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CRÍTICAS - CINE

Martin Eden

Martin Eden parece salida de otro tiempo. La película narra con fuerza y candidez el ingreso de un joven marinero al mundo de la cultura, los libros, la escritura y las buenas maneras. Pietro Marcello no teme mostrarse encandilado con la historia, no necesita ningún credo político que lo ponga a resguardo de los vaivenes del relato: el director hace suyo el aprendizaje del protagonista, la formación personal de Martin no se produce de acuerdo con un inventario de causas al uso, sino que traza para sí una cartografía ideológica tomando distancia por igual de las corrientes de su época, patrones y sindicatos, desconfiando siempre de cualquier forma de sujeción colectiva que oblitere al individuo. El resto del tiempo, el protagonista trata de labrarse una carrera de escritor enviando cuentos a revistas que vuelven rechazados. 

La historia de la película, sobre la novela de Jack London, es la de los rigores que supone vivir del arte para un desfavorecido. Parece difícil hablar de algo así hoy, cuando el cine mainstream es un campo minado de denuncias ampulosas y de “buenas intenciones”, como dicen los críticos cuando no saben qué decir de una mala película. Como Eden, que se abre paso a los golpes en un mundo hostil y aprende a moverse con eficacia como un animal anfibio en el territorio de la cultura y el de los trabajadores empobrecidos, Marcello traza un itinerario igual de sinuoso: la película retrata sin subrayados la miseria material que rodea a Martin y a los suyos y la contrapone con los placeres cultivados de Elena y su familia de clase alta. El director nunca cede a la tentación del contraste demagógico entre pobres y ricos, nunca aparece la repartición esperada de bondades y vicios: Martin va y viene y aprende a descubrir la belleza y los males en todas partes, en la generosidad discreta de Elena, en los arranques tiránicos del cuñado que le pega a su hermana, en la vida de un pueblito de campo donde conviven todo el cariño y toda la maldad del mundo.

El tránsito del protagonista se mide por su relación con el lenguaje, con la lectura de libros, su memorización y recitado, por las oportunidades en las que puede llevar a momentos cotidianos las máximas aprendidas. Marcello sitúa a Eden en un lugar incierto: el personaje habla con grandilocuencia, como exhibiendo las palabras adquiridas con esfuerzo, los giros rebuscados de una frase, pero sin que lo dicho pierda relación con las cosas a las que se refiere, con la materialidad contundente de la marginalidad, del trabajo en una fábrica, de la vida en altamar. No se puede pensar bien si no se habla o lee en esos mismos términos, sugiere todo el tiempo la película. Pero Marcello debe a su vez encontrar el equilibrio que le permita representar ese aprendizaje evitando las tentaciones de la pedagogía bienpensante. Para eso el director dispone del montaje. La película está intervenida toda por pequeños fragmentos documentales y por canciones pop que reverberan en las imágenes y las alejan de cualquier empresa moralizante, como si esos insertos expandieran las frases y los gestos de Eden y los inscribieran en otra escala, ya no narrativa sino histórica o universal. El retrato de comienzos del siglo pasado se escucha junto con la cadencia melancólica del pop italiano y el efecto es sobrecogedor, como si la pobreza y sus intentos de fuga hubieran sido siempre esta música eterna del mundo.

Al final, elipsis de varios años. Eden en su decadencia: el hombre es un autor consagrado, buscado en todas partes, pero no pudo convivir con el éxito y se volvió un cínico que se abandona a sí mismo y a los que lo rodean. Se entiende la necesidad narrativa de este cierre, es el final trágico que sobreviene a cualquier relato de formación, pero la película no sabe bien cómo procesar el cambio, la vitalidad y la energía previas ahora se reducen apenas a discusiones y eslóganes de izquierda con los que el protagonista trata de disimular su caída. Ya no hay música ni ritmo sino la pesadez sentenciosa de las certidumbres, el espectáculo condescendiente del creador que se autodestruye sin gracia.

calificacion_4

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Italia, Francia, Alemania, 2019)

Dirección: Pietro Marcello. Guion: Pietro Marcello, Maurizio Braucci, sobre la novela de Jack London. Elenco: Luca Marinelli, Jessica Cressy, Vincenzo Nemolato. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 129 minutos.

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