La Casa de los Espíritus.
Son pocas las ocasiones en que el Terror y la crítica especializada se ponen de acuerdo, tratándose el primero de un género que suele ser menospreciado por la segunda, reduciéndolo la mayoría de las veces a una categoría que depende exclusivamente de los sustos fáciles y las imágenes shockeantes para cautivar a su público. Inesperadamente, fue esta misma crítica especializada la que no tuvo reparos en calificar a La maldición de Hill House (The Haunting Of Hill House, 2018) como “la primer gran serie de Terror de Netflix”. ¿Se justifica semejante declaración?
La flamante serie de Terror del gigante rojo está basada en una novela de Shirley Jackson del año 1959, que supo tener una versión cinematográfica de la mano del mítico Robert Wise en 1963. Pero en esta ocasión se trata de un formato serial de diez episodios dirigidos por Mike Flanagan, una de las mentes creativas más prometedoras dentro del género, que cuenta con Ausencia (2011), Oculus (2013), Hush (2016) y El juego de Gerald (2017) como credenciales de su talento.
En La maldición de Hill House todo comienza con la familia Crane mudándose a una enorme mansión de más de cien años. Son Hugh, su esposa Olivia y sus cinco hijos Steven, Shriley, Theo, Luke y Nell. El plan es remodelar la casa para luego venderla y hacer un buen negocio, mientras viven en ella durante el verano de 1992. Una noche Hugh escapa de la mansión aterrado y llevándose a sus hijos con él, abandonando allí a su esposa. A la mañana siguiente regresa, solo para hallarla muerta. Desde este punto en adelante la serie alternará entre los hechos de aquel verano de 1992 y la actualidad de 2018, en la cual el padre y sus hijos vuelven a reunirse a raíz de una nueva tragedia familiar.
El primer hecho a destacar de la producción es que no se trata de un relato “de terror” a secas. Lo que tenemos es un drama familiar donde el elemento terrorífico y lo sobrenatural son el condimento del conflicto central: una familia que se haya en proceso de desintegración desde hace veintiséis años. Engaños, traumas infantiles, secretos, adicciones y demás cuestiones que se barren debajo de la alfombra terminan aflorando en momentos críticos.
Por su parte, Flanagan no es extraño a este tipo de historias. Sus trabajos previamente mencionados suelen girar en torno a personajes o grupos familiares atormentados por hechos sobrenaturales mientras atraviesan algún trauma cuyo impacto se siente en el seno del hogar. El llamado “terror gótico” aporta su cuota dentro del relato, desafiando la lógica y jugando con los espacios dentro de la mansión. Cada habitación, cada puerta y cada pasillo son una invitación al misterio. Y por supuesto, las apariciones fantasmagóricas se encuentran a la orden del día, tanto las que nos asustan en primer plano como las que se esconden en el fondo de la imagen.
Probablemente otro acierto de Flanagan haya sido rodearse de actores con los que supo trabajar previamente. Henry Thomas (el ex niño estrella de E.T. el Extraterrestre) y Carla Gugino participaron en El juego de Gerald, Elizabeth Reaser en Ouija: El origen del mal y Kate Siegel (esposa de Flanagan) protagonizó Hush.
No es exagerado decir que La maldición… podría ser uno de los argumentos más sólidos a favor de las miniseries. En el marco actual, donde el grueso del contenido de entretenimiento masivo pasa por las series de televisión y las plataformas digitales on demand, es reconfortante encontrar un producto que aprovecha el formato serial al máximo. Esta es una historia con múltiples capas y difícilmente alcanzaría la misma efectividad en el cine, con apenas 90 o 120 minutos para explayarse. A diferencia de otras series donde los capítulos del medio se sienten estirados y demoran la resolución más allá de lo recomendable, esta propuesta no parece contar con un solo minuto redundante o vacío. Cada detalle importa, cada plano tiene algo para contar, aunque tal vez nos demos cuenta más adelante.
La destreza técnica del equipo de filmación y la precisión de Flanagan como director (a diferencia de otros pares, el realizador no se hizo cargo solamente del primer episodio sino de la temporada completa) se hacen evidentes en el episodio seis, donde la narración completa se mueve a través de un enorme plano secuencia, desde el inicio hasta el fin. Este tipo de cuestiones son las que permiten un salto de calidad pocas veces visto, necesario para elevar la vara de los contenidos contemporáneos de entretenimiento. La historia remanida de la casa embrujada es tan vieja como el cine, pero adquiere un aire renovado cuando detrás de la idea hay mentes creativas al servicio del relato.
Los saltos temporales y la narrativa no lineal van cocinando a fuego lento la historia y no nos cuentan un cuento, sino que recibimos progresivamente las piezas de un rompecabezas que va tomando forma capítulo a capítulo y llenando los espacios que quedaron en blanco.
Con el ojo puesto en los detalles, las interpretaciones de alto nivel y una afiladísima factura técnica gracias a un director que entiende lo esencial del género más allá del género en sí, La maldición de Hill House es la prueba contundente de que hay cosas más terroríficas que fantasmas en pena y caserones embrujados.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.