(Italia/ Argentina, 2015)
Dirección y Guión: Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis. Elenco: Ercole Colnago, Bruno di Giovanni, Ugo Farnetti, Giovanni Morichelli, Orso Pietrini. Producción: Tommaso Bertani. Distribuidora: Cine Tren. Duración: 70 minutos.
Antropología del ostracismo.
He aquí una verdadera rareza del séptimo arte, una que no sólo aprovecha al tópico de base sino que además va abriendo su abanico discursivo a medida que avanzamos en el metraje, revelando nuevas capas. Il Solengo (2015), la ópera prima de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, combina las estructuras de los documentales expositivos y observacionales para analizar un tema aparentemente sencillo que en el fondo guarda muchas sorpresas: el trabajo hace foco en las tribulaciones y la idiosincrasia de Mario de Marcella, un ermitaño que vivió en la zona circundante a Vejano, una pequeña localidad italiana, y que dejó una marca perdurable en los vecinos del lugar, hoy por hoy todos señores mayores que de a poco construyen un retrato minimalista -aunque algo desfasado- del susodicho. De hecho, la potencia retórica del film reside en su carácter colectivo y tangencial, cercano al epitafio.
Como en esas epopeyas en las que un antihéroe es marginado a los límites de su comunidad para luego convertirse en un lunático, un “perdedor” que está en el centro de la gesta de turno, las anécdotas sobre Mario dan cuenta de características muy coloridas en torno a su reclusión, su pasado y todo lo referido al misterio detrás de su condición de apóstata social (descubrimos que durmió en una cueva durante décadas, que poseía una huerta, era de pocas palabras y que supuestamente su madre le inculcó esta aversión para con el resto de los mortales). Las entrevistas vía relatos en primera persona se unifican con la dialéctica del rumor y el inefable “dicen que dicen”, una mixtura en la que también entran las tomas contemplativas de la belleza natural, las casas y los pueblerinos en sus labores diarias, un esquema artesanal que parece de avanzada comparado con la rusticidad y lejanía de Mario.
El anclaje narrativo de la película encuentra sus armas principales en la encrucijada entre la memoria compartida del todo social y la ausencia del gran protagonista, cuya existencia se va articulando mediante la superposición de “retazos de vida” que sólo en su sumatoria total adquieren verdadero sentido. Como si se tratase de una aproximación antropológica al ostracismo y la mitologización, la figura de Mario permite examinar tanto el sentir estándar del interior rural como su versión extrema, la que hace del vagabundeo y la misantropía sus insignias. Así las cosas, la riqueza de Il Solengo pasa por la comunión entre las historias de los ancianos que convivieron con el retratado y el poderío de la fotografía de Simone D’Arcangelo, siempre aportando el marco estético apropiado para un cúmulo de recuerdos que por suerte evitan caer en la nostalgia por la nostalgia en sí y nunca descuidan al humor.
Sin dudas la frutilla del postre es el desenlace, el cual recupera esa vieja tradición orientada a resignificar lo visto con anterioridad y trazar nuevas correlaciones entre los sujetos (léase, las fuentes de la información) y sus recursos simbólicos para aprehender la realidad que los rodea (el delirio popular y las contradicciones nos acercan a un panorama de una enorme profundidad, ya que las confidencias de los entrevistados en ocasiones resultan equivalentes -en términos de su amplitud retórica- al enigma de base y sus paradojas). Precisamente, la comprensión mediada por la cultura y la perspectiva individual, cuyos ojos gustan de posarse en el “diferente”, constituye el eje de una experiencia atravesada a su vez por la oralidad, un folklore que se fue perdiendo dentro de la marejada del fetichismo tecnológico de nuestros días, en el que sólo prima la mendacidad y los huraños parecen ya no existir…
Por Emiliano Fernández