CADA PERSONA ES UN MUNDO, LITERALMENTE.
La amabilidad es el nuevo punk rock, o al menos esa es la frase que Superman de James Gunn ha popularizado en las redes sociales durante los últimos meses. Cada década del cine, desde los inicios de la industria, ha sido marcada por una tendencia distinta. El que hace algunos años, la tendencia del blockbuster haya sido de films serios y oscuros que busquen ser lo más realista posibles, es resultado directo de que hoy en día (tomando de base a los superhéroes con Superman y Los 4 fantásticos: Primeros pasos), resurja el deseo colectivo por historias luminosas, tiernas y esperanzadoras, tal como las que marcaron el cine popular de los 80s e incluso, si nos atrevemos un poco más, la era dorada de Hollywood allá por los 40s y 50s.
El director estadounidense Mike Flanagan, más conocido por Doctor Sleep (otra adaptación de King), estrena un largometraje de ciencia ficción, que evoca en su espíritu y sensibilidad al cine de los ochenta de autores como Robert Zemeckis y Steven Spielberg, La vida de Chuck. Basada en la novela corta homónima de Stephen King, esta adaptación se suma a la tradición de obras del autor, que alejadas del terror, han dado lugar a los films más memorables de sus respectivas décadas, primero Cuenta conmigo de Rob Reiner y luego Sueño de libertad de Frank Darabont.
Ahora, La vida de Chuck se presenta como la adaptación emblemática de esta generación.
Tal cual el título indica, el film narra diferentes momentos de la vida de Chuck Krantz, desde su infancia hasta su adultez, pero en orden cronológico inverso. Combinando elementos de fantasía y ciencia ficción con el mundo cotidiano, con un tono que en algunas escenas roza el realismo mágico.
Dividida en tres actos, cada uno de un género cinematográfico distinto, empezando en el Acto III, un drama que roza la tragedia griega sobre un mundo que está por acabarse. Seguido del Acto II, una comedia dramática con tintes de musical sobre un hombre que está por morir. Y finalizando en el Acto I, un coming of age acerca del crecimiento de un niño huérfano pero optimista y su actitud ante las personas que forman parte de su vida.
He de decir que el Acto III es el más flojo de todos. Tal como en Melancholia de Lars Von Trier, se enfoca más en la espera resignada de los protagonistas ante el inevitable final, algo que permite el desarrollo de la entrañable amistad entre Marty (Chiwetel Ejiofor) y Felicia (Karen Gillian), una pareja divorciada. Sin embargo, peca de tener muchos diálogos excesivamente explicativos que llegan a sentirse forzados y poco orgánicos. Problema que por momentos se repite con el Narrador (Nick Offerman), puede no aparecer y el film no cambiaría mucho.
Por fortuna, los dos actos siguientes (o anteriores, según la cronología interna), revitalizan la propuesta. Flanagan deja atrás el apocalipsis para enfocarse en la vida aparentemente normal de Chuck, finalmente. Encontrando allí el corazón del film, una auténtica feel good movie. Flanagan hace un magistral trabajo construyendo escenas que apelan a la emoción colectiva, como aquella en la que Chuck adulto (Tom Hiddleston), baila en una plaza junto a una joven (Analissa Basso) al ritmo de una baterista callejera mientras las personas a su alrededor miran hipnotizadas el espectáculo. El director se acerca aunque sea un poco a lo que transmiten escenas como la de Elliot y E.T. volando en bicicleta en ET: El extraterrestre o la de Marty McFly tocando Johnny B Good y volviéndose loco con la guitarra en Volver al futuro.El Acto I, centrado en la infancia y adolescencia de Chuck, es definitivamente lo mejor logrado. Está repleto de los clichés del coming of age estadounidense, por ejemplo, el muchacho inadaptado, el baile escolar o el romance infantil, y es eso lo que eleva su valor como obra. Benjamin Pajak brilla en el rol del pequeño Chuck, dotándolo de inocencia, inteligencia y carisma. Gracias a él, el espectador se involucra emocionalmente, reímos, nos conmovemos, en todo momento nos importa su destino.
Otro que se roba el espectáculo es el veterano Mark Hamill, quien interpreta al abuelo de Chuck, Albie, un matemático con problemas de alcoholismo, obsesionado con dejar cerrado el ático a toda costa, lo que provoca una curiosidad descomunal en Chuck y un misterio que pasa a segundo plano, pero que llegando al final, cambia el significado de la obra.
En esta parte, el film introduce el concepto de las multitudes, el cual consiste en la idea de que cada persona es un universo compuesto por todos aquellos que forman o han formado parte de su vida.
Aunque, sin dar spoilers, esta teoría conecta los tres actos, no se termina de desarrollar por completo y no pasa de ser algo llamativo para dar sentido al film.
Para cerrar, La vida de Chuck es una propuesta diferente en un panorama marcado por los remakes y las secuelas innecesarias de la industria hollywoodense, no por ser radicalmente original, sino por traer de regreso aquella magia del cine del pasado que en un punto se perdió. Mike Flanagan y Stephen King vienen a probar a aquellos que aseguran que “ya no se hacen películas como antes”, lo equivocados que están y que las historias con alma todavía perduran.
(Estados Unidos, 2024)
Guion, dirección: Mike Flannagan. Basada en la novela de Stephen King. Elenco: Tom Hiddleston, Jacob Tremblay, Chiwetel Ejiofor, Mia Sara, Mark Hamill. Producción: Mike Flanagan, Trevor Macy. Duración: 111 minutos.