Hace unos meses, un amigo fue convocado para formar parte de un comité de selección de proyectos para unas becas de proyectos cinematográficos. Me contaba que se sentiía condicionado, porque desde la fundación que lo financiaba les pedían que haya paridad de género entre los proyectos elegidos. Otro conocido, programador de un festival, me decía que tuvo que privilegiar la inclusión de directoras mujeres por sobre su gusto personal. Cuando escuché estas dos historias, mi primera sensación fue que algo no estaba bien. ¿Cómo podía ser que el principal criterio para la selección de proyectos o películas no sea el de la calidad? ¿No se estaba perjudicando así el prestigio de esos eventos, al condicionar de esa manera sus respectivas selecciones? ¿Y no implicarían esas decisiones, en contra de lo que se podría suponer, una actitud en contra del reconocimiento de igualdad de derechos entre las mujeres y los varones? ¿No se estaría cayendo en un comportamiento paternalista y demagógico que, lejos de implicar un reconocimiento de derechos, no hacía otra cosa que probar la posición hegemónica del hombre sobre la mujer?
Pasaron varios meses de eso. Hoy pienso distinto. Creo que es necesaria y urgente la existencia de un cupo femenino en la selección de proyectos cinematográficos y películas, sobre todo en eventos o concursos que dependen de organismos públicos, pero también en los privados. En todo caso, me doy cuenta de que lo que realmente me molestaba de lo que me contaban mis amigos era que esas condiciones de cupo femenino no estaban explicitadas en las bases. Ahí se cometía una injusticia: en no transparentar el deseo de esos eventos por llegar a una paridad de género en la selección.
¿Pero qué pasa entonces con el costo que podría pagarse en cuanto a resignar calidad para poder alcanzar la equidad? No pasa nada. Primero, porque los criterios de calidad son subjetivos. Todos sabemos que los comités de selección, sobre todo cuando estamos hablando de una actividad artística, se equivocan muchas veces y han cometido injusticias desde el principio de los tiempos. Alguien podría argumentar que es distinto equivocarse desde un criterio personal pero libre y otra cosa es equivocarse por una imposición reglamentaria. Es cierto, pero no olvidemos que todo reglamento impone limitaciones y condicionamientos. Supongamos, por ejemplo, que el comité de selección de Cannes recibe un año quince películas francesas que considera excelentes, ideales para formar parte de la competencia oficial, aun en la comparación con las que recibió de todo el resto del mundo. ¿Qué pasaría, en ese caso, si decidieran programar a esas quince películas francesas, dejando los otros cinco lugares para el resto del mundo? Sería un escándalo. Bueno, algo parecido sucede todos los años en la mayor parte de los festivales y concursos. Y no pareciera ser un escándalo. Los jurados y comités de selección suelen considerar que son muchos más los proyectos y películas dirigidos por hombres en mejores condiciones de ser seleccionados. Y es muy posible que, si existieran criterios objetivos, tengan razón. Pero sostener el criterio de la calidad, sin aceptar que hay una injustica explícita en el hecho de que no haya paridad, es ayudar a que ese statu quo se perpetúe. Además, es evidente que implica una limitación en la variedad de miradas posibles sobre el mundo que el cine podría ofrecer y no lo está haciendo. Es notable que no nos parezca raro, que no nos parezca una deformidad, ese porcentaje mucho mayor de hombres dirigiendo películas, cuando la población de mujeres y hombres en el mundo es equivalente. Si la imposición de cupos en los lugares de decisión importantes ayudan a reparar esa anormalidad, bienvenida sea.
Otro argumento en contra de la paridad es que la cantidad de proyectos y películas presentada por hombres suele ser mayor que la presentada por mujeres. Esto es así no por causas naturales y fatales, sino precisamente porque existe una injusticia en la repartición de roles en lugares de poder en todo el mundo. Es precisamente por eso, porque se presentan menos mujeres que varones, que imponer un cupo femenino se hace indispensable. Es también una herramienta para fomentar los proyectos dirigidos por mujeres, alentarlas a que se animen más, a que desafíen la injusticia. No es lo único que hay que hacer, pero tal vez sea la medida más efectiva en el corto plazo para empezar a equiparar las cosas.
¿Esto podría generar que se hagan más películas malas dirigidas por mujeres que antes? Sí, puede ser, pero como me decía hace poco Celina Murga, ¿acaso no hemos visto ya muchas películas malas dirigidas por hombres? No va a ser tan grave ver algunas películas malas dirigidas por mujeres. Además, al menos en la Argentina, el nivel promedio de las directoras mujeres suele ser mucho más alto que el de los directores varones. Está claro que a las mujeres les cuesta más llegar a dirigir, por lo que saben aprovechar mejor cada oportunidad, con más esfuerzo y más responsabilidad.
La discusión acerca de este tema reapareció en estas últimas semanas, frente a la publicación de la convocatoria del INCAA para el concurso Raymundo Gleyzer de desarrollo de proyectos y frente a la inminencia de otros llamados a concurso. Se está contemplando, en todos los casos, un cupo femenino del 50% en la conformación de los jurados, pero ninguno para la selección de proyectos. Ojalá las autoridades del INCAA se animen a dar un paso histórico y acepten el reclamo que están haciendo diversas entidades en este sentido. Pero creo que sería un error pedir un cupo de 50%. ¿Qué pasaría si frente a la selección de proyectos para alguna de las cateogrías hay más de directoras mujeres que de varones? Mi propuesta es que el comité esté obligado a premiar al menos 50% de proyectos dirigidos por mujeres. Si son más que la mitad, mejor aún. Se estaría empezando a reparar una injusticia que ya lleva siglos.
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