F1 es la última película de Joseph Kosinski, el director de Top Gun: Maverick, y está protagonizada por Brad Pitt, Javier Bardem y Damson Idris. Cuenta el regreso de un piloto casi retirado llamado Sonny Hayes a la Fórmula 1 después de haberse alejado de la competición a raíz de un accidente. Es reclutado por Ruben Cervantes, el personaje interpretado por Javier Bardem, que dirige un equipo medianamente nuevo hasta ahora sin ningún punto en la competencia. El equipo cuenta, además, con una joven promesa del automovilismo, Joshua Pearce (Idris).
La historia es conocida: el hombre con experiencia junto —y versus— al joven talentoso. En términos dramáticos la película se asegura de saturar todo posible vínculo humano, cada relación entre personajes —incluso muy secundarios— está atravesada por una fuerte carga dramática, no deja respiro. Es decir, aquel vigor de la maquinaria Hollywood, sus engranajes siempre aceitados, se presenta con tal minucia que desborda todo elemento del film. Kosinski intenta enfatizar en cada personaje secundario una derrota personal, algo que debe ser superado y por lo que deben trabajar para superarlo; pretende que esa multiplicidad de conflictos dramáticos repercuta en la primera historia y la enriquezca. Pienso, por ejemplo, en la chica del pit stop —su frustración radica en una serie de errores que demoraron al vehículo en una carrera— en Kate, la diseñadora —en su diseño hay algo que falta para que el auto atraviese las curvas con mayor velocidad— y en demás ayudantes. Si bien esta decisión es una forma de señalar la importancia de los trabajadores alrededor del piloto (por momentos, la película pareciera poner en duda el postulado No es la máquina, es el piloto; o en todo caso busca su reformulación: No es la máquina, es quienes la construyen y el piloto), a su vez transforma al film en un terreno de superaciones personales de muchos personajes donde las carreras en sí terminan siendo un comentario, una nota al pie o, en instancias más avanzadas, el núcleo donde la resolución de esos conflictos se condensa.
Esto último suena bien, y seguramente sea el horizonte que cualquier guionista con manual de estructura dramática a mano busque alcanzar. Sin embargo, en términos estrictamente visuales, termina siendo desfavorable. Esto se puede clarificar poniendo F1 en contraposición con Le Mans, el film de Lee H. Katzin —esta sí, una gran película de automovilismo—. En principio, un pequeño ejemplo: las llegadas de los autos a los pits. En el film de Kosinski la mirada está puesta sobre los rostros de los técnicos, su preocupación y su esfuerzo por hacer bien el trabajo. En Le Mans, en cambio, vemos con detenimiento las partes del auto que están siendo arregladas, o las cubiertas que están siendo cambiadas. Es una leve diferencia pero que se traslada a la totalidad de ambas películas. F1 está menos preocupada en cómo se filma una carrera que en cómo la viven todos los personajes involucrados. En Le Mans, en cambio, lo que importa es la materialidad de cada auto en movimiento, su relación en el espacio con los demás y, sobre todo, la velocidad. F1 tiene una buena cantidad de planos cenitales filmados con drones que increíblemente transmiten lentitud, hacen ver aquellas máquinas como autos chocadores. Nada más alejado de la potencia de Le Mans, sus largos tiros de cámara con teleobjetivo, su pulsión por lo físico. Lo dice el personaje de Steve Mcqueen: Cuando estás corriendo… es vivir. Cualquier cosa que pase antes o después es solo la espera. Y esa línea condensa la voluntad misma de la película, cualquier situación fuera de la pista es casi irrelevante, apenas se entienden las relaciones entre los personajes y sus preocupaciones; nada de eso importa. A F1 le importa demasiado, y se preocupa más en reiterar planos de Brad Pitt o de Damson Idris dentro del auto que lo espacial de la pista, aquello que sucede por fuera y que es la carrera. El cine tiene la posibilidad de expresar su tendencia frenética, está incorporada en su naturaleza la propagación del movimiento. Kosinski parece pasar por alto esto, sus carreras son más bien tímidas, llenas de rostros que observan y caras que manejan. Pienso con agrado en Días de trueno, de Tony Scott.
Por otro lado, la música de F1 aturde más que armonizar. No solo debido a la presencia de Hans Zimmer sino también por el soundtrack de canciones —compuestas por artistas populares actuales— que desentona enormemente. Hay una serie de coincidencias, una sumatoria de malas decisiones —la música es solo una más de ellas— que desorientan, parecen no encajar con el tipo de película que F1 prometía ser. Allí su gran distancia con Top Gun: Maverick que supo ordenar cada elemento con elegancia. Quizás son decisiones que excedían a Kosinski, incluso en la organización de la puesta en escena de las carreras: quizás no. Lo cierto es que la película aparece como desbalanceada, saturada de conflictos dramáticos que jamás compensan la falta de vehemencia de su imagen fundamental: autos que compiten a toda velocidad entre sí.
(Estados Unidos, 2025)
Dirección: Joseph Kosinski. Guion: Ehren Kruger. Elenco: Brad Pitt, Javier Bardem, Kerry Gordon, Shea Whigham. Producción: Jerry Bruckheimer, Dede Gardner, Lewis Hamilton, Jeremy Kleiner, Joseph Kosinski, Chad Oman, Brad Pitt. Duración: 155 minutos.
1 comentario en “F1: La película (F1: The Movie)”
¿Ya se sabe cuando se estrena F2?