(Estados Unidos, 2017)
Creadores: Andrew Sodroski, Jim Clemente, Toni Gittelson. Dirección: Greg Yaitanes. Elenco: Sam Worthington, Paul Bettany, Jeremy Bobb, Ben Weber, Chris Noth, Lynn Collins y Keisha Castle-Hughes.
El Mundo despues de True Detective
Desde hace unos cuantos años, el mundo de las series – algunas, claro – ha relevado a gran parte del cine en su rol estético liderando muchas veces el terreno audiovisual. Con una técnica impecable, una narración transparente, contando con los mejores actores y adecuando el lenguaje a su formato y necesidades. Las ya lejanas y magníficas Dark Angel (James Cameron, 2000-2002) y Joan of Arcadia (Barbara Hall, 2003-2005) dan prueba de ello. Esto se ha dado en la producción norteamericana, pero también en otras partes.
El thriller es uno de los géneros en donde hallamos ese transvasamiento más claro y donde parece ser –también para los espectadores adictos a las series– el sitio ideal para mantener al espectador en vilo y poder contar así una historia de seis, ocho y hasta diez horas dividida en unos cuantos capítulos.
En 2014, con el estreno mundial de la primera temporada de True Detective, este formato cobró un status que ya supera largamente el mero entretenimiento. Esto hizo acercar al gran público al formato. Aquel policial espiralado contado en diferentes tiempos, con personajes complejos y donde la lucha externa tenía un correlato permanente con la lucha interna logró, decimos, a muchos que veníamos del cine y que mirábamos el mundo de las series de lejos y con cierta desconfianza, que también el cine pasaba por ahí, y que indudablemente se puede hace buen cine mediante una serie. Los recursos son similares, tanto en lo técnico como en lo estético. Luego vendría una excelente segunda temporada con otra historia distinta, y ahora están por finalizar la tercera.
De True Detective vienen muchas de las series policiales que se han realizado con buena factura durante estos años en Estados Unidos y en Europa. Manhunt: Unabomber es un buen ejemplo de ellas. Porque respeta el género y el formato –que no es poco–, porque cuenta una historia transparente de manera brillante –la primera historia– y porque cada capítulo puede verse casi de manera independiente con una estructura sólida.
Manhunt se propone contar la historia de Unabomber, fiel a lo que sabemos de la historia real, y en ese camino se encuentra con cosas para destacar. Unabomber es un personaje muy particular de la historia norteamericana reciente. Un joven brillante, doctorado en matemática, que un día decide irse a vivir de manera apartada a un bosque en Montana, y durante más de quince años se la pasa escribiendo, desarrollando una teoría que comenzó a darle vueltas en su cabeza en la Universidad, y mandando cartas bombas a diferentes lugares (dieciséis en total), todos relacionados con lo que comúnmente se llama el progreso científico. Hay un correlato lógico entre sus víctimas (murieron tres personas con esta metodología y hubo muchos heridos), el lugar de poder –siempre en el campo técnico-científico– que ocupan, y el desarrollo de sus teorías sobre la modernidad. Esto es: desde la revolución industrial al presente. Hoy se encuentra preso, desde hace veinte años, en una cárcel de máxima seguridad.
Las ideas de Unabomber (Theodore John Kaczynski) parecen, por momentos, gobernar la narración. Su manifiesto –La sociedad industrial y su futuro– realiza una crítica severa al mundo moderno sobre todo en su faz tecnológica y de experimentación científica, argumentando que eso es lo que nos quita la libertad, produce las grandes masificaciones humanas, el hambre, las guerras y demás. Los autores toman esto sin darle una relevancia extrema en la primera historia y sólo hacen que rebote –fuera de campo– paso tras paso en la cabeza del agente James “Fitz” Fitzgerald (Sam Worthington) que es quien lleva adelante la investigación y encuentra el método para atrapar a Kaczynski.
Hay un camino iniciático en Fitz que transita hasta ponerse a la altura del maestro y encontrar así –con la misma lógica de éste– las herramientas para que se declare culpable. En ese recorrido, abandona a su familia, es separado del caso, traiciona a su compañera, hasta que su obsesión lo lleva al final. Obsesión teñida todo el tiempo por las ideas de Unabomber.
Este recorrido de despojo, lo lleva a la soledad, una soledad tironeada todo el tiempo entre obediencia y libertad –temas salientes de la serie-. Fitz quiere ser como Ted. Fitz (que está representado por el mismo actor que protagonizó Avatar, no podemos olvidarlo) llega a decirle a Ted en una de sus entrevistas que abandonó todo, que siguió su ejemplo y que ya no va a volver a su antigua vida. Si lo pensamos bien, de alguna manera –y aunque Fitz no lo sepa del todo, y crea estar mintiendo para lograr su objetivo– es así. En esto también Manhunt se asemeja a True Detective, poniendo en escena de una manera perturbadora el mitologema del doble. Cuando en el primer capítulo (en 1997) van a buscar a Fitz –simetría con la vez anterior que casi lo sacan de su casa en 1995–, éste está viviendo apartado, en una cabaña, con barba, alejado del mundo en el que antes vivía. Esa primera escena de la serie nos va a hacer comprender la última, la del semáforo en rojo. La circularidad narrativa tiene su correlato en la puesta en escena con esas secuencias de investigación donde todo está dispuesto de manera circular –o semi circular– para ser leído y entendido en ese sentido.
Hay un complejo de intereses políticos y de decisiones que ensanchan la narración de una manera productiva. Quienes casi salvan a Ted –a sus intenciones y a sus ideas– son los jefes del FBI abandonando por un tiempo la investigación y desviando su sentido hacia caminos más simples y menos comprometidos. Siendo ellos los que –supuestamente– más les preocupa lo que pasó y más detestan las ideas y la metodología de Unabomber. En cambio Fitz, quien ha simpatizado de entrada con estas ideas de libertad y de suicidio del mundo capitalista técnico-científico, es quien se obsesiona y no deja pasar un minuto en pos de descubrirlo y atraparlo. De hecho es él, con su capacidad y su perseverancia quien lo logra.
La complejidad –y también ambigüedad– del relato está en la postura respecto al tema que son las ideas de Kaczynski. No hay una postura absolutamente clara desde lo político –como podríamos ver en algunos films de John Carpenter– pero hay algunos indicios respecto a la comprensión e inteligencia de alguna de estas ideas puestas en la mesa. La escena final –Fitz yéndose, no sabemos hacia dónde junto a Natalie– es uno de ellos. Si pensamos la escena final en relación con la primera escena de la serie podemos entender adónde fue, qué hizo de su vida.
Pero hay otra punta al respecto. Es el tema de la locura, la inducción mental, la psiquiatría y demás. Sabemos de cierto exceso y preponderancia que la psicología ha tenido y tiene en la vida moderna. Tenemos –en el sexto capítulo– el experimento que intentaron hacer con Ted de joven y que fracasó. Ya habían advertido el peligro de un pensamiento tan radical y no pudieron hacer nada. Sólo alterarlo aún más. Por otro lado, tenemos el intento –o más bien la amenaza– de hacerlo pasar por loco a Ted en el juicio para evitar que vaya preso. Ted evita, supera ambas tentaciones cómodas. Y Fitz lo sigue en eso, hasta termina convenciéndolo con ese argumento para que se declare culpable. Hasta sus propios abogados lo traicionan. La serie es una sucesión de traiciones. En resumen: el argumento psicológico puede estar del otro lado, en la otra vereda. La explicación que puede dar la psicología o la psiquiatría, no sólo puede estar del lado equivocado –si es que hay uno equivocado– sino que pertenece al mundo técnico-científico en donde el manifiesto de Unabomber parece ser claro respecto a ese desarrollo: la permanente innovación sin sentido –la avidez de novedades– y el relativismo moral.
Hay algunos baches e inconsistencias narrativas que hacen agua por momentos, pero hay un intento. Esta serie no es True Detective, pero nos trae a ella. Se deja ver. Es un tímido camino hacia una buena narración, pero camino al fin. Intenta. A veces logra, otras se queda –precisamente– en el camino.
© Alberto Tricárico, 2018
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