(Australia, 2015)
Dirección: Jocelyn Moorhouse. Guión: Jocelyn Moorhouse y P.J. Hogan. Elenco: Kate Winslet, Judy Davis, Hugo Weaving, Liam Hemsworth, Sarah Snook, Caroline Goodall, Kerry Fox, Rebecca Gibney, Hayley Magnus, Gyton Grantley. Producción: Sue Maslin. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 118 minutos.
Quemando la basura…
La profusión de la información en la sociedad de nuestros días generó -entre tantas otras consecuencias paradójicas- que en buena medida se anule la capacidad de sorpresa de un público cada vez más conformista, que si bien tiene a su alcance una oferta cultural muy vasta que no se equipara a la de cualquier otro período de la humanidad, sigue prefiriendo los caminos más cómodos del mainstream y la lógica de “si tal producto cultural no está amparado por los medios masivos, mejor no apoyarlo”. El conservadurismo artístico hace que cada nicho del mercado se mantenga estable y la enorme mayoría de los consumidores elija los mismos productos, al tiempo que la prensa trasnochada ayuda a prorrogar este esquema a fuerza de celebrar las fórmulas más regresivas del cine. Por suerte de vez en cuando nos topamos con una anomalía como la presente, que deja a todos desconcertados.
El Poder de la Moda (The Dressmaker, 2015) es una película australiana que propone una combinación sumamente bizarra de géneros, a saber: el western de venganza, el drama romántico, la comedia sobrecargada y la parodia costumbrista alrededor de la premisa “pueblo chico, infierno grande”. Una despampanante Kate Winslet interpreta a Myrtle Dunnage, una mujer que en 1951 regresa a Dungatar, una comarca desolada y lindante con el desierto, para ajustar cuentas con todos aquellos vecinos que le amargaron la vida. El trasfondo que enmarca la historia pasa por los recuerdos borrosos de la muerte de un niño décadas atrás, cuando ella era objeto de golpes y humillaciones por parte de distintos personajes del lugar. Ahora reconvertida en una modista con pedigrí parisino, utilizará su aptitud para destacarse de la mediocridad que la rodea con vistas a dilucidar lo que ocurrió.
Aquí se dan cita dos factores: en primera instancia tenemos un pulso narrativo trabajado desde el contraste por la realizadora y guionista Jocelyn Moorhouse, y en segundo término está el excelente desempeño del elenco en su conjunto. En lo que hace al primer punto, conviene aclarar desde el vamos que la superposición de registros a lo largo de cada escena por lo general desemboca en un saldo positivo a nivel cualitativo, ya que construye un verosímil ciclotímico y de lo más interesante (también hay que explicitar que en algunos momentos el mismo mecanismo cae en redundancias y estereotipos aislados). Sin duda la fuerza matriz del relato es la labor de Winslet, quien se impone como una heroína enérgica y frágil a la vez, capaz de poner al pueblito en la palma de su mano y luego verse envuelta en las artimañas de siempre de los locales (con los chismes bobos y la envidia a la cabeza).
Entre los secundarios se destacan Judy Davis como Molly (la madre mentalmente inestable de la protagonista), Hugo Weaving en la piel del Sargento Farrat (un policía que esconde su travestismo), Liam Hemsworth como Teddy McSwiney (el interés romántico de turno) y la hermosa Sarah Snook en el rol de Gertrude Pratt (primera clienta de Myrtle). Considerando semejante seleccionado de actores, y el maravilloso trabajo de Marion Boyce y Margot Wilson en lo que atañe al diseño de vestuario, no es de extrañar que el film sorprenda gracias a su desparpajo y eventualmente llegue a buen puerto, a pesar de que Moorhouse no logra cuadrar del todo la multitud de engranajes que constituyen la idiosincrasia del opus. En El Poder de la Moda nos topamos con una “revancha total” símil spaghetti western, un concepto provocador que implica destruir por completo los residuos retrógrados sociales…
Por Emiliano Fernández
El intoxicante sabor de la venganza.
Después de casi veinte años desde su última película, En lo Profundo del Corazón (A Thousand Acres, 1997), la directora Jocelyn Moorhouse regresa con una adaptación tragicómica de la primera novela de la escritora australiana Rosalie Ham. Tanto el best seller como el film transcurren en la década del cincuenta del siglo pasado en un diminuto asentamiento en medio del desierto australiano denominado Dungatar, un infierno -al que afortunadamente llega el ferrocarril- en el cual unos pocos pobladores interpretan el papel de víctimas y victimarios en una especie de Dogville (2003) pero menos perverso.
Allí, la modista Myrtle Dunnage (Kate Winslet) regresa tras muchos años de ausencia obligada debido a una acusación de asesinato que la puso en un internado cuando niña. Al volver a su casa encuentra a su madre confinada en su cama y deprimida, de mal humor, rodeada de basura y con la compañía de una zarigüeya. Su regreso le trae recuerdos a la memoria pero también aflicción por no lograr rememorar ni discernir si ella mató a su compañero de clase, el hijo del concejal, el hombre más rico e influyente del pueblo ficticio, a pesar de que varios de los pobladores están convencidos de que ella lo hizo.
Al establecerse y comenzar con su negocio de alta costura, Myrtle encandila a todas las mujeres del pueblo, que cambian de un día para el otro su apariencia con vivos colores y atractivos vestidos que lucen a toda hora y en todo lugar. La conservadora competencia traída por el concejal amplía la fama de la extraordinaria hija pródiga, pero la envidia de aquellos que aún no olvidan los confusos sucesos del pasado convertirá la estadía de la protagonista en un calvario.
A pesar del pronunciado tono de venganza que se expande durante toda la película, la calidez de la propuesta -sumada a los gags cómicos y las escenas románticas- convierte a El Poder de la Moda (The Dressmaker, 2015) en una interesante mezcla de géneros con increíbles actuaciones, entre las que se destacan una adorable Judy Davis como la excéntrica madre de Myrtle, el extravagante oficial de policía amante de las finas telas interpretado por Hugo Weaving y el personaje protagónico ambivalente de Kate Winslet, que oscila entre el amor, el odio y la venganza en un péndulo incierto.
El opus melodramático de Moorhouse construye una gran historia sobre la imposibilidad de la consumación de una síntesis entre el amor y el odio en medio de una vorágine consumista, que a través de la ropa y la apariencia define la identidad y transforma la realidad de los descuidados habitantes del ignoto pueblo en un inestable e inesperado cuento de hadas que inevitablemente se consume en las llamas del odio.
Por Martín Chiavarino
Los vestidos como arma.
Pasaron dieciocho años desde la última película de Jocelyn Moorhouse como directora, en el medio produjo y escribió algunas películas de su esposo, P.J. Hogan, el mismo de El Casamiento de Muriel (1994). Desde 1983 a la fecha solo dirigió cinco películas, probablemente su mejor film sea La Prueba (1991); también pasó por las manos de Steven Spielberg, quien le produjo Amores que Nunca se Olvidan (1995), una suerte de película existencial veraniega que incluía a un séquito de actrices de varias generaciones (Winona Ryder, Anne Bancroft, Jean Simmons, Ellen Burstyn, etc.). Ese elenco no es una excepción en su cine sino que más bien se encuadra dentro una preocupación que ha puesto de manifiesto siempre en sus historias, se puede decir que su tema predilecto es “cómo las mujeres se las ingenian para ocupar un lugar en un mundo dominado por hombres”.
El Poder de la Moda es un compendio de los intereses desarrollados en otros films de la realizadora, pero es también una gran caja china de géneros: hay western, thriller, comedia, melodrama y hasta una atmósfera de terror en una serie de flashbacks bien sombríos desde la fotografía de Donald McAlpine (Depredador), los cuales narran en cuentagotas el porqué de la ausencia de Myrtle/ Tilly (Kate Winslet) tras un episodio confuso en torno a la muerte de un niño. Su regreso en 1951 (dos décadas más tarde) a Dungatar, en Australia, la reencuentra con el corazón de un pueblo resentido que destila odio hacia ella y también hacia su madre, Molly (interpretada por la notable Judy Davis). Tilly ya no es Myrtle, la niñita polvorienta y miedosa que fue desterrada, sino una suerte de embajadora después de haber estudiado en las capitales de la moda. Pronto las mujeres del pueblo la buscarán para elevar su clase a partir de la confección de vestidos de “haute couture”.
La transposición de la novela de Rosalie Ham (uno de los coguionistas es el propio Hogan) resulta despareja por su discurrir en varios géneros y tonos, pero su mayor debilidad está en la partición de la reconstrucción de un hecho particular y una posterior revancha que parece desatarse más por un acontecimiento (o golpe bajo del guión) que por el descubrimiento de la verdad acerca de los sucesos ocurridos veinte años atrás. El mayor mérito de esta vuelta de Moorhouse está -nuevamente- en su elenco, dentro del cual habría que mencionar también a Hugo Weaving como un oficial de policía que esconde bajo su uniforme su homosexualidad. Tan solo la brillante interpretación de Davis -la única que parece manejarse a gusto con los registros de grotesco, drama y comedia casi en simultáneo- se destaca como valiosa, lo cual prueba que a veces una película fallida puede ser disfrutable al menos por un solo rasgo.
Por José Tripodero
3 comentarios en “El Poder de la Moda (The Dressmaker)”
La ví hoy, fuí a buscar info de la peli, y me encontré con esta magistral narración.
Aplausos de pie para vos. Gracias
Muy buena película, no para todos los públicos, con diferentes géneros, sátira, comedia y melodrama, hábilmente conectados, personajes atractivos , vestuario con despliegue imaginativo, y actuaciones excelentes y ajustadas, destacándose con excelencia Judy Dabies y Hugo Weaver a mi criterio como los mejores, aunque todo el conjunto encuentra el tono justo y se amalgama en un humor fino y en lo q considero un golpe bajo en la parte romantica. Excelente película y dirección acertada.
Davies