EL ERROR DE SYDNEY
No hay muchos chistes en El oso. No obstante, hay uno que es particularmente significativo. Allí se cuenta cómo su protagonista –Carmen- y su socio drogan accidentalmente a un conjunto de chicos de una fiesta infantil con Valium. La consecuencia de esto es que los nenes están tan cansados que se echan a dormir una siesta en el patio. Cuando Carmen le confiesa al adulto responsable de la fiesta lo sucedido, este mira a los chicos dormidos y, lejos de horrorizarse, dice “me gustan así” y continúa caminando tranquilamente.
Cualquier persona que ve El oso se encuentra al menos una vez por capítulo con situaciones que se caracterizan por esas reacciones impredecibles, a veces en tono humorístico, a veces en tono dramático, a veces en un tono neutro, que causan un inmediato desconcierto. Puede ser una reacción sorprendentemente calma ante un apuñalamiento en la nalga, un enojo que no sucede cuando uno lo espera o unos disparos que se escuchan en medio de una charla apacible. Todo esto da una sensación de imprevisibilidad, de un puro tiempo presente que puede llevar la trama hacia cualquier lado. De hecho, los ocho capítulos de El Oso se titulan con una sola palabra (Sistemas, Manos, Perros, Brigada…), lo que evoca una idea de rapidez, que tiene que ver entre otras cosas con el ejercicio de una cocina en un restaurante donde no hay tiempo para nada y las órdenes se deben sintetizar todo lo posible.
Después de todo, El oso es una serie sobre el trabajo en un restaurante. Uno extremadamente demandante donde hay estrés constante, un tiempo apremiante que obliga a coordinar las labores para llegar a la cantidad de platos necesarios, problemas con las cuentas, problemas de higiene, riesgos graves de incendio y un largo etcétera.
Para la serie, esa tensión del mundo de la cocina es clave, al punto tal que termina dedicando todo un capítulo (el séptimo) a filmar en veinte minutos en tiempo real las idas y venidas de un momento particularmente tenso en el cual un exceso en la demanda de platillos obliga a sus empleados a trabajar a velocidades sobrehumanas. Es un capítulo prodigioso a nivel técnico que sintetiza el tipo de estética que busca El oso durante toda la serie. Esto es: un gusto por registrar breves instantes de tiempo en una cámara que prefiere la secuencia al corte, y una cercanía de esa misma cámara con los cuerpos de los personajes en lugares particularmente cerrados. Se trata de veinte minutos donde uno siente que en ese espacio reducido, que parece aislado de la realidad cotidiana (de hecho, para acentuar el encierro de ese espacio el capítulo comienza con imágenes de los exteriores de Chicago), se concentra toda la tensión que puede tolerarse y se piden tareas que requieren de un esfuerzo hercúleo.
Aquel capítulo siete también deja una imagen de lado: la de algún cliente disfrutando la comida que se cocinó para él. Esta es una decisión curiosa. En un momento de El oso, uno de sus personajes principales (Sydney, una muy talentosa cocinera con grandes ambiciones) le cuenta al pastelero que ella estudió cocina para hacer feliz a la gente con sus platos.
Que la serie nos niegue esa exhibición de felicidad de un cliente apreciando un plato bien hecho puede tener que ver con un relato que está demasiado obsesionado con mostrarnos situaciones tensionantes como para detenerse en algo así. No obstante, quizás esto tenga que ver con otra cosa.
Como se sabe, El oso cuenta la historia de Carmen, un cocinero de elite considerado entre los mejores del mundo, que de un día para el otro y tras el suicidio de su hermano, decide dirigir un restaurante de sándwiches de escasísimo prestigio. Carmen está interpretado por Jeremy Allen White, quien encarna de forma extraordinaria a una persona en estado de agotamiento constante con su rostro pálido, su mirada triste y fuerte al mismo tiempo, y su cuerpo pequeño pero robusto que sugiere fragilidad y fortaleza a la vez.
Su figura es a veces respetuosa, a veces tiránica, a veces manipuladora, y siempre parece tener una furia contenida. Su presencia adentro del restaurante es capaz de generar una tremenda tensión pero también de cambiar la mirada que los empleados dirigen hacia su propio oficio. El título de la serie parece aludir no solo al apodo de Carmen o a los sueños que este tiene con aquel animal, sino a un carácter visceral, instintivo.
Carmen parece comportarse muchas veces como una suerte de bestia asustada y cansada frente a un entorno hostil. Su vocación por cocinar, incluso, parece venir menos de una decisión racional que de un carácter que ha encontrado instintivamente en el arte culinario una forma de encierro y evasión en simultáneo. Es lo que a veces lo protege de su estado de confusión y un entorno agresivo (ahí está la escena en la que se lo ve en su antiguo trabajo totalmente concentrado, cocinando mientras su jefe lo insulta); también es lo que lo conecta aunque sea indirectamente con el recuerdo de su hermano, y en otros casos la dirección de la cocina puede ser un nuevo infierno que se construyó para refugiarse de otro mayor. Por eso también El oso tiene muchas escenas de gente cocinando, pero nunca se detiene demasiado en la belleza estética de esos platos, y si lo hace, nos hace saber antes sobre el tremendo esfuerzo que hay detrás de ellos en un relato donde el mundo del esfuerzo físico está siempre en primer plano.
Acaso lo que El oso plantea es que el personaje de Sydney se equivoca, y que la vocación no tiene por qué estar relacionada con el altruismo. La vocación a veces no tiene nada que ver con darle al prójimo algo bello, sino una actividad que uno lleva a cabo para uno, para su propio placer y por su propia obsesión. No es algo necesariamente agradable; puede incluso complicar las cosas. Pero es algo a lo que uno simplemente va y que se trata de hacer lo mejor posible.
Quizás por esto El oso trasmita muchas veces una sensación de angustia, ya que ni el propio acto de saber que hiciste bien un trabajo puede generar una satisfacción genuina en los personajes (y si las genera, a veces es increíblemente breve). El mundo de El Oso no parece tener descanso, por eso aquel chiste del Valium no es más que una forma humorística de describir un estado de ánimo general de varios de estos personajes. Así y todo, hay raros momentos de luminosidad en El oso: aquellos en que los cocineros del restaurante recuerdan que son una comunidad y empiezan a construir algo parecido a la amistad. En algún punto, en el mundo caótico que plantea El oso donde la estricta organización de una cocina intenta pelear contra un mundo regido por el azar y la arbitrariedad, puede colarse de todo, incluyendo, muy ocasionalmente, algo de felicidad.
(Estados Unidos, 2022)
Creador: Christopher Storer. Elenco: Jeremy Allen White, Ebon Moss-Bachrach, Ayo Edebiri. Producción: Tyson Bidner.
1 comentario en “El oso (The Bear)”
Buen punto de vista de la serie. Carmen da siempre la sensación de sufrir la cocina más que disfrutarla. El ritmo vertiginoso está muy bien logrado. Creo que hay una excelente fotografía de los platos. Me gustan casi todos los personajes y la intensidad de las discusiones, fuck es la palabra más escuchada. Me atrapó y maratoneé las dos temporadas. Felicitaciones por tu artículo.