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CRÍTICAS - CINE

Crítica: ¡Viva el palíndromo!, por Eduardo Elechiguerra

(Argentina, España, 2018)

Dirección: Tomás Lipgot. Guion: Tomás Lipgot, Gerard Fossas, Jordi Montornés. Producción: Javier Rueda. Duración: 99 minutos.

“¡Arriba la birra!”, escuchamos en cierto momento del documental. A simple vista es un grito celebratorio de la preciada bebida. Luego entendemos que es un grito distintivo para estos investigadores aficionados del palíndromo, palabra o frase leída igual hacia delante que hacia atrás.

El director de cine y palindromista Tomás Lipgot hace un recorrido por cuatro países para hurgar en su pasión por las palabras y frases reversibles. En el camino, encontrará muchas perspectivas al respecto, como el Club Palindromista Internacional e incluso un cortometraje enteramente palíndromo.

Lo que hace tan apasionante el nuevo documental del realizador de Moacir III (2017) es el rastreo detallado de la afición a este juego de palabras. A través de su mirada, explorando la cotidianidad de esa cofradía, no estamos ante una convención de excéntricos que se reúnen para salvaguardar nimiedades, no. Estamos ante un rastreo amoroso fácilmente extensible a cualquier afición o hobby. Se trata, a fin de cuentas, de una oda a la pasión estudiosa por cualquier lenguaje: sea el de las palabras, el de los gestos, el de las imágenes e, incluso, el de la música. Y oda para Lipgot es juego, armonía y minuciosidad.

El director reúne a estudiosos y aficionados del palíndromo para brindarnos diversas maneras de relacionarse con él. Hay quienes lo componen a diario. Otros publican poemarios exclusivamente formados por poemas palíndromos, y otros observan atentamente estas actividades con la cámara, mientras piensan reversiblemente en sus ratos libres. Lipgot traspola el espejismo del juego de palabras a la imagen, por momentos de forma literal, pero también en la estructura general de la película.

Un detalle de la obra es que Lipgot pertenece oficialmente al club palindrómico que investiga. Por lo tanto, su observación no es desde fuera. Está indagando en sí mismo y se nota en su forma de abordar las situaciones. Cuando se somete a un escaneo cerebral para ver cómo funciona su mente al componer palíndromos, no solo lo hace desde la mera curiosidad sino también con la agudeza y la emoción de quien piensa el lenguaje (¿y el conocimiento?) a través de un espejo.

Sin delatar mucho del final, pocas pruebas hay como esta de que lo visto hasta ese momento era apenas un preámbulo al goce de pertenecer. La película se convierte en una celebración a la afinidad después de ahondar en la perspectiva aficionada, científica y hogareña del palíndromo. Una celebración nunca estéril sino muy bien afinada con respecto a lo que significa conseguir un nicho desde el cual expresarse, así sea lateralmente.

 

 

© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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