La Fuerza del Amor (The Lady, Francia/Reino Unido, 2011)
Dirección: Luc Besson. Guión: Rebecca Frayn. Producción: Luc Besson, Andy Harries, Virginie Silla y Jean Todt. Elenco: Michelle Yeoh, David Thewlis, Jonathan Ragget, Jonathan Woodhouse. Distribución: Alfa. Duración: 132 minutos
De la imagen intangible
Luc Besson ama a la mujer, indiscutiblemente. Es un director que, a lo largo de su filmografía, se ha encargado de elevar la imagen femenina a un ideal inalcanzable, incorruptible, tanto en la ficción como en sus dos biopic: Juana de Arco y su último trabajo, La Fuerza del Amor. Sin embargo, su cine de estética estilizada (no quiero usar la palabra esteticismo porque no aplicaría del todo), con cierto aire kitsch -mucho más presente en trabajos anteriores-, funciona perfectamente en la primera, dada la distancia histórica que obliga el cine épico, pero en La Fuerza del Amor le juega en contra.
Primero, porque estamos ante una historia que nos toca de cerca pese a las distancias. Birmania sufrió una dictadura que se prolongó durante 40 años y Aung San Suu Kyi (Michelle Yeoh, El Tigre y El Dragón) fue quien se enfrentó al poder dominante, trayéndoles la democracia. Salvando las obvias diferencias históricas, me atrevo a decir que estamos ante una suerte de Evita Birmana, algo que La Fuerza del Amor parece expresar con el plano de la salida de la líder al balcón para su primer discurso. Dicha escena es comparable con la del musical Evita de Alan Parker. El problema es que esta puesta en escena artificial atenta contra el film por la contemporaneidad del suceso que obliga a un realismo más tangible.
Sin embargo, la forma del cine de Besson le resta peso y dolor a las imágenes, incluso a las de gran crudeza -que tampoco abundan-, y el tratamiento que se les da termina suscitando una película de temática social emblandecida. Con esto no quiero decir que el contenido y el personaje principal no me interesaran -realmente desconocía detalles de la vida de esta mujer y tampoco estoy muy empapada de la situación político-social de Birmania- pero tuve la sensación de estar frente a una película de denuncia pensada para grandes Festivales donde buscan el tercer mundo pintoresco, que denuncia pero no duele, que muestra pero no alecciona, que dice pero no se la juega.
Por momentos, el biopic se pierde en secuencias más cercanas al policial e incluso al western -la escena inicial recuerda al viejo género en los planos, la música y el atrezzo-, lo que genera un clima de ficción en la historia, además de darle un tono en exceso melodramático (aclaro nuevamente que no estoy desmereciendo la realidad que se muestra sino la banalización de ésta) que, por momentos, llega a rozar el cliché, al utilizar cuanto recurso dramático podamos imaginar. Poética a lo Hollywood sin rastros de autor. Para mi gusto, éste no es su género; a Besson le sienta mucho mejor entretener.
Por Nuria Silva
Historia de Dos Ciudades
“Habiendo tantos personajes interesantes a lo largo de la historia, siempre filman a los mismos”. Es una frase que oí decir numerosas veces a mi padre que, al ser tan cinéfilo como yo y un apasionado de la historia, se siente decepcionado cada vez que escucha que en Hollywood deciden contar siempre las mismas historias sobre los mismos personajes.
No hay que irse muy lejos. Este es EL año de Lincoln. Primero como cazador de vampiros y después como protagonista de la futura biografía de Spielberg.
Sin embargo, existen héroes anónimos, que luchan por sus causas e ideales y que son olvidados por la industria, quizá porque ésta siente que no van a ser marketineros.
¿A qué estudio podría interesarle la biografía de Aung San Suu Kyi? Hija de un líder pacífico de Burmania, Suu Kyi es un personaje contemporáneo que lleva más de 20 años luchando contra el gobierno dictatorial de Birmania para conseguir las primeras elecciones democráticas en 50 años.
La clave de la lucha de Suu Kyi fue su propósito netamente pacífico inspirado en el idealismo de Mahatma Gandhi. Sin embargo, el mayor apoyo que tuvo fue el de su esposo, un doctor y profesor universitario británico que, pese a arriesgarse a perder a su mujer, emplea todo su tiempo en incentivarla para que siga adelante con su lucha.
Luc Besson ya no busca impactar desde el contenido visual ni revolucionar en sus narraciones. Tiene suficiente filmografía para demostrar que es un realizador arriesgado que puede cambiar su punto de vista y expectativas audiovisuales película tras película. Le interesa el entretenimiento y le preocupa contar algo.
Con La Fuerza del Amor muestra oficio y prolijidad. Bien podría tratarse de un film para televisión, pero realmente la tensión es efectiva, y la relación entre la protagonista y su marido -Michael Aris- es el pilar de la película.
Besson, además, retrata cómo vive cada personaje la soledad y la injusticia en su tierra. Aung San trata de demostrarle a los guardias que rodearon su prisión domiciliaria que la revolución puede realizarse con fines pacíficos, mientras que en Gran Bretaña Aris entabla una lucha diplomática donde queda en relieve la frialdad de los altos ejecutivos ingleses.
La solidez y la emotividad sutil -nunca forzadas ni llevadas a la sobreactuación de Michelle Yeoh y David Thewlis- se imponen sobre la historia. Los personajes son fuertes y están muy bien escritos, mostrando las contradicciones de sus comportamientos o, mejor dicho, su fragilidad y humanidad.
Si bien no toda la película tiene la misma intensidad, Besson consigue un relato ameno y agradable, crítico de las dictaduras y las naciones que deciden dar una mirada al costado. A pesar de lo que dicen otros críticos, no es una obra llena de golpes bajos, porque los momentos más fuertes los anticipa desde el principio. Sí es triste y sentimental. Tiene un par de escenas demagógicas que buscan el llanto fácil y la emoción. Pero no se siente como algo trillado ni artificialmente impuesto. Besson cumple la función de narrar de la forma más transparente posible, dejando afuera pretensiones que darían una película aún más solemne y ampulosa de lo que es.
Besson adopta, por momentos, un tono seco y no se regodea en el sufrimiento de sus protagonistas. Trata de tener una mirada objetiva. No llega a ser una obra épica como la epopeya de Richard Attemborough pero tiene un factor tensionante relacionado con el paso del tiempo. Dicho tono se parece más al que lograra 20 años atrás con su mejor película: Azul Profundo.
Reproducción excelente, puesta en escena meticulosa, actuaciones sobrias y momentos emocionales genuinos conforman La Fuerza del Amor, la cual, si bien tiene algunas deficiencias, al menos nos permite conocer una historia diferente de un personaje real que lucha por los derechos humanos.
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