—¿Vio la última película de Almodóvar, Pauline?
—Yo ya no puedo ver nada, Humberto.
—Ya sé, ya sé… pero usted está siempre al tanto de todo.
—Vaya al punto.
—Es que… se ha vuelto tan solemne. Justo él.
—Pero ¿qué pretende usted? ¿Qué se quede a vivir para siempre en la movida madrileña? ¿Qué mantenga el mismo espíritu de “Pepi, Luci, Bom” o de “Matador”? El tiempo pasa. Y envejecer es una costumbre/ que suele tener la gente. ¿O quiere que haga lo mismo que Woody Allen?
—No, no, mejor que eso no…
—Me refiero a repetir una y otra vez esos chistes anacrónicos de sus últimos fracasos. A usar personajes de hoy, jóvenes, que no usan celular y tararean a Cole Porter. Patético.
—Le hablo de otra cosa. Buñuel y Berlanga conservaron, hasta en sus últimas películas y por grave que fuera el tema, un humor personal… ese humor… ¿cómo es ese adjetivo que usan ustedes los críticos?
—Filoso.
—¡Eso! Ese humor filoso, propio de su estilo. El mismo a lo largo de sus obras. Y no se repetían.
—No me estará comparando usted a Berlanga y al gran Don Luis con…
—No le comparo nada, Pauline. Digo que Don Pedro se ha puesto demasiado solemne. ¿Se imagina usted a Chus Lampreave en “La habitación de al lado”? Imposible.
—Ella ya no está. O mejor dicho, está de mi lado. ¿Cómo es la frase que usan en la tierra?
—En otro plano.
—Eso. En otro plano. Que nada tiene que ver con los cinematográficos, por suerte.
—Tampoco es posible imaginar a Chus hablando en inglés. Encima eso… Otra película de Don Pedro hablada en inglés… qué cosa extraña…
—¿Oyó alguna vez hablar de “mercado”?
—Sí, sí… a diario, desgraciadamente.
—Antonio Banderas, que vive en su mismo plano, hace rato que habla en inglés y vende perfumes. ¿Usted hubiera preferido que se quedara haciendo “La ley del deseo 2, 3, 4…” mientras envejece? ¿Le gustaría también atesorarlas en VHS? Disculpe, Humberto, pero lo veo nostálgico, y la nostalgia es una de las peores formas de la vejez.
—Le hablo de directores, Pauline.
—Por favor, no me haga enumerarle la lista de directores extramuros de Hollywood que terminaron en la lingua franca. Lo nuestro es una charla informal, no una monografía infinita y aburrida.
—Pero una cosa son los que adoptaron el inglés por necesidad, escapados de la guerra, y otra…
—¿Otra qué? Me parece que nunca oyó hablar de mercado entonces… Ni de las nuevas formas de guerra.
—Para estar en otro plano la percibo muy filosa, Pauline.
—¿Y Conrad? ¿Y Nabokov? ¿También claudicaron? C’mon, dear, distiéndase, cómase un croissant, usted que puede… Y mire que lindo paisaje nevado que tenemos ante nosotros en la carretera. Nunca verá un paisaje tan hermoso en su plano, y menos en su hemisferio.
—Qué difícil se pone a veces, Pauline. Yo quería hablarle de estilo. Y sostengo que la solemnidad mata el estilo. Todavía recuerdo esa gran reunión de prensa en el hotel Plaza, cuando vino Almodóvar por primera vez a Buenos Aires. ¿Sabe cómo les puso fin a las preguntas después de casi una hora divertidísima? Se levantó y dijo: “Ahora vosotros me disculparéis, pero tengo que irme a follar”. Hace poco lo vi, el pelo blanco, hablando de la eutanasia…
—Su nostalgia es patológica, Humberto. ¡Qué he hecho yo para merecer esto!
—¡Ahí la agarré! También usted, en su corazón, lleva sus películas de antes…
—Es que ya ni me habla de solemnidad sino del inevitable paso del tiempo. ¿Se lo imagina diciendo lo mismo ahora al fin de una conferencia? Sonaría como un viejo verde desubicado…
—De ninguna manera, Pauline. Tampoco lo dijo en serio en aquel momento: el lenguaje, cualquier forma de lenguaje, es el estilo.
—Tanto no cambió entonces. El sexo y la muerte son casi lo mismo, le hablo con conocimiento de causa.
—Hoy está fatal, Pauline. No sé cómo hacer para que me entienda. Mire, dejemos de lado esta discusión. ¿Qué le parece si, en honor al Almodóvar de los buenos tiempos, pongo acá en el coche un bolero de Chavela?
—¿En pasacassette o en magazine?
—En Spotify.
—Ah, pero mire qué moderno está…
—¿Cuál le gusta?
—No, deje, mejor no, a ver si se me acaramela y yo ya no estoy para esas cosas. Le recuerdo que estamos en planos distintos.
—De acuerdo, pongo algo de Bruckner.
—Mejor…
—…
—A propósito de lo que me venía hablando, Humberto… Usted también cambió mucho.
—¿Por qué lo dice?
—Ya no hace más las bromas de antes, que tanto le celebraban.
—Es cierto, Pauline.
—¿Y por qué?
—Usted debería saberlo mejor que nadie. A cierta edad, el carnaval va por dentro.
(Humberto Seco, “Diálogos con Pauline Kael en un automóvil, bajo la nieve”).