(Estados Unidos, 2015)
Dirección: Afonso Poyart. Guión: Sean Bailey y Ted Griffin. Elenco: Anthony Hopkins, Jeffrey Dean Morgan, Abbie Cornish, Colin Farrell, Xander Berkeley, Marley Shelton, Janine Turner, Kenny Johnson, Sharon Lawrence, Matt Gerald. Producción: Thomas Augsberger, Claudia Bluemhuber, Matthias Emcke, Beau Flynn y Tripp Vinson. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 101 minutos.
Esperanza de liberación.
Una película con Anthony Hopkins como un médico con destrezas psíquicas que ayuda al FBI a atrapar a un homicida en serie nunca puede ser del todo mala, por más que esté un tanto encorsetada por clichés que se arrastran desde la época de Pecados Capitales (Seven, 1995), aquella obra maestra de David Fincher que derivó en una larga lista de exploitations símil policiales hardcore. Hoy el enlace está llevado al extremo: Hollywood adquirió el guión de En la Mente del Asesino (Solace, 2015) con la intención de que se convirtiese en la secuela del thriller protagonizado por Morgan Freeman y Brad Pitt, ante la negativa de Fincher el proyecto se transformó en una propuesta independiente, y para colmo -una vez finalizado el rodaje- el producto terminó un par de años en el freezer por cambio de manos entre los distribuidores norteamericanos, suspicacia y problemas financieros de por medio.
Vaya uno a saber cuántas personas tocaron el texto a lo largo del tiempo, pero lo cierto es que los que quedaron en los créditos oficiales son Sean Bailey y Ted Griffin, responsables de una historia mediocre aunque simpática que toma prestados -además- elementos varios de La Zona Muerta (The Dead Zone, 1983), Sueños de un Asesino (In Dreams, 1999) y La Celda (The Cell, 2000). Como en tantas otras ocasiones en el pasado, el mayor placer que tiene para ofrecer el film se reduce a contemplar el desempeño del elenco y esperar que tal o cual actor gesticule “para la tribuna” en un papel hecho a su medida, que no requiere demasiado esfuerzo de su parte porque la experiencia previa lo facilita todo: más allá del insoslayable Hopkins, un verdadero genio en su arte, aquí también contamos con Jeffrey Dean Morgan, quien últimamente se reacomodó como un héroe imprevisto de la “clase B”.
El catalizador es tan viejo como la mentira y en esencia nos presenta a los agentes del FBI Joe Merriweather (Morgan) y Katherine Cowles (Abbie Cornish) recurriendo a los servicios de John Clancy (Hopkins), ya retirado en función de la debacle personal que le trajo la muerte de su hija por leucemia. Los tres se embarcan en la cacería de un psicópata muy singular que asesina a pacientes terminales -o a aspirantes a serlo- de la manera más delicada, higiénica e indolora posible, mediante un instrumento punzante clavado en la base del cráneo. Por supuesto que Clancy se tiene que guardar para sí distintas visiones en torno a tragedias futuras de sus compañeros (para no generar más pánico del recomendable) y eventualmente descubre que la presa de turno es un colega clarividente (el tono del relato es severo y se centra en la dinámica de las muertes piadosas en pos de la liberación del dolor).
Ubicándonos en el campo del cine de género contemporáneo y de cadencia un poco trash, la labor del encargado de llevar adelante la faena, el realizador brasileño Afonso Poyart, resulta correcta y bastante prolija, ya que consigue un registro dramático parejo entre los actores y no pasa vergüenza al tener que incluir el típico vendaval de escenas en 3D con situaciones congeladas y/ o desenlaces alternativos según las reacciones de los personajes, un refrito visual a la Matrix (The Matrix, 1999) pero ahora en “modalidad suspenso”. Indudablemente la película podría haber sido mucho mejor con un guión más aceitado y una carga menor de estereotipos, los cuales terminan neutralizando cualquier atisbo de profundidad en lo que atañe a la psicología de los protagonistas. En la Mente del Asesino se impone sólo como un placer culpable para aquellos que amamos los thrillers y nada más…
Por Emiliano Fernández
La muerte digna.
A veces sucede que vemos películas que no se corresponden con el marco temporal en que son producidas, que dan la sensación de ser obras que en alguna época pasada hubieran ofrecido un golpe de efecto mucho más certero. Algo de eso sucede con En la Mente del Asesino (Solace, 2015). Los agentes del FBI Merriweather (Jeffrey Dean Morgan) y Cowles (Abbie Cornish) se encuentran tras la pista de un asesino en serie con un modus operandi sumamente particular, y para ello solicitan la ayuda de John Clancy (Anthony Hopkins), un psíquico que en el pasado ha sabido ayudar exitosamente a las fuerzas de la ley a resolver casos complicados.
La trama sigue la típica estructura de los film criminales, donde cada víctima entrega una nueva pista sobre el asesino, al mismo tiempo que aquellos que persiguen dichas pistas comienzan a involucrarse más de lo debido, poniendo sus propias vidas en riesgo. Decimos que es un film que parece sacado de otra época, más precisamente de los 90, similar a Pecados Capitales (Seven, 1995) y El Coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999), en particular por la forma de plasmar en pantalla la relación entre los detectives, los modos elusivos del asesino y la dosificación de información que va dando forma al rompecabezas.
Las referencias a Pecados Capitales no son para nada fortuitas. El guión de este film se había pensado inicialmente como una continuación directa de aquella, pero ante la negativa del director de la película original, David Fincher, se optó por cortar -de la mejor manera posible- los nexos. Este es un film que estuvo dos años “cajoneado” en busca de un distribuidor que aún sigue esperando en Estados Unidos, su país de origen. Para los curiosos que noten algo fuera de lugar en el poster promocional de la película (bastante evidente), vale aclarar que estamos ante uno de los síntomas típicos de esas producciones que sufren contratiempos, reescrituras, problemas de distribución, etc.
El giro novedoso que se le intenta dar desde la impronta “psíquica” es un arma de doble filo: por un lado busca aportar un poco de aire fresco al subgénero detectivesco, y por el otro las visiones propiamente dichas del psíquico terminan por adelantar demasiadas pistas referentes a la resolución del conflicto. No vamos a decir que espoilea el final pero va brindando, premonición tras premonición, una idea bastante clara de cómo podría decantar el final. Este poder permite al psíquico ver posibles resoluciones alternativas para diversos escenarios hipotéticos, pero el film por momentos abusa demasiado de ese recurso y se pierde un poco el factor sorpresa.
El misterioso asesino, interpretado por Colin Farrell, tarda demasiado en hacer su aparición dentro del relato: sin duda la película podría haber aprovechado sus ricos intercambios con Clancy si hubiese contado con más escenas que los unan. En una segunda línea de lectura, el film de Afonso Poyart intenta poner sobre la mesa el dilema de la eutanasia y el derecho a una muerte digna, pero en pos de agregar una mayor cuota de dramatismo al relato, se pierde esa intención inicial de plantear un debate sobre el fin de la propia vida.
En resumen, tenemos un film con un guión poco inspirado y una trama que dista de ser novedosa, cuyo mayor punto a favor radica en contar con buenos actores que saben hacer su oficio, pero a la vez se topan con una obra que no se anima a hacer algo distinto y se conforma con cumplir los mínimos requerimientos del género.
Por Alejandro Turdó