CHICO DANDY, REY FARSANTE
Hay una cierta tendencia en el cine argentino producido por Netflix. Pueden pasar decenas de apellidos con distintas tradiciones y estéticas, pero el resultado es más o menos similar: películas que explotan la argentinidad sólo desde la trama y la referencia, fotografías limpias, actores que no necesitan un googleo rápido y resultados más o menos sencillos, prolijos, empáticos y entretenidos. No hay tiempo para el aburrimiento, para los tiempos muertos, para la ambigüedad. Pero no hay que ser ingenuos o maliciosos: no es lo mismo Granizo que El hombre que amaba los platos voladores (aunque el cierre rolandemmericheano las aparente) porque, obviamente, Carnevale no es Lerman y viceversa. En la tendencia hay grises y la distancia entre los extremos es lo más interesante para observar en este cine hecho desde las plataformas, los datos y los algoritmos; quizás más que las propias películas.
El hombre que amaba los platos voladores es una película sobre José de Zer, el periodista de espectáculos de Canal 9 que vio que la veta paranormal podía llegar a hacer historia en la televisión argentina y convenció a su jefe del noticiero para que lo deje viajar por el país buscando casos inexplicables. Atinadamente, Diego Lerman eligió contar sólo una porción de la historia de José Bernardo Kerzer: ese cambio que lo llevó a dejar las tablas de la Avenida Corrientes e insertarse en cuevas cordobesas tras las huellas de vida extraterrestre. El director es fiel a la figura de de Zer en varios puntos: primero y principal, en el retrato del periodista como profesional, curioso y obstinado; y luego, en la descripción de su sentido del espectáculo, donde el artificio importa más que la verdad. A fin de cuentas, las historias son historias.
Estrenado en el último Festival de Cine de San Sebastián, donde participó de la Sección Oficial, el nuevo largometraje de Lerman, tras el paso en falso con esa obra anodina llamada El suplente, está repleto de detalles y referencias que responden al orden cinéfilo: el director se apropia de esas películas que retratan rodajes engorrosos y, por obvias razones, de las biopics que abundan hace años en las carteleras de todo el mundo. De estas últimas saca lo mejor -esa chance de no tener que crear un mundo desde cero y utilizar de base una vida ya interesante por sí misma- y lo peor: ese miedo por no molestar o el pavor a arriesgarse a hacer lo que (no) manda o “necesita” la historia. El hombre que amaba los platos voladores sufre de estos males en casi toda su duración, salvo en esa escena final donde se desprende de las obligaciones de la plataforma y del género biográfico para abrazar lo lúdico y, sobre todo, a la cinefilia.
En el medio, luego de un comienzo espiritualmente musical y un final de ciencia ficción, la película se vuelve compleja en su drama y no logra disimular el resultado dispar de sus pequeños chistes y de su acercamiento a la intimidad del personaje. En esos momentos de biopic rutinaria, Sbaraglia saca lo mejor de su histrionismo y camufla lo que podría haber sido un problema mayor. Es que la película es menos “importante” pero mucho más efectiva en la seguidilla de tomas imposibles y fallidas en las sierras, como cuando en una cueva artificial el periodista de Canal 9, fuera de sí, no encuentra con el casting perfecto de “mujer de pueblo preocupada por las cosas que no puede explicar”. Por eso recién sobre el desenlace, El hombre que amaba los platos voladores se vuelve la película que quería. Ahí donde Lerman abduce un drama insípido con la luz electromagnética del cine que se repetió una y otra vez en las mismas pantallas de tubo que vieron el renacer de José de Zer.
(Argentina, 2024)
Dirección: Diego Lerman. Guion: Diego Lerman, Adrián Biniez. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Guillermo Pfenig, Norman Briski, Daniel Aráoz, Mónica Ayos, Osmar Nuñez. Producción: Nicolás Avruj, Diego Lerman. Duración: 107 minutos.