En las últimas semanas los propietarios de dos cines del barrio de Belgrano, el Arte Multiplex y el General Paz, anunciaron su cierre definitivo, argumentando que no podían sostener económicamente el negocio de la exhibición por fuera de la lógica de las multipantallas, con el agravante demoledor de las restricciones ocasionadas por la pandemia. Aunque no tuvieron tanta trascendencia mediática, al menos entre nosotros los porteños, también cerraron en estos últimos tiempos salas importantes para la difusión de cine alternativo, como Dinosaurio y Cinerama, en Córdoba, y Amadeus, en Santa Rosa, La Pampa. Pero podemos predecir que el saldo final será aún más negativo. Recién cuando la exhibición vuelva a cierta normalidad sabremos cuántas salas deberán cerrar para siempre.
Pero sería un error atribuir el cierre de los cines solo a las restricciones sanitarias. Como en muchas otras costumbres y circunstancias de nuestro comportamiento social y económico, la pandemia fue más un acelerador de procesos que ya se venían dando que un generador de cambios bruscos. La concentración del público en cada vez menos películas, un fenómeno que tiene múltiples causas y unos pocos y poderosos beneficiados, ya venía provocando una disminución progresiva de la diversidad en la oferta cinematográfica en salas. El cine argentino, sobre todo el cine argentino independiente, viene siendo uno de los perjudicados por esto, pero no el único. Cada año eran menos las películas extranjeras interesantes que se estrenaban en salas por fuera de los parámetros comerciales más supuestamente seguros. Y no me refiero solo al cine europeo, latinoamericano o asiático. La oferta de películas parecía querer refugiarse en nichos muy específicos pero fieles, constantes y rendidores: animación infantil, superhéroes, terror, dramas o comedias apuntadas a público entre 50 y 70 años. No solo se estrenaba poco cine de autor o independiente, sino también escaseaban las comedias juveniles, las periódicas revisitas al western o las películas de Judd Apatow, por nombrar un director difícil de asociar al cine de arte y ensayo.
Estamos enfrentando una etapa de cambios drásticos en el consumo del cine. La competencia con las series en la hegemonía de la demanda de productos audiovisuales está dejando al cine en un lugar difícil pero que también puede ser una oportunidad. Si parece evidente que las plataformas y sus consumidores privilegian las series por sobre las películas, ¿no será el momento de volver a sostener y promover el lugar de la sala como especificidad del cine? Sé que suena raro decir esto mientras las salas están cerradas y la incertidumbre acerca del futuro es altísima. Pero si no confiamos en la posibilidad relativamente próxima de ver películas en un cine, no solo no tendría sentido pensar en el futuro de las salas sino tampoco, por ejemplo, tendría sentido que yo (para nombrar a quién más conozco) siga haciendo todas las cosas que ocupan casi toda mi semana laboral: dar clases de dirección, escribir guiones de películas, diseñar producciones de películas, dar talleres de guion o escribir columnas como esta.
Hay un futuro en las salas para el cine. Y creo que es importante estar convencido de esto y definir un consenso acerca de qué características puede tener ese futuro. No se trata de negar la realidad y sostener artificialmente algo que ya está muerto. Y escribo esto porque sé que la primera solución en la que se piensa frente a estas situaciones es la del rol del Estado como padre salvador. Cuando apareció la noticia del cierre de las salas de Belgrano, me pareció natural pensar que el INCAA debería hacerse cargo de esas salas y replicar el modelo del Gaumont en la zona norte de la ciudad. Estaba tan convencido de eso que escribí un tweet proponiendo esa idea. Luego, con los días, fueron apareciendo otros reclamos en el mismo sentido, de sectores con mayor llegada a las autoridades del INCAA y con mayor peso político y simbólico que lo que podía representar mi solitario tweet. Ha trascendido, aunque no hubo ninguna comunicación oficial, que el INCAA estaría iniciando gestiones para que esos cines vuelvan a abrir, sin que la información sea clara en cuanto a si se tratará de un apoyo a la gestión privada que los venía sosteniendo o de una compra o alquiler de la sala por parte de ese organismo. Me alegra que exista esa posibilidad, pero al mismo tiempo me obliga a pensar algunas cuestiones.
La pertinencia de la participación y ayuda financiera del Estado en la producción y exhibición del cine argentino está sostenida por leyes que tienen más de sesenta años y por un consenso que parecía firme pero que se ha ido resquebrajando en las últimas décadas. En un país empobrecido como el nuestro, con prioridades postergadas económicamente, con un Estado deficitario e ineficiente, no me parece mal volver a preguntarnos por qué el fomento a la actividad cinematográfica debe ser algo a defender y sostener. La doctrina de la excepción cultural, que sostiene que el fomento estatal a la cultura merece un trato especial que no puede estar vinculado a las leyes de la oferta y la demanda ni sujeto a los rendimientos económicos de la actividad subsidiada, fue útil por muchos años y alcanzó para que se entienda y acepte la existencia de organismos como el INCAA. Sin embargo, en el contexto en el que vive la Argentina, en la cual la presión sobre el Estado es tan fuerte desde ámbitos tan diversos y que son tantos los individuos y también las empresas cuya dependencia del Estado se sostiene como imprescindible y urgente, la idea de excepción se vuelve abstracta y poco útil. Vivimos en un país en los que todos no sentimos una excepción. Tanto es así que la excepcionalidad pasó a convertirse en la regla. Pero esto no significa aceptar el reclamo ultraliberal que pide cerrar todo organismo público que fomente una actividad cultural. De lo que se trata es de encontrar una lógica a ese fomento, una lógica mediante la cual los que somos beneficiarios del Estado podamos sentirnos orgullosos de ser parte de esta actividad. Y para ello hace falta escapar de los mecanismos del subsidio como ayuda o dádiva, sino que se conviertan en verdaderos incentivos para que una industria se sostenga y crezca. No perder de vista que se trata de una actividad cultural, lo que implica un valor agregado indudable, pero evitando que el fomento se convierta en un mero parche. En el caso puntual de las salas de cine, si el INCAA decide involucrarse, sería esperable que no se trate simplemente de una ayuda económica para que la sala no tenga que cerrar, sino que esa ayuda se de en el marco de una estrategia de exhibición y de una gestión que crea sinceramente que es importante que las salas de cine sigan existiendo y que se sostenga la diversidad en la oferta. El rescate estatal de las salas no debería convertirse en un tributo a la nostalgia por un mundo mejor y ya perdido, sino como la posibilidad de construir algo nuevo y mejor. Como dije antes, mi tweet hablaba de que esas salas de Belgrano podían replicar la experiencia del Gaumont. Hoy me desdigo: si el INCAA u otros organismos estatales, nacionales o de la ciudad, deciden involucrarse con alguna ayuda económica para que estas salas sigan abiertas, deberíamos esperar algo aún mucho mejor que lo que hoy es el Gaumont. Primero debemos estar convencidos de que una cosa es el cine y otra cosa es lo audiovisual. Para mí esa diferencia sigue siendo fundamental. Y en ese sentido, frente a un mundo que se recuesta hacia esto último, incluso desde las políticas públicas, es necesario reforzar la idea de que el cine es importante. No porque sea mejor o supuestamente más prestigioso, sino porque tiene el potencial inigualable para ofrecer una verdad alternativa a los discursos dominantes, una verdad que puede estar alejada de la urgencia mediática y de las modas estéticas, pero que precisamente por eso es más necesaria y está en mejores condiciones para dar cuenta del mundo confuso y difícil en el que vivimos. Y si entendemos eso, tenemos que aceptar que la idea de una proyección en una sala oscura compartida por varias personas es inherente a la idea del cine, que el cine puede verse por otros medios pero que si no está presente la noción de comunidad y pantalla grande ya no estamos hablando de cine sino de otra cosa.
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