(Estados Unidos, 2016)
Dirección y Guión: Jon Lucas y Scott Moore. Elenco: Mila Kunis, Kathryn Hahn, Kristen Bell, Christina Applegate, Jada Pinkett Smith, Annie Mumolo, Oona Laurence, Emjay Anthony, David Walton, Clark Duke. Producción: Bill Block y Suzanne Todd. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 100 minutos.
Sobre la maternidad relajada.
La comedia hollywoodense de las últimas décadas puede resumirse con facilidad en apenas dos subgéneros principales: grupito de hombres comportándose como energúmenos/ adolescentes y grupito de mujeres comportándose como hombres que se comportan como energúmenos/ adolescentes. Y ahí se acabó todo… ya no existen las parodias, las críticas sociales, el humor negro, la anarquía, la experimentación formal o los films que combinen las distintas vertientes. En el reino de la necedad mainstream encontramos una y otra vez personajes que resultan tan descerebrados como aburridos en función de su triste desinterés para con todo lo que no sea ellos mismos (este parece ser el “balance perfecto” según la visión de los productores). Así las cosas, llama la atención que El Club de las Madres Rebeldes (Bad Moms, 2016) no sea tan hueca y esté más volcada hacia el tedio tradicional.
Desde ya que la película en cuestión arrastra las horrendas características que señalábamos con anterioridad, pero aquí por lo menos hay una suerte de intento -fallido, por si quedaban dudas- de crear un núcleo narrativo sensible o algo similar, circunstancia que no es poca cosa si recordamos que hablamos del segundo opus como directores de Jon Lucas y Scott Moore, ese dúo de intelectuales que nos regaló 21, la Gran Fiesta (21 & Over, 2013), otra celebración del consumo bobo autodestructivo y esa “rebelión” de cartón pintado que tanto adoran los norteamericanos. Mientras que el título en inglés era más sutil con respecto al eje de la trama, su homólogo en castellano nos aclara desde el vamos que las protagonistas son unas señoras que esquivan algunos preceptos de la maternidad, aunque en realidad el mensaje libertario no lo es tanto y sólo aplica a las burguesas sumisas de muy buen pasar.
El relato se centra en Amy (Mila Kunis), una representante de ventas de una compañía de café cuya vida está completamente saturada porque de manera cíclica pretende satisfacer a todos a su alrededor (marido, jefe, hijos, autoridades del colegio de los pequeños, etc.). Cuando descubre al imbécil de su esposo masturbándose con otra mujer mediante un video chat, primero lo echa del hogar y luego comienza a replantearse su actitud ante su familia. Una jornada a puro estrés será la gota que rebase el vaso y -sin siquiera proponérselo- se unirá a Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell), dos nuevas amigas, en pos de aliviar el peso de su rol de madre y disfrutar, lo que por supuesto incluye emborracharse, soltar la correa del trabajo y encontrar una nueva pareja. Un tono light e inofensivo embadurna cada escena con latiguillos, insultos tontos y situaciones derivativas que se agotan de inmediato.
Tampoco convencen los dos atajos que insertan Lucas y Moore, léase el romance de Amy con Jessie (Jay Hernandez), un viudo que anda dando vueltas por el guión, y la pelea de las mujeres con una especie de contrapunto “menos desinhibido”, un segundo trío de burguesas compuesto por Gwendolyn (Christina Applegate), Stacy (Jada Pinkett Smith) y Vicky (Annie Mumolo). Como en tantas otras comedias bobaliconas de Estados Unidos, una concepción reduccionista que en un primer momento parecía apuntar a una ruptura de los clichés del género, termina no sólo ratificando las máximas retóricas sino también cayendo en sentencias regresivas, apáticas y sexistas: la moraleja de la película sería que el ideal femenino está condensado en las amas de casa relajadas. Ya tarde, en el desenlace, surge la noción de una maternidad más intuitiva y sensata, mucho menos impuesta a nivel social…
Emiliano Fernández
Desmadre nivel: Suburban mom.
La monotonía de la cotidianeidad es uno de los tantos infiernos que pesa sobre el ser moderno, más aún sobre las madres que balancean la vida profesional y amorosa con la crianza de sus hijos, la vida marital y el mantenimiento del hogar. La recurrente fantasía escapista de una realidad sin responsabilidades que les permita vivir sus días a pleno es el sustento de El Club de las Madres Rebeldes (Bad Moms, 2016), película de la dupla Jon Lucas- Scott Moore, dúo que se mueve en terreno familiar luego de ser guionistas de la saga iniciada con ¿Qué Pasó Ayer? (2009) y directores de 21, la Gran Fiesta (2013).
Por supuesto, en el mejor espíritu de Aquellos Viejos Tiempos (2003), ese “vivir a pleno” se reduce a volver a un estadio adolescente descontrolado que contenga la mayor cantidad de experiencias intoxicantes e irresponsables posibles. En el centro de todo tenemos a Amy (Mila Kunis), madre de dos y empleada part-time que a raíz de una crisis profesional y marital decide dejar de esforzarse por ser una madre competente, y es así como con la ayuda de una madre obsesiva (Kristen Bell) y otra completamente abandónica (Kathryn Hahn) se rebela contra el statu quo materno en una caravana anárquica que la vuelve el blanco predilecto de Gwendolyn (Christina Applegate), la mamá perfecta con peso “político” en el colegio de sus hijos.
El trailer anticipaba un tono demasiado similar al de ¿Qué Pasó Ayer?, y sabiendo que proviene de los mismos creadores, todas nuestras sospechas se confirman. Esta versión femenina del reviente como contraposición a la adultez juega dentro de los límites de aquello que la industria entiende como exceso políticamente correcto, ese que plantea una rebelión que termine exactamente noventa minutos después, cuando rueden los créditos y todos vuelvan a casa en el mismo estado de siempre, pero sintiendo que por un ratito saborearon el fruto prohibido… desgraciadamente esa idea radical cae dentro de los convencionalismos imaginables de este tipo de relatos, sin una exploración profunda.
Pero no todas son pálidas, hay dos cosas que aprendemos de El Club de las Madres Rebeldes: la utilización de “slow mo” con un tema rockero de fondo no arregla mágicamente todas las escenas y la acumulación de diálogos escatológicos no eleva la vara del humor para mayores de 18 años. Kunis no termina de acomodarse dentro de un personaje y un subgénero que no parecen hechos a su medida; Bell y Hahn acompañan pero llegan hasta donde sus encorsetados personajes les permiten.
El relato atraviesa todos los lugares comunes de las historias de saturación seguidas de rebeldía, diversión, realidad, consecuencia y resolución feliz, en ese preciso orden; de manual. De la misma forma en que se puede experimentar rebeldía en clave “mamá” durante hora y media para después volver a la realidad sin ninguna otra inquietud. Como espectadores experimentamos, podemos decir que estamos ante una obra desechable que nos deja poco y nada al abandonar la sala.
Alejandro Turdó | @aleturdo