Como artista libérrimo o si se quiere como francotirador independentista intransigente, o, aunque más no sea, como un virus sediento de socavación de instituciones narrativas, ese extraño fenómeno creativo, resbaladizo a los encasillamientos como la velocidad de la luz, llamado Raúl Perrone es inequívocamente el Benjamin Button del cine argentino; no la película de David Fincher sino aquel personaje literario de F. Scott Fitzgerald que transitaba la vida sobre las arrugas temporales de una cronología vital en retracción. Perrone es un hombre maduro/adolescente iracundo que ha hecho del desprecio a las convenciones del cine su armamento genético para (re)construir una filmografía cuyas curvas y velocidades sólo pueden constatarse en una cinta de Moebius, salvo que Perrone no repite su cariz de estructuración plástica como un loop anclado al infinito; lo que se repite en su trayectoria –y es lo que estamos constatando ahora en S4D3– son los signos vitales de un gusano borracho de hiperkinesis y malhumorado que no da señales de querer detenerse hasta devorar el último átomo de esa manzana putrefacta llamada “cine convencional”, cuyas fronteras y connotaciones, en realidad, son tan indiscernibles y esquivas como las sutilezas que podría evocar “convencional” o las posibilidades de dar con el paradero de todas, pero absolutamente todas las películas que ha filmado Perrone desde finales de los ochentas en todos los formatos de duración, largometraje, mediometraje y cortometraje.
En este caso puntual, S4D3 es un mediometraje de 48 minutos. Pero también podría no serlo. Podría tratarse de un corto extenso o de un largo breve. Como un cuadro cuyos colores indisciplinados van más allá del marco, esta película de Perrone es informe en la medida que no tiene comienzo ni fin. O podría representar fragmentos de un ensayo general inacabado de inmanencia temporal delirante, casi perpetua, como el corpus mismo de la obra de Perrone. (Resultaría más accesible lograr que Michael Bay produzca una instalación de Marta Minujín que consensuar con el sector cinematográfico cuál es la duración oficial de cada formato, ya que existe casi la misma cantidad de duraciones oficiales como minutos tiene una épica-río de Abel Gance. Más difícil aún será lograr que Perrone te diga algún día cuántas películas exactamente ha hecho; trabajo detectivesco digno de un investigador cinéfilo multinacional como Jonathan Rosenbaum.) Pero que la brevedad de S4D3 no les traicione la expectativa: antes de los 15 minutos, es decir, antes del primer tercio de duración, S4D3 ya incursionó en como mínimo tres películas distintas, en variaciones sincopadas del uso del color al blanco y negro y de éste a filtros de matices y colorismos enajenados, o del francés parlante al “vaya-uno-a-saber-qué-dice” que produce la alteración del audio, una perversidad sensorial a la que Perrone le tomó el gusto desde hace varias películas, y a la que en esta última recurre otra vez, pero para desestructurar la psiquis del espectador (como siempre hay que aclarar, no el último trabajo, ya que Perrone construye un nuevo paradigma de su estilo mientras va exhibiendo el anterior, en una carrera hambrienta de Presente). En este sentido estético, es notable también ver de qué manera parental sincronizan los husmeos deconstructores de Perrone en el manantial visual del período mudo del cine con la imposición de la decadencia y depravación que se le asignó históricamente al Marqués de Sade. Se podrá discernir la exactitud de los planos que yuxtapone Perrone, pero sería una tarea ímproba hacer este cálculo mientras se asiste a la contemplación de esta anomalía propia del “arte termita”, como diría el gran Manny Farber, otro llanero solitario habitual al desprecio de lo inflamado por la intelligentsia. (Es probable que un abordaje racionalista no sea el camino más corto para llegar a la médula del Perrone actual).
Hay que evitar ensayar la crítica como un ejercicio rubro por rubro porque sigue siendo una práctica deleznable y perezosa, pero hablemos del sonido de S4D3, que se erige en el comentarista psicotrópico de la película, en un recurso, más que “sádico”, maquiavélico (aunque si ven el documental de Martín Farina sobre Perrone, El profes1on4l, del 2016, quizás conozcan a Perrone en su faceta más “marquesina”). Por empezar, Perrone no usa diálogos, sino sonidos hablados o emanaciones sonoras del habla, algunos exabruptos dodecafónicos que se perciben como capa mórbida. El sonido en S4D3 es apelado para interferir en los mecanismos de comprensión de lo que vemos en pantalla, desviando el sentido de la audición hacia propósitos escondidos bajo la manga del director: acaso sean derrocar el deseo crítico de análisis argumental, sentar las bases de un desconcierto psiquiátrico que devenga en locura terminal y terminar de una vez por todas con la estulticia centenaria del espectador de cine que sólo acepta el estímulo cinematográfico que provenga del espectáculo masivo (Perrone es popular, pero no masivo). Aquí no estamos ante otro cine en tres actos, lo que se preestablece plásticamente desde el afiche oscuro y grafitero de la película (otra tendencia rejuvenecedora del estilismo de Perrone), o lo que debería preestablecerse desde el inicio sólo al (re)conocer las últimas tres o cuatro aventuras audiovisuales de este autor-autorista/géiser autoral.
Al comando de un campo de acción artístico que hoy podríamos describir a grandes rasgos como el tronco de un cine abstracto figurativo, Perrone continúa anexando trenes de sombras fantasmales a la historia del cine argentino sin estrenar en cines comerciales ni participar del circo romano de los presupuestos estatales. Lo único que se repite en el cine de Perrone es la reacción de quien lo contempla, ese estado de éxtasis confuso que desafía lo apre(he)ndido. En S4D3, por ejemplo, coexisten aberraciones focales que producen una difusión dióptrica del visionado y refuerzan así una diagramación venérea de la depravación visual que es un éxito total: escenas a más de 24 cuadros por segundo, maquillajes corridos, lágrimas de sangre, pisos que no vemos pero que adivinamos inmundos y encharcados, risas obscenas carentes de glamour, músicos que intervienen la diégesis como en una comedia de Mel Brooks deformada por algún adláter de Jonas Mekas, una “muchacha punk” con pelo rosado que se deja seducir por Sade, el rocanrol que irrumpe en la tonalidad del color del relato y las nuevas sedimentaciones de las influencias asumidas de Murnau. El decadentismo descascarado de los interiores que usa Perrone suple el peligro academicista de una ambientación rococó de cien mil trillones de dólares, lo que hubiera sido –no hace ni falta decirlo– un error inconmensurable digno de un testamento mal redactado de James Ivory.
S4D3 es una de las versiones más fieles a los textos del Marqués de Sade que se han hecho en la historia del cine; un asalto biográfico compatible, en elevación artística, a lo que hizo Dererk Jarman con Caravaggio en 1986. Y como si la oferta fuera poca, señor y señora, todo, todo esto es dicho en la película sin evocar una sola letra de Sade, más bien, y mucho mejor, con la presencia de un actor que irrumpe avanzada la película con una gama escueta de gestos, pero que son perturbadores que hasta podríamos arriesgar que tampoco hemos visto a un Sade tan repugnante antes (aunque no es el único que interpreta al Marqués, si tomamos nota de la aparición inesperada de Gastón Pauls).
Existiendo casos extraños como S4D3, del “Dr. Raúl y Mr. Perrone”, para qué abrirle las compuertas de nuestro agrado al mainstream más idiota. Este tipo de cine es un milagro imperfecto que renombra la fisura por la que se cuela la ventisca del arte cinematográfico y hay que protegerlo como al último oso panda con vida. Abrirse a lo inesperado es el futuro del espectador de cine consciente.
Cómo Perrone transitó de ser un habilidoso director de cine de barrio transparente, abierto, compartido, jergal y verborrágico filmado a plena luz del día (la hoy ancestral etapa de Graciadió) a ilusionista de un cine de cámara de interiores y sin texto, no es un misterio: es la protuberancia propia de una mente febril e imparable que recorre su estado de ansiedad hasta dejarse exangüe a sí misma. Sade, al lado de Perrone es Sade, pero la cantante: Perrone es el verdadero vicioso acá; la suciedad embarrada en brillantina pestilente que destiñe la dirección de arte de S4D3 cobra vida como una cobra, te encanta con su mirada y te asesina con una picadura mortífera. No hay inoculación de antídoto posible. Has muerto como espectador. Has renacido.
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(Argentina, 2021)
Dirección, producción, edición: Raúl Perrone. Guion: Raúl Perrone, Damián Zeballos, Fernando Drigotti. Elenco: Gastón Pauls, Inés Urdinez, Paloma Contreras, Priscilla Bevacqua. Duración: 48 minutos.