(Estados Unidos, 2018)
Guion, dirección: Peter Hedges. Elenco: Julia Roberts, Lucas Hedges, Courtney B. Vance, Kathryn Newton, Rachel Bay Jones, David Zaldivar. Producción: Peter Hedges, Teddy Schwarzman, Nina Jacobson, Bradford Simpson. Distribuidora: Diamond. Duración: 103 minutos.
MALDITA NAVIDAD
Los Burns se preparan para una Navidad feliz. Los pequeños Lacey y Liam ya tienen los trajes para el acto en la iglesia y Ivy canta y se ve como un ángel en el escenario; Holly, su mamá, los mira con orgullo. ¿Qué puede salir mal? Cuando los cuatro vuelven a casa, Holly detiene el auto repentinamente. Al igual que una figura fantasmagórica, frente a ellos está Ben, el hijo mayor en un regreso fugaz del instituto donde se recupera de su adicción a las drogas. La escena parece sacada de una película de terror. “No salgas”, le dice Ivy a su mamá, pero ella cede al amor y se arroja en un abrazo que podría ser una postal de Navidad si la vida fuese menos complicada.
En Regresa a mí, la visita claramente inesperada trae tensiones. Mientras el joven cuenta algo sobre cómo viajó del instituto a Westchester en un auto donde los acompañantes se tiraban pedos o algo así, la risa de Holly (Julia Roberts) es ficción pura: la mente está puesta en las pastillas que hay que tirar del botiquín del baño y en cómo va a tomar esto Neal, el padrastro de Ben. El director y también guionista Peter Hedges (padre de Lucas Hedges, el protagonista) sabe cómo manejar la incomodidad de esta reunión. Los diálogos se escuchan contracturados, el bochinche que hacen Lacey y Liam no ayuda y Ivy parece leer las inseguridades de su madre y confirmarlas en voz alta.
Luego de una muestra de orina (que da negativo; al fin una buena noticia) y la condición de que Ben estará bajo la mirada atenta de su madre durante sus 24 horas de visita, ambos salen a la calle. Sin embargo, respirar aire fresco no garantiza ningún tipo de tranquilidad. Allá afuera, en las calles heridas por el viento frío que trae la Navidad y los shoppings que sirven como refugio, las consecuencias de la adicción de Ben están agazapadas, listas para torturarlo.
Algunos encuentros con personas de motivaciones dudosas anticipan un clima peligroso. Holly también enfrentará fantasmas del pasado. En una secuencia rarísima, se cruza con el médico (jubilado y senil) que le dio calmantes a Ben a los 14 años tras un accidente de ski. “Le aumentó las dosis y le arruinó la vida”, le comenta con bronca liberada. Y remata con un “ojalá sufra una muerte espantosa”.
En ciertas familias, las adicciones se tratan de ocultar bajo la excusa de la desintoxicación; no importan las razones ni las consecuencias de los actos, lo que importa es mantener el problema lo más lejos posible y que este vuelva solucionado.
Regresa a mí no es una sucursal de Beautiful boy: siempre serás mi hijo a pesar de coincidir en el flagelo que la droga produce en los jóvenes blancos, lindos y ricos. Paulatinamente succionada por el thriller, la película puede ser una sorpresa para un espectador desprevenido. Luego de que el perro de la familia es secuestrado por los enemigos que Ben dejó en la ciudad (menos villanos reales que caricaturas), madre e hijo emprenderán una búsqueda nocturna por los rincones desconocidos por parte de ella, familiares por parte de él.
Regresa a mí (hay que concederle esto) puede ser impredecible: en un momento, los protagonistas hablan sobre la culpa, la hipocresía social y el rol de padres e hijos y en otro, son parte de una persecución silenciosa a la madrugada. A medidas que el film se introduce en el terreno del thriller el asombro es mayor, pero el peligro por caer en el ridículo también. Holly tiene muchas preguntas para hacer y tal vez esa noche sea su oportunidad para saber aquello que no se atrevió a enfrentar en el pasado. Regresa a mí es mejor cuando se centra en estas deudas internas que en el peligro del mundo exterior.
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