DUELO AL SOL
Una mujer (interpretada por Romina Escobar, actriz trans en un papel de madre cisgénero) y su hijo menor (Rodrigo Santana) llegan al pueblo de Crespo tras la llamada de un compañero de trabajo de su otro hijo, quien fue encontrado muerto en el campo donde se desempeñaba como peón rural. El tránsito pesado del duelo es atravesado por momentos de intimidad de madre e hijo en un hotel donde parecen vivir la cotidianeidad en vez de lo extraordinario que representa la pérdida de un ser querido, y más aún en un caso del que podemos pensar como antinatural, es decir, para una madre que sufre la muerte de un hijo. Sin embargo no hay una lejanía absoluta con el hecho. En un momento el hijo pide entrar a la morgue porque nunca antes había visto un muerto, y en ese pedido observamos una extraña curiosidad sobre la experiencia que vive un niño. La conexión con la muerte no se vive de manera melodramática sino que es un discurrir para el director; sin alcanzar el punto de abulia la película presenta a los personajes más preocupados por la distancia arrastrada entre ellos, mucho antes del acontecimiento de la muerte del joven. Podría confundirse la ausencia de dolor con indiferencia pero la historia deja flotar a los personajes, quienes parecen ser islas. Hay un quiebre particular a partir de unos flashbacks que rompen el realismo puro sobre el que amaga construirse la película. Cierto absurdo presenta una novedad en el cine de Eduardo Crespo; esta frescura sorprende y evidencia una destreza visual inédita hasta al momento.
El cineasta regresa a su pueblo natal y homónimo de su apellido, del que parece extraer (en una clave metadiscursiva opaca) la esencia de pueblo pero concentrada en la particularidad que ya mostró en Tan cerca como pueda (2012) y en el documental Crespo (La continuidad de la memoria) (2016). Su regreso a la ficción es también un regreso a los lugares familiares de Tan cerca… en términos atmosféricos de relaciones que expresan la pesadumbre con miradas y silencios y no con soliloquios y diálogos hiperbólicos. Otros personajes, lejos del cinismo, emergen como verdaderos auxiliares de esta madre y su hijo; es el caso del empleador que genuinamente le presenta su asistencia para lo que necesiten. La gran demostración que hace Crespo es enseñarnos una nueva perspectiva para pensar un tema recurrente como el duelo, así como la posibilidad de huirle a los estereotipos; en especial a los actorales, que en muchas oportunidades se valen más de una composición sumamente expresiva (vista miles de veces), lejos de una construcción particular como consecuencia de una mirada sobre la narración y el perfil del personaje para interpretar.
Nosotros nunca moriremos es la película más personal de Crespo y más incómoda por el alejamiento de las situaciones trilladas sobre un tema siempre presente como lo es el duelo. La filmografía de este director singular ya se puede pensar como parte de un cine argentino muy decidido a despegar en la búsqueda de un nuevo fenómeno dentro de las inclemencias que presenta el panorama actual de ese cine. La existencia de los festivales, mucho más en estos tiempos, tienen la explicación de su razón de ser en películas como estas.
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Dirección: Eduardo Crespo. Guion: Lionel Braverman, Santiago Loza, Eduardo Crespo. Elenco: Romina Escobar, Rodrigo Santana, Brian Alba, Jésica Frikel. Producción: Santiago Loza, Eduardo Crespo. Fotografía: Inés Duacastella. Duración: 83 minutos.