El sueño de la geopsicología produce monstruosos reduccionismos. Leí a un colega crítico, que suele no saber cómo abordar analíticamente las películas de terror, reducir el ascetismo expresivo de la puesta en escena y la idiosincrasia parca de los protagonistas de Lamb, que son granjeros ovejeros, con una adjetivación: es “bastante islandesa”. Cosas que nos decimos los críticos de cine en los pasillos de los festivales, a las apuradas, haciéndonos los graciosos, y en ese contexto, si tampoco es válido, al menos es inocuo por su carácter privado a conciencia. Pero sólo en ese contexto, no en una crítica escrita. Este reduccionismo intelectual, producto de no otra cosa que la pereza y del desconocimiento de la materia prima básica que leuda en los géneros en la actualidad, sería el equivalente a describir el cine argentino completo a través de una sola película ambientada en una chacra en el interior profundo de nuestro país describiéndola como “bastante argentina” porque el matrimonio de paisanos que la protagoniza casi no se habla y el entorno es campestre y aislado y eso es lo que suponemos que es la idiosincrasia argentina, y por eso no hay que dejarlo pasar, no es que nos encante empezar la crítica con esta diatriba. A este crítico le avisamos que tanto en Islandia como en el interior de Argentina ya hay banda ancha y agua corriente (aprovecho para vanagloriarme catastralmente de que al minuto 40 exacto de Lamb, que efectivamente, como se adelantó en el runrún “cannino” de mayo, es una buena película, empieza un travelling desde el interior de un auto por una ruta desértica y helada que atraviesa una meseta de piedras, nieve y pastizales mediante el cual se puede cotejar, sin exagerar, el increíble parecido geográfico de esa zona de Islandia con el invierno en la Pampa de Achala, la reserva hídrica de la Provincia de Córdoba ubicada a más de 2000 metros sobre el nivel del mar), como así le avisamos a este colega distraído de la irrupción intempestiva, con La bruja, de Robert Eggers, del subgénero caratulado como horror folclórico (o folk horror [o folk terror]) unos años atrás y de su confirmación mercantil con Midsommar, de Ari Aster, unos años después, un subgénero que no data de nuestra contemporaneidad sino que viene desde el cine mudo (Vampyr, de Dreyer, por evocar este solo ejemplo, es una película de terror folclórico; es más, ¿no es toda la cosmogonía del mito vampírico, ungida en la pluma de Bram Stoker, un producto del folclore europeo atemorizante vía Transilvania?), un subgénero que suele ensamblarse fantásticamente (por nivel de excelencia y por su adscripción al Fantástico) con el terror y el suspenso rural ambientado en el escenario sembrado de puntos de fuga que es el campo y sus misterios, en las estepas y bosques incontaminados de lo citadino, eso mismo, fuera de la ciudad, cuna de los pecados, en la inmensidad asfixiante de la nada, donde todo puede pasar y las supersticiones no usan lápida. Los corderos, las ovejas y los carneros, es decir, toda la familia del ganado ovino suele servirse como facsímiles del Diablo en ciertas culturas y en los pliegues más podridos del relato demoníaco de cualquier cultura. En Lamb, que significa cordero, y es de lo más agradecible de toda la película –que ya tiene varias características e inclusiones climáticas agradecibles–, el argumento también invoca el encantamiento ficcional por lo netamente, históricamente mitológico. (sobresalen ciertos elementos compartidos entre las carpetas de El día de la bestia, de Álex de la Iglesia, y de la mencionada La bruja con la de Lamb.)
Sigamos. Lamb es de esas películas de terror que un país lanza con la pretensión globalizadora de un estreno comercial, como maquillándola para que no parezca del gueto, porque gueto = menos recaudación. Rubricado indisimuladamente su deseo de exportación, la presencia de una actriz internacional como Noomi Rapace lo confirma, aunque en la moledora de carne de Hollywood ya prácticamente agotó su credibilidad taquillera, razón por la cual hoy la vemos como protagonista de cabezas de ratones escandinavos como estas, y no ya de colas de leones hollywoodenses como los que solían destinarse a la estantería directa en los pasados videoclubísticos. Lamb se estrenó en el festival de Cannes peleando un premio en la competencia oficial Un Certain Regard. Allí arañó uno, pero de los que suenan bien pero no dicen nada: Premio a la innovación. Otro error (los festivales que no trabajan los géneros casi nunca saben qué hacer con el hijo bobo del terror): Lamb no es una película innovadora. En la aplicación de lo nuevo no está su puesta en valor. No hay nada nuevo en Lamb. Nada. Así como el también mencionado Álex de la Iglesia una vez sentenció, en su rol de presidente de la Academia de Cine de España, que en ese momento su país, que atravesaba una crisis grave de creatividad, necesitaba películas buenas más que películas nuevas, Lamb es La Película Buena que el género necesitaba para cerrar el 2021 sin el gusto a mediocridad de recetario de Halloween Kills: La noche aún no termina, inflamada como un forúnculo estruendoso.
Lamb es una ópera prima. No es un dato chico: Valdimar Jóhannsoon tiene un gran futuro por delante (si no se pone a leer ningún recetario): con ese nombre (¿La verdad sobre el caso del señor Valdimar?), quién no podría estar predestinado a llevar adelante proyectos cinematográficos vinculados al miedo no sin éxito. Al enfrentamiento entre lo normal y lo sobrenatural parece no escaparle Jóhannsson, en tanto su debut en el cine es planteado formalmente como una historia de terror desde la primera toma, un travelling sinuoso y arrítmico entre una bruma de montaña que se supone que es la subjetiva de una criatura que podríamos conjeturar, nunca describir, dado el sonido de su respiración, amenazadoramente bronquial y torva.
El relato del desmoronamiento psíquico de sus personajes es otra de las claves del género y Lamb hace bien en no exceptuarla, así como tampoco exceptúa, sobre el final, la total figuración visual de la existencia de un desacuerdo entre la norma y lo anormal, sin que este sonido intruso arruine la partitura. Esta médula de la desestabilización, el cisma irreal, se presenta en Lamb como un portal a otra película, o a una película que se sobreimprime a ésta para anexar elementos imposibles de otra donde sí ocurre de todo. Un viaje a lo inesperado. Como si los primeros trucos que descubrió casi accidentalmente Georges Méliés para hacer desaparecer y reaparecer a sus actores se hubiera apropiado de la realidad del matrimonio protagonista de Lamb y algún mago nigromante, que bien puede ser Valdimar Jóhannsson, orquestara los vericuetos de sus caprichos con la creación de seres inverosímiles atados a ningún tiempo ni realidad. Islandia es tierra mítica, y en su subsuelo opera un yacimiento de leyendas y cuentos perdidos que crepitan agazapados a la espera de su hora.
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(Islandia, Suecia, Polonia, 2021)
Dirección: Valdimar Jóhannsson. Guion: Sjón y Valdimar Jóhannsoon. Elenco: Noomi Rapace, Hilmir Snaer Gudnason, Björn Hlynur Haraldsson. Duración: 105 minutos.