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CRÍTICAS - CINE

Godzilla y Kong: El nuevo imperio

MONSTRUOS QUE NO SON TAN MONSTRUOS

La nueva Godzilla y King Kong no es una película de monstruos. Hoy en día la demanda del espectador es exponencial a las emociones puras que suscitan el cine o cualquier entretenimiento en él. Por eso los villanos ya no son tan villanos, los dioses no son tan dioses y viniendo al caso, los monstruos no son tan monstruos. Dicha demanda cierra en la simple y llana tarea de elevar los sentimientos y para ello hace a un lado el material trascendente o simbólico o representativo y se instaura en posición de soldado cuyo fuerte a proteger es todo aquello que despierte la emotividad del espectador menos demandante (que hoy en día son más y más y eso es alarmante). Volvamos: los villanos no son tan villanos porque nos empalagan con las victimizaciones sistemáticas de hoy en día (ej.: el insoportable e histriónico Joker de Joaquín Phoenix), los dioses no son tan dioses porque queremos que su trascendencia y empleo mítico sea rebajado a la del habitante urbanita común y corriente que comprende la sociedad moderna (en una época cínica que festeja la parafernalia de dicha modernidad) y que podemos ver en las películas de superhéroes actuales o llegando a lo que nos compete en éste texto, los monstruos que no son tan monstruos porque ya no responden a dicho empleo mítico y poético que ensombrece la cuestión (el monstruo siempre responde de forma simbólica a nuestros miedos subconscientes así como sociales y políticos) y que en cambio, se enfatiza en la humanización de dicha figura tan representativa. Esto afecta poderosamente (más allá muchas otras decisiones narrativas y estéticas zonzas) a Godzilla y Kong: El nuevo imperio, película que cierra por competo el sentido de lo que denominaremos como los monstruos que no son tan monstruos.

Acá vuelven varios personajes de la película anterior, incluyendo a la doctora Andrews (interpretada por la siempre eficiente y bella Rebecca Hall), el nerd Bernie Hayes (Brian Tyree Henry) o la pequeña Jia (Kaylee Hottle), sumándose un par de personajes más que sirven para ¿contar? el resto de la ¿trama?, que en resumidas cuentas es la de unos monstruos digitales que batallan ya no deliberadamente respondiendo a un instinto animal salvaje y biológico, sino porque en este tipo de sagas, los monstruos vienen más civilizados que nunca y hasta unen fuerzas para vencer a un enemigo en común y opresor que domina ese otro mundo que esconde el centro de la tierra. Si este bicharraco símil macaco Planet of the Apes logra salir a la superficie, los humanos van a correr muchísimo peligro. Bah, no sabemos qué tanto porque a juzgar los destrozos que ya hacen Kong y Godzilla por mantener un supuesto orden y defendernos, la mitad de la población mundial parece quedar sepultada bajo los escombros. Así confirmamos que su historia es una mera excusa (torpe, fácil) para mostrar una parafernalia de efectos especiales que, además, ni ahí están al nivel de las expectativas que puede manejar el espectador sobre una obra como esta.

El film maneja todos los vicios habidos y por haber del cine mainstream actual y lo que es peor, los potencia en un ridículo intento de llegar a lo hiperbólico. Pero sabemos que no es tan inteligente para esto, por lo que nos queda solo entender que más allá de su desesperada carrera por conectar con los fanáticos de la saga, no existe una valoración que trascienda su técnica irresponsable y llana, hasta el punto de no poder hacer más que un film colmado de información visual y que, paradójicamente, llega a sobrecargar las posibilidades interpretativas de quienes lo vean, más que sentir fascinación o asombro por ello. Porque desde el minuto uno y sin suspenso y climas que valgan la pena y nos mantengan en una atmósfera capaz de romper oportunamente con su mecánico trucaje especial, su idea de lo espectacular aparece y desaparece sin más. Recuerdan sino el vaso con agua que precede la llegada del mítico Tiranosaurio Rex en  Jurassic Park, por dar un ejemplo perfecto y, además, económico sobre cómo construir climas. O el escalofriante sonido que hacían las colosales máquinas en la aterradora y oscura remake de Guerra de los mundos antes de atacar (casualidad: ambas de Steven Spielberg). Sin ir más lejos, hasta en la híper atrofiada Godzilla (1998) de Roland Emmerich, existía una construcción paulatina antes de revelar a la criatura, para, luego, estremecer con su aparición (aun teniendo en cuenta los malos resultados de la obra). Olvídense de eso. Acá los bicharracos aparecen, gritan, rompen todo, escupen y cagan desde el momento cero. Y lo que es peor, no hay casi una sola escena donde no rujan ante cámara, casi como un loop digital vago y repetitivo que reemplaza la falta de ideas y neuronas que hay en toda la película. Sí, entendemos que responde ante un espíritu de clase B en donde los humanos deben de escapar de un lugar x, intentar sobrevivir y salvar las papas, sea cual sea el problema que se plantea.  La sencillez de una historia siempre es bienvenida, pero hay que saber dar con la tecla para que la melodía simple resalte por sobre la media. De lo contrario se pierde en un maremágnum visual y sonoro insistente y superficial.

Menos que menos cuando la representación de los monstruos se pierde en pos de la humanización a la que son sometidos y, por qué no, nos someten también a nosotros. Kong más que un gorila aterrador de 90 metros es una especie de boxeador que con un guante mecánico (ver para creer) imparte trompadas, patadas y tomas de Jiu-jitsu a cualquier cosa que se mueva y supere los 50 metros de altura. Acá el monito se comunica inteligentemente con señas (oh, bienvenido lenguaje inclusivo), hace gestos graciosos, emplea un hacha gigante y luminosa y corre en busca de su viejo enemigo Godzi, ahora amigote y simpático lagarto Juancho que utiliza el Coliseo Romano como cunita para dormir, símil gatito cute parido por videos de TikTok o Instagram. Si, parece un chiste, pero no. Nada más alejado de la realidad. Con decir que Titanes del Pacífico de Guillermo Del Toro parece una obra sobria de autor, entendemos para dónde pueden apuntar los resultados de esta supuesta Monster Movie a la que además le impregnan una impronta de aesthetic ochentera que ya quedó un tanto pasada de moda (la sobrecarga de colores, los hits radiales de aquellas épocas, la banda sonora a puro synthwave, etc) y que parece querer recobrar el espíritu de ciertas películas de evasión de esos años locos. Por su parte los personajes de carne y hueso no corren mayor suerte y son apenas un artefacto más en este ejercicio ultra pasado de revoluciones y presupuesto.

Su director, Adam Wingard, es un tipo con oficio que hizo muy buenas películas, como es el caso de You´re Next y The Guest, pero que acá parece despojado del control que lo caracteriza como en dichas obras. Eso sí, también hizo la tercera parte de El proyecto Blair Witch y la Godzilla vs. Kong anterior, dos películas en donde el director pedía a gritos una brújula que lo guíe por buen camino, porque, seamos sinceros, son una peor que la otra.

Ojo que Godzilla y Kong: El nuevo imperio al menos no aburre, pero su abrumadora parafernalia visual, apoyada por momentos que pueden hasta causar vergüenza ajena y su inverosimilitud infantil, le juegan tan en contra que más que ir al cine y presenciar una buena película de monstruos asistimos a una de los Power Rangers con $ 200 millones de dólares de presupuesto en donde el vale todo (el peor de los síntomas del mainstream actual) cala tan alto y extremo como el tamaño de los bicharracos que se pasean por aquí.

(Estados Unidos, 2024)

Dirección: Adam Wingard. Guion: Terry Rossio, Simon Barrett, Jeremy Slater. Elenco: Rebecca Hall, Bryan Tyree Henry, Dan Stevens, Kaylee Hottle, Alex Ferns. Producción: Alex Garcia, Eric McLeod, Mary Parent, Brian Rogers, Thomas Tull. Duración: 115 minutos.

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