Judíos Por Elección (Argentina, 2011)
Dirección, Investigación, Guión y Producción Ejecutiva. Matilde Michanie. Prensa: Bucky Butkovic. Duración: 85 minutos.
“Cuando alguien se acerca para convertirse (al judaísmo) le pregunto ¿no tiene ya suficientes problemas?”, comienza diciendo con cierta ironía el rabino Sholem Aleijem. De esta forma inicia este documental dirigido por Matilde Michanie, guionista, realizadora y productora de documentales, egresada en Alemania donde residió y ejerció durante varios años.
En esta oportunidad Michanie nos ofrece un retrato sobre la búsqueda espiritual de aquellos que desean convertirse al judaísmo por decisión propia, aún lejos de sus tradiciones familiares. A través de una serie de entrevistas a distintos hombres y mujeres conversos que residen en Argentina e Israel, como así también a rabinos pertenecientes a las distintas corrientes judías, la directora rompe las barreras de la ignorancia que existe alrededor de esta creencia o “estilo de vida” como argumentará uno de los entrevistados.
Centrándose casi de forma exclusiva en intentar de desentrañar las razones ocultas detrás de semejante elección, tanto desde la mirada de la cámara como desde el guión, el documental no cae en los lugares comunes por los que se suele transitar cuando se intentan abordar aspectos relacionado con el judaísmo. Aunque en parte fue rodada en nuestro país y en Israel, los espacios se convierten en algo anecdótico, familiarizándonos más con las historias narradas por sus propios protagonistas y convirtiendo a los rostros de los entrevistados en el paisaje mayor relevancia, desde primeros planos abarcativos que inducen al interrogante sobre el propósito del film.
“Llegué a pensar que estaba loca” dice Sylvia, y su hija adolescente pareciera explicarse por ella “no me imagino viviendo de otra manera”. Y como ellas ninguno encuentra las palabras exactas y racionales para responder al interrogante, o como sentencia Iosef “Todo comienza con un sentimiento”. En este documental apenas se habla del antisemitismo, de la mirada ajena y prejuiciosa, pareciera no existir lugar para el odio cuando todos los testimonios convergen en un mismo punto de paz hallada, aún cuando los caminos transitados son amplios y diversos. Tanto pareciera interesarse la directora por estos aspectos que no aborda la temática desde una mirada antropológica sino desde una más sensible.
El filme avanza tranquilo con planos que retratan la cotidianeidad de un practicante judío y echando luz sobre todas las tareas y pruebas que debieron atravesar cada uno de estos hombres y mujeres, acentuando su calma por una bella y melancólica música tradicional compuesta por Fernando Manuel Diéguez, dividido por fragmentos del Toráh que dan pie a cada bloque, y que nos termina hablando de un amor (y temor) a Dios que en algunos momentos logra llegar al espectador. Un filme que nos enseña sobre el gran sacrificio que implica querer pertenecer a una religión que no busca adeptos, como reza su sinópsis, y cuya corriente ortodoxa prohíbe la conversión en nuestro país desde 1920. Un arduo camino hacia una nueva vida repleta de leyes y restricciones, un difícil camino hacia una repatriación espiritual.