Después de más de una década del estreno de Infancia clandestina, Benjamin Ávila regresa -nuevamente con Natalia Oreiro como protagonista- para dirigir un largometraje crudo, sincero y emotivo. Aquí la actriz interpreta a Andrea, una madre de familia que es despojada por la policía de su rol natural y primitivo, por lo que se torna incapacitada de cuidar a su hijo. Esta situación, la deja en una posición tan indefensa como la de él.
La mujer de la fila es una película que utiliza como base al melodrama familiar, pero lo hace provocando un quiebre en esta institución. Esta división no solo es la que permite que la historia se lleve a cabo, sino que también provoca una metamorfosis en la misma.
En los minutos iniciales de la película vemos cómo la policía allana su hogar en busca de su hijo Gustavo, quien es culpado de haber cometido un delito grave. En el transcurso del argumento sucede algo que en primera instancia debería ser impensable, pero que va a tono con el núcleo de la película.
Así es como Andrea, que empieza mirando al entorno carcelario con desconfianza y sobre todo miedo, comienza a fuerza de distintas circunstancias, relacionándose con la gente del presidio. El descubrimiento por parte de ella de una comunidad con necesidades humanas como cualquier otra termina abriéndola a un mundo nuevo. Dicha apertura no sólo termina cambiándola a ella sino también termina alterando las relaciones intrafamiliares. De este modo, el presidio más que ser un fin funciona como un limbo en donde ambos mundos (el de la familia convencional, y el de la comunidad) chocan y se mezclan.
Ahora bien, no es que la película busca romantizar a la cárcel, por el contrario la película es consciente de las personas afectadas y su dolor, tanto de los presidiarios como los familiares que deben visitarlos. Lo que sí sucede (y la película es convincente al respecto) lo que al principio se señala como un mundo bárbaro, termina siendo una comunidad más educada y compasiva que el señalado como el “civilizado”, el entorno de familiares y amigos que rodea a Andrea. Hay una escena en específico en donde el personaje se junta con sus amigas de toda la vida para poder tener un tiempo de ocio en medio del infierno que está atravesando. Es aquí que su entorno, ya consciente además de la situación de Andrea, busca “ayudarla” a partir de una colecta de dinero que hicieron sin su consentimiento, haciendo aún más pública la causa de su hijo. Como si estos personajes sintieran la necesidad de cooperar pero humillando a su amiga en el proceso.
La metamorfosis no es un fin, es un recorrido, un descubrimiento que la madre tiene durante el film en donde se da cuenta de que todo lo que la rodea es una apariencia y no un sostén real. Esto se refleja poco a poco en el aspecto de Natalia Oreiro, en la primera escena es sinónimo de una madre de familia de clase media. Pero poco a poco ella va perdiendo, o mejor dicho, se va quitando cosas como lo son sus aretes o diferentes tipos de prendas, que la van a igualar a las demás mujeres de la fila.
La puesta en escena muy inteligentemente logra generar distancia entre las tres unidades protagonistas dentro de la historia: La familia, la cárcel, y la policía. Las primeras dos terminan por asimilarse y por constituir una nueva unidad, mientras que el tópico policial, desde su primera marca de enunciación con un fuera de foco, planos cercanos en cámara en mano y filmados con lentes angulares, quieren crear un muro infranqueable e indestructible. Es también por medio del punto de vista que esta institución es reflejada como la más violenta de todas, suena contradictorio pero la policía es representada como una figura a la cual hay que temer o respetar. Esta subversión de los valores de la justicia llevan al personaje de la madre a querer resolver la cuestión por su propia cuenta, enfrentados a la banda criminal de la que su hijo formaba parte. La policía no es una institución a la que se pueda acudir en señal de socorro, su función está más relacionada con cuidar los muros de una prisión que en capturar a los criminales que hace que ese espacio exista en primera instancia.
La mujer de la fila es un relato que cuando llega a su final enseña la vida de las personas reales sobre las cuales se inspiraron para hacer la película. Con notas al pie que indican que la historia fue ligeramente modificada con fines dramáticos y ficcionales para la película. Aún así, la subtrama amorosa que maneja el relato pareciese estar únicamente porque sucedió en la vida real, y es lamentablemente esta consecución de escenas las que entorpecen el ritmo y al foco de atención del film. Aún con estas libertades, la película se ve en la obligación de insertar una subtrama amorosa que entorpecen el ritmo y el foco de atención del film, y cuya única justificación pareciera ser que realmente pasó en el caso real que la película cuenta.
El personaje de Natalia Oreiro tiene un desarrollo satisfactorio, es entendible el crecimiento que tiene a partir de los sucesos que le tocaron vivir. Su interpretación, que tiene matices del grotesco, es muy buena y bastante creíble, soportando correctamente el protagonismo del film. El resto de las mujeres de la fila, que al final nos enteramos que son mujeres de la fila reales y que no tienen experiencia en la actuación, son posiblemente lo mejor de la película. Aportan frescura e ingenio en cada plano que aparecen, y se sienten sumamente naturales, e incluso reales, durante todo el relato. Esta es una película que busca generar la experiencia más auténtica posible en cuanto a visitar al mundo cárcel se refiere, siempre desde el punto de vista externo de las familias, y mostrando lo crudo de su realidad.
(Argentina, España, 2025)
Dirección: Benjamín Avila. Guion: Benjamín Avila, Marcelo Muller. Elenco: Natalia Oreiro, Amparo Noguera, Alberto Ammann, Federico Heinrich, Marcela “Tigresa” Acuña, Lide Uranga. Producción: Tomás Eloy Muñoz Lázaro, Valeria Bistagnino, Esteban Mentasti, Hori Mentasti, Mariana Volpi y Mariano Rodriguez Colombelli. Duración: 105 minutos.