Me ahoga tu recuerdo
mientras sepa que tu existes
no podré vivir solo.
CONTINUAR MI GRAN TEATRO
Tres años después del estreno de la primera temporada, llegó una segunda tanda de episodios de Luis Miguel: La serie. En 2018, la producción de Gato Grande -que llega a nuestro país a través de Netflix- tuvo un éxito impresionante a la hora de renovar el idilio entre el Sol de México y el público argentino, siempre muy intenso. Sus aciertos no recaían solamente en la potencia del repertorio del cantante, sino también en un relato atrapante que alternaba entre dos líneas temporales: una se centraba en la eclosión de Luismi como estrella infantil; la otra en su primera juventud, su establecimiento como estrella masculina en el firmamento discográfico. Las dos líneas estaban atravesadas por un mismo conflicto, trabajado estrictamente según los códigos del melodrama: la relación amor-odio con su padre Luis Rey (Oscar Jaenada), controlador maquiavélico y artífice de su carrera. Finalmente, Luis Rey moría llevándose a la tumba el secreto sobre el paradero de Marcela (Anna Favella), la madre del ídolo.
Sobraban elementos para que este nuevo encuentro con Micky retomara la senda del primero. Sin embargo, esta tanda acotada de capítulos (ocho, en vez de los trece de 2018) es un relato que avanza dando tumbos, inseguro de lo que quiere contar, con una incapacidad frustrante para cohesionar sus elementos. Resulta difícil ubicar una estructura dramática satisfactoria en los capítulos, ni hablar de la temporada como totalidad. El único criterio ordenador acá parece ser el del binge watching, situando un gancho narrativo detrás del otro para mantener al espectador cautivo hasta el final. Una promesa constante, más pendiente del objetivo (el consumo del producto de principio a fin) que del transcurrir, como si llegar hasta el final fuera garantía de algo en términos dramáticos. La temporada culmina con un cliffhanger de perspectivas poco interesantes que termina de evidenciar la inflación de una temporada que, aun siendo breve, no justifica su extensión.
La narración alterna nuevamente entre dos líneas temporales: una se sitúa al principio de la década de 1990 e inicia con la producción del disco Aries (1993), uno de los grandes éxitos discográficos del cantante; la otra salta a mediados de la década del 2000 y tiene como disparador la grave lesión auditiva que Luis Miguel sufrió durante la gira de México en la piel. El ida y vuelta temporal resulta esta vez poco efectivo: los conflictos intentan bosquejar una fuerza opositora en el entorno del cantante, proclive a la estafa y a la manipulación de la estrella, pero el manejo de la tensión es inconsistente y rara vez consigue avivar el interés. Hay un espíritu de popurrí, más preocupado por incorporar todos los hechos relevantes en la vida de Luis Miguel por esos años que en cohesionar un relato. Constantemente uno tiene la sensación de estar salteándose capítulos, algo que explicara los bajones de intensidad dramática entre uno y otro. La línea temporal del 00′ termina cancelando el interés por la de los 90′ porque los hechos faltantes resultan fáciles de suponer, porque no hay incógnita. Todo lo que resultaba intrigante para continuar la primera temporada se descarta, o se estanca, o se estira sin otro objetivo aparente que garantizar una tercera tanda de episodios.
Por momentos, esta serie sobre un artista con un ego nada desdeñable pareciera ser una excusa para el display de los talentos de otro: el de Diego Boneta, quien produce, actúa, canta y muestra su físico atlético cada vez que el guion se lo permite. Ahora agrega un desafío interpretando al personaje con diez años de diferencia, embutido en un maquillaje de apariencia inconstante. Es extraño que, en tanto muchos elementos de la serie están orientados al lucimiento del actor, Luis Miguel resulte tan desdibujado y poco atractivo como protagonista. Durante una gran porción de la temporada resulta difícil discernir qué quiere plantear la serie con respecto a Luismi, a dónde lo quiere llevar, qué ideas narrativas pretende vehiculizar a través de él. La serie no es indulgente con el ídolo, esa es una de sus mayores virtudes; sin embargo, esta vez parece más constreñida que antes por las tensiones que se suscitan cuando una historia “oficial” tiene que despegarse de la realidad y construir su propio itinerario, marcar un rumbo.
A pesar de sus desaciertos, existe una idea narrativa en esta segunda temporada que intenta continuar lo que funcionó tan bien la primera vez y convertirlo en tema: Luis Miguel podría pensarse como una serie sobre los padres, sobre las dificultades de ocupar ese rol sin repetir una lógica de daño sobre los hijos. La primera entrega es la historia de un niño que consigue liberarse del yugo de su padre biológico eligiendo otro: Hugo López, manager y mentor (César Bordón). En la segunda temporada los padres mueren: el primer capítulo abre con Micky asistiendo al funeral de Luis Rey; eventualmente, oficiará el de Hugo. En simultáneo, le toca al hijo ocupar el lugar del padre, terreno donde Luis Miguel experimentará por primera vez el fracaso en un mundo que lo adula. A la hora de asumir la paternidad la estrella resulta incapaz de sostener un vínculo en el tiempo con su hija Michelle (Macarena Achaga), a quien se resiste a reconocer públicamente. También se esfuerza por obtener la custodia de Sergio (Axel Llunas), su hermano pequeño, y alejarlo de una abuela (Lola Casamayor) que pretende continuar con los manejos de Luis Rey. Eventualmente, Micky terminará repitiendo la conducta manipuladora y despiadada de aquel padre que tanto odiaba y descubrirá que no es tan fácil evitar una dinámica de daño cuando hay rencores profundos y millones en juego.
Quizás lo más rico de la serie al momento de plantear una lectura sobre el ídolo sea la colisión entre la imagen pública que se ve obligado a sostener y la necesidad de asumir las responsabilidades de adulto. Una plaza difícil para un artista cuya mercancía es la belleza, la juventud, la vida sin ataduras, un estado permanente de disponibilidad. Una fachada que le redunda en una frialdad profunda, una cerrazón hermética al momento de conectar con las personas que lo rodean y lo aman. Una ironía perfecta, si consideramos que las canciones de Luis Miguel -con sus arreglos acaramelados, con la voz virtuosa del Sol siempre al frente- nos arrancan lágrimas y nos permiten conectar con las emociones abandonando cualquier tipo de pudor, sin contenernos.
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1 comentario en “Luis Miguel: La serie. Temporada 2”
Wow. Excelente trabajo de crítica. Pusiste en palabras lo que comencé a sentir al ver 3 CAP. de esta segunda temporada. La primera tiene tantos aciertos que es una obra maestra narrativa, maestría que no logra ni por asomo esta segunda entrega.) ¿guien más extraña las elegantes tomas aéreas de transición al pasar la línea de tiempo? En verdad es un Luis Miguel sin ton ni son.