Dualidad extrema.
La Chica Danesa es una buena película, pero podría haber sido mucho mejor si no hubiera caído en la modalidad típica de Hollywood de convertir interesantes historias en melodramas novelescos, llevados a algún punto de empalague, donde queda relegado el tema tratado.
Dirigida por Tom Hooper, basada en la novela homónima de David Ebershoff, relata las vidas de Einar Magnus Andreas Wegener y Gerda Marie Fredrikke Gottlieb, un matrimonio dedicado a la pintura, en las primeras décadas del siglo XX; él gozando un poco más de fama y reconocimiento que ella, hasta que la historia dará un giro dramático que cambiará no solo esa realidad artística, sino también la vida de ambos para siempre.
Einar siente un profundo apego por la vestimenta femenina. Sus atenuados gestos masculinos se transforman al rozar sus manos con vestidos, pañuelos de seda, medias de satén y todo aquello que represente la suavidad y sensualidad del mundo femenino. Este será el principio de un cambio radical: tras un juego con su mujer de posar vestido con su ropa, encontrará tanta comodidad en ello, que lo comenzará a repetir hasta convertirse en Lili Elbe, cambiando su manera de vestir y también adoptando una nueva identidad sexual.
Motivado por el placer que experimenta siendo Lili, dejará de lado todo aquello que lo identifica con su rol masculino y transitará un camino cruel con el fin de someterse a una cirugía de cambio de sexo; es de hecho esta historia una de las primeras operaciones que se llevo a cabo, teniendo un nivel de riesgo altímisimo. Su mujer, contra cualquier pronóstico, permanece a su lado todo, acompañándolo en cada decisión y llevando adelante una vida con un marido que ya no siente su género masculino como válido para continuar viviendo así.
Existe una belleza poética en la caracterización del actor Eddie Redmayne (posiblemente no se lleve el Oscar este año, como lo hizo por su interpretación magistral de Stephen Hawking en La Teoría del Todo), pero realmente es destacable la composición que hace en esta dualidad que presenta su personaje; tal vez haya demasiada acentuación en sus sonrisas, pero es la clave de esa felicidad interior que emerge cuando su cuerpo coincide con lo que su alma vive.
Alicia Vikander, como Gerda, acompaña en su performance a la perfección, brindando una frescura actoral de alto nivel, esa misma que en algunos puntos de la historia se pierde en el relato.
En la balanza del análisis, subrayamos una fotografía y ambientación de alta calidad cinematográfica, pero nos queda en un bajo nivel el compromiso con la historia. Tratando un tema de índole tan controversial, falta un contexto de época, el cual seguramente ha condenado decisiones como la del personaje principal, que lleva un tormento personal no del todo reflejado en el film.
Por María Paula Putrueli