Maudie es una coproducción, que debe tener el record de presentaciones en festivales y eventos, básicamente en Canadá (ver IMDB), donde transcurre la historia. El otro país de origen del film es Irlanda, de donde es oriunda Aisling Walsh, su realizadora.
El nombre (en Netflix se la conoce como La vida de Maudie) refiere a una pintora (Maud Lewis), quien vivió en la primera mitad del siglo XIX en Nova Scotia. Sus obras se encuentran expuestas mayormente en The Art Gallery of Nova Scotia, en Halifax, a más de 300 kilómetros de donde ella vivía.
Maud Dowley (Sally Hawkins) vive con su tía Ida en el pequeño pueblo de Digby, ya que su hermano Charles acaba de vender la casa paterna sin consultarla.
Se siente maltratada por Ida, sobrellevando además una artritis que, entre otros padecimientos, afecta su motricidad. No obstante, y quizás como prueba de su espíritu, suele hacer largas caminatas para ir a la tienda del pueblo. Es allí que cruza a Everett Lewis (Ethan Hawke), un huraño pescador que deja un mensaje escrito buscando “una persona para los quehaceres domésticos, aportando los artículos de limpieza”.
Con astucia, logra el trabajo y consigue de esa manera abandonar a su tía. Pero su “empleador” la trata con sumo despecho y varias veces la relación “laboral” parece desbarrancarse. En los momentos en que Everett está ausente, ya que se dedica a sus varios menesteres: la pesca pero también a cortar leña y cuidar niños en un orfelinato, ella se ocupa de la casa.
La situación en que Maud se acerca al gallinero para matar y asi preparar la comida, diciéndoles (casi disculpándose) “saben por qué vine, lo siento, no pasa nada”, transmite su candor y humanidad. Cuando Everett llega y le pregunta cómo hizo el plato, la ira y maltrato del pescador se manifestará espetándole textualmente: “o seguís mis reglas o te vas” y agregando “Estoy primero yo, luego mis perros, luego las gallinas y al final vos”.
Dada las escasas comodidades de la casa deberá compartir la cama con él y en un encuentro casual con la tía, ésta le señalará “que todos hablan de que se ha convertido en la “esclava sexual” del pescador. Maud se burlará de esa falsa afirmación y le preguntará a Ida, si acaso cree que sería mejor que se casaran para que no haya más rumores.
A esta altura el lector puede preguntarse cuánto del film ha transcurrido y lo sorprendente es que sólo han pasado treinta minutos, ya que la trama reserva aún muchas más situaciones que el espectador irá descubriendo a lo largo del metraje.
Lo que es importante señalar es el descubrimiento casual que hace Maud de una afición, que empieza con una lata de pintura casera, y se cristaliza en algunos dibujos que hace en la pared de la casa. La visita de Sandra (Kari Matchett), una vecina y luego amiga que ha llegado de Nueva York, será esencial en su futuro artístico.
Es extremadamente precisa y totalmente creíble la evolución de la relación entre Maud y Everett. Los abundantes y al mismo tiempo simples diálogos (a ratos monólogos de uno y otro), están llenos de sutilezas y son el producto de una intérprete notable que se inició en el teatro inglés y entre cuyos ancestros hay sangre irlandesa.
Algo debió percibir y tener que ver Mike Leigh con su ascenso actoral, ya que ella debutó en cine en A todo o nada. Y con el director de Secretos y mentiras logró su consagración con el personaje de Poppy en Happy-Go-Lucky/La felicidad trae suerte, ganando el Oso de Plata en Berlin (mejor actriz) y el Golden Globe.
Vale entonces la pregunta obligada. Por qué Maudie tardó tanto y llegó relativamente tan poco a los cines del mundo, ya que no tuvo estreno comercial en Francia ni tampoco en Argentina. La probable respuesta es que tardó en ser vendida y en el ínterin su actuación fue eclipsada por la siguiente película de Sally Hawkins. En efecto, en La forma del agua, el personaje de Elisa tiene algunos puntos de contactos con Maudie, ya que ambas comparten al mismo tiempo cierta fragilidad pero también una fuerza de voluntad que las emparienta.
Es una suerte que podamos ver este muy emotivo film.
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