Dulce pájaro de juventud es una obra del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams, estrenada en Broadway en 1959. Ciertos análisis señalan que es una obra problemática, incluso fallida, pese a la espléndida construcción de los personajes principales. La obra, se dice, no estaría a la altura de los grandes clásicos de Williams por sufrir del mal de la estructura débil. Para peor, se vincula a esta supuesta falla con los problemas personales del autor a la hora de escribir la pieza. Nosotros nos alejaremos de este tipo de análisis. Nos interesa el concepto de dirección, no la biografía de Tennessee.
Creemos que la lectura que se ha hecho de la obra para esta puesta que se estrena ahora en Buenos Aires fue completamente errónea, logrando así un resultado fallido. Barney Finn considera, como también lo hizo Richard Brooks a la hora de hacer la adaptación al cine, que el centro de la obra es la intriga que gira alrededor del destino de los personajes. Por eso, en vez de seguir el planteamiento del autor, prefiere alternar distintas escenas de distintos actos para sostener un supuesto suspenso, consiguiendo una dramaturgia completamente distinta a la original, la cual terminó siendo mutilada, mezclada, sin personajes claves, con innecesarios agregados. Sucede que Tennessee, gran maestro de la dramaturgia, quiso explorar distintas formas del conflicto pero de una manera no convencional. Su propuesta no centra la cuestión en si los personajes podrán o no cumplir sus cometidos, sino en el tiempo que tardarán en ser conscientes de su propio fracaso, uno que el público adivina desde que los conoce. Tennessee busca conectarnos con un estado del alma, con un clima de decadencia, con un lento derrumbe que está más lejos del relato realista que de un cuadro expresionista. ¿Qué tenemos a cambio? Una dirección que elige una obra no para internarse en su propuesta sino para acercarla al modelo teatral que considera apto, forzando un texto que jamás le brinda lo que busca porque otra es su intención de origen.
Además tenemos a un elenco que solo actúa lo que dice, logrando resultandos planos, acartonados, declamados, lejos del humor negro y la lúcida ironía de Tennessee. Beatriz Spelzini, excelente actriz para otros tipos de materiales que no es este, debería haber visto como en su momento Geraldine Page y Liz Taylor encararon al personaje de la Princesa. El suyo no es una versión de ella, sino su ausencia. Donde se vio a una mujer sufriente, no se vio lo que significa ser una actriz de Hollywood, un monstruo de vanidad, gracia y humillación por partes iguales. Sergio Surraco jamás actúa el erotismo que su personaje necesita, por lo que su vínculo con la Princesa es inexistente. Y al faltarle sus compañeros de colegio en el bar (otras de las inexplicables desapariciones) mal actúa a un borracho, cuando la gran idea de Tennessee es que Chance intenta simular un logro donde todos ven, menos él, puro fracaso. Los actores secundarios están parados en lugares tan obvios como estereotipados: El malvado del Sur, su hijo violento, la hija perdida (Heavenly, como lo dice su nombre, es un personaje dulce y lastimado, no sabemos de dónde sacaron la idea de representarla como una borracha grotesca), la amante exagerada que encima canta. Para peor a este personaje la puesta lo carga con un doble problema: por un lado tiene textos de la tía Nonnie, lo cual es un despropósito porque con su ausencia desaparece el otro Sur, aquel que también conoce de benevolencia. Por el otro, su canción es completamente innecesaria ya que explica el título de la obra, lugar poético y misterioso por excelencia en el mundo Williams.
Es esta una puesta en escena antiestética, que depende de dos paneles móviles y una cama que es desplazada para intercalar las escenas, logrando un mecanismo expuesto tan desprolijo como falto de ritmo y, a temprana altura de la representación, de nula sorpresa. A todas estas malas elecciones se le suman contradicciones sin sentido: personajes que juegan teatro realista y beben de copas con líquido verdadero pero parecen no darse cuenta que son de plástico, como tampoco reaccionan a que fuman cigarrillos sin encenderlos. O para peor, espacios que son supuestamente simbólicos pero al mismo tiempo soportan referencias sonoras constantes de corte realista, como el mar que suena durante escenas completas. Así de gruesos son los problemas. Y se lamenta.
En definitiva, no se está representando en Buenos Aires Dulce pájaro de juventud. Hay en escena una puesta que ha prejuzgado a su material original y muestra una versión no libre, sino traidora. Para peor no solo inventa situaciones, textos y anula personajes claves, sino que la presenta con actuaciones obvias, sin sutilezas, sin contradicciones. Hacer teatro de autor es lograr entre la puesta y el texto original una verdadera comunión donde ambas instancias ganan con ese encuentro. La función pasada todos perdieron: los que buscaron a Tennessee, los que buscaron teatro vivo, los que buscaron emoción, drama y humor. Quizás ganaron las ideas de una mala lectura. Venenoso dulce entre tanta amargura.
Teatro: Centro Cultural 25 de Mayo – Av. Triunvirato 4444
Funciones: Domingo, Jueves, Viernes y Sábado – 20:30 hs
Entradas: $300
Diego Ezequiel Ávalos
Autoría: Tennessee Williams. Dirección: Oscar Barney Finn. Traducción: Cristina Piña. Actúan: Gastón Ares, Victorio D´Alessandro, Sebastian Dartayete, Malena Figo, Pablo Flores Maini, Carlos Kaspar, Pablo Mariuzzi, Mauro J Pérez, Maby Salerno, Beatriz Spelzini, Sergio Surraco, Pianista Pablo Viotti. Músicos: Pianista Pablo Viotti. Diseño de maquillaje: Elisa D Agustini. Diseño de peinados: Ricardo Fasan. Diseño de vestuario: Mini Zuccheri. Diseño de escenografía: Daniel Feijóo. Diseño de luces: Claudio Del Bianco. Música original: Axel Kryeger. Letras de canciones: Gonzalo Demaria. Fotografía: Mili Morsella. Colaboración en vestuario: Paula Molina. Asistencia de iluminación: Facundo David. Asistencia de dirección: Celeste Abancini, Lucía Cicchitti. Producción ejecutiva: Verónica Dragui, Sol Vannelli. Prensa: Duche&Zarate.