, su zona de confort. Salir de ella sería el motor que da el despegue definitivo a la obra: ahí es cuando arranca la aventura para Joel, si bien ya lo había hecho para el resto de sus compañeros.
Por momentos el film puede parecer aleccionador; al menos parte de su construcción narrativa es bastante acertada y para nada subrayada teniendo en cuenta los desastrosos mecanismos a los que nos está acostumbrando el cine bienpensante de los últimos tiempos. Quizás el momento donde más se refleja esto es en el reencuentro con su amada, donde nos deja en claro la visión que se tiene del mundo (real) sin tomarle el pelo al espectador. Eso es un logro. Puede que parezca amena, naive y superficial, pero más allá de su parafernalia, su tono en solfa y su conservadurismo estético (la textura de la imagen muy limpia, nada de sangre y actos sexuales fuera del campo visual del espectador curioso), Love and Monsters es una película lograda sin pretensiones más allá de entretener con buenas armas.
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(Estados Unidos, Canada, 2020)
Dirección: Michael Matthews. Guion: Brian Duffield, Matthew Robinson. Elenco: Dylan O’ Brien, Jessica Henwick, Michael Rooker, Dan Ewing, Ariana Greenblatt, Ellen Hollman. Producción: Dan Cohen, Shawn Levy. Duración: 109 minutos.