UN MALDITO EREMITA
Los huskies que aparecen en este film son esos perros mansos, de apariencia bravía, con ojos como los de Frank Sinatra y a los que a veces, por su aullido, se confunde con lobos (error en el que han caído hasta algunos cronistas en el Festival de Berlín, donde tuvo lugar la première mundial, pese a que una de las pocas cosas claras del guion es esa diversidad zoológica, que se menciona al comienzo). A los huskies se los emplea, en grupos de entre seis y ocho, para tirar de trineos sobre la nieve; es el único medio de traslado en zonas inhóspitas como Siberia, de donde son originarios, y por lo cual se suele denominar a la raza el “husky siberiano”. Es con ellos que se mueve el atormentado Clint (Willem Dafoe), protagonista una vez más de un film del no menos atormentado director Abel Ferrara.
Además de trabajar en el transporte, los huskies también son famosos por su utilización en competencias deportivas de trineo, como la que una empresa de alimento canino auspició en Ushuaia un invierno de los años 90. El paisaje era magnífico, los perros espléndidos y los corredores diestros, pero hubo un inconveniente: aquel invierno había nevado poco sobre Tierra del Fuego, por lo cual los invitados nos preguntábamos cómo harían esos pobres animales para correr sobre tierra y barro con un pesado trineo a sus espaldas. Los organizadores, ante la emergencia, recurrieron a una solución elemental: regaron la mayor parte de la pista con una especie de nieve artificial que no sirvió para nada.
Algo similar ocurre en esta “Siberia”: los paisajes son seductores pero el recorrido se empantana, tropieza, y el recurso para salir a flote son imágenes tan tópicas en su onirismo vetusto, artificial, en sus “buceos en el inconsciente”, que si no fuera por su matriz digital se podría pensar que estamos viendo una película de hace cuarenta años, cuando las escenas de triste sexo gráfico, o de surtidos despanzurramientos, desafiaban la tolerancia de los buenos burgueses que hace rato dejaron de ir al cine y hoy militan Netflix.
En un off inicial, el protagonista recuerda que, de chico, su padre los llevaba a él y a su hermano a una zona nevada de Canadá, donde los huskies lo aterraban. En el presente, quizás en Siberia aunque nunca se aclara el lugar (como algunos parroquianos hablan ruso, sin subtítulos por decisión del director, es posible que sea allí), Clint vive aislado del mundo. Nada se sabe de él ni por qué ha llegado allí, apenas que se ha convertido en una especie de barman fantasmal y sólo recibe la visita de esos parroquianos, a quienes no entiende una palabra.
El personaje de Dafoe, apellido de grafía casi idéntica a la del autor de “Robinson Crusoe”, no vive una robinsonada, al menos no en la acepción marxista del término, sino que en su vida de eremita impuro alterna con esos pocos clientes y con múltiples reencarnaciones fantasmáticas de su pasado, incluyéndose a sí mismo como doble acusador. También, entre otras mujeres que vuelven de lo profundo de la mente a señalarlo con el dedo, aparece su ex esposa, que le pasa factura por lo que hizo con ella, y que a juzgar por su rencor ha de haber sido algo bastante feo. Eso no impide que vuelvan a hacer el amor, pero por separado (ya verá el lector cómo, si se atreve), o que el cuerpo de ella transmute en otro; es decir, ocurre lo mismo que había hecho Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo, aunque el sabio aragonés no se había atrevido a cruzar la barrera que sí traspone Ferrara. “Se viene, se viene un incesto”, cantaban Les Luthiers.
La pesadilla personal que Ferrara transfiere a Dafoe (a quien el resto de la crítica hiere aun más cuando lo llama, unánimemente, “actor fetiche”), y a través de él a todos nosotros, está jalonada por muchas más imágenes desagradables cuya descripción evitaremos. No somos su psicoanalista. Pero hay una que no puede pasarse por alto, y es la de la trucha siberiana que habla. Si usted nunca vio hablar a un pescado (en acción real, no en animación como en Buscando a Nemo) esta es su oportunidad. Después de eviscerarlo en ricos primeros planos, y de mandárselo al buche, Clint se lleva la sorpresa de su vida cuando a las pocas horas lo vuelve a ver sobre la sartén, pero dando un discurso. Claro está, también en ruso y sin subtítulos. Vaya uno a saber si Ferrara, con esta imagen del pescado que resucita y habla, habrá querido contrabandear alguna simbología religiosa, íctico-trascendentalista o lo que fuere. Pero las críticas místicas escapan a nuestras posibilidades. Las alucinógenas también.
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(Italia, 2020)
Dirección: Abel Ferrara. Guion: Abel Ferrara, Christ Zoist. Elenco: Willem Dafoe, Dounia Sichov, Daniel Giménez Cacho, Simon McBurney, Cristina Chiriac, Trish Osmond. Producción: Julio Chavezmontes, Marta Donzelli, Philip Kreuzer, Gregorio Paonessa, Diana Phillips, Jörg Skurze. Duración: 92 minutos.