(Argentina/España 2018)
Dirección: Nicolás Gil Lavedra. Guión: Nicolás Gil Lavedra y Emiliano Torres, basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro. Elenco: Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Soledad Villamil, Sara Sálamo, Laura Novoa, Zoe Hochbaum y Santiago Segura. Producción: María Luisa Gutiérrez, Diego Kolankowsky, Axel Kuschevatzky, Matías Levinson, Carlos Mentasti, Mili Roque Pitt y Cindy Teperman. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 94 minutos.
En la actual coyuntura argentina, una de las palabras a las que alude el título de Las grietas de Jara, dirigida y coescrita por Nicolás Gil Lavedra y basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, parecería ya predisponer y coaccionar una lectura que, en otros países donde la grieta no es un término con tanta carga socio-política, podría pasar a segundo término. A un subtexto, por decirlo de otra manera. Tratándose, sin embargo, de una coproducción argentina, mientras que el timing de la metáfora de Piñeiro en su momento tuvo una frescura casi sibilina, es imposible no sentir que en esta adaptación hay, en el mejor de los casos, inocencia y en el peor, demagogia.
El film, en su armado argumental, presenta los ingredientes de una película de género contemporánea. Es decir, una construcción autoconsciente donde se introducen tropos y elementos que provienen de géneros bien establecidos con una vuelta de rosca. Verbigracia: un policial donde el protagonista no es un detective hard-boiled o un cadete de policía tal vez demasiado idealista, sino un arquitecto, Pablo Simó. O una femme-fatale —interpretada con más pena que gloria por Sara Salamó—, cuya agenda, a pesar de que todo lo indique, no implica la caída del protagonista. McKee, el teórico del cine, promueve la reinterpretación de estos personajes tipo con el objetivo de huirle a los lugares comunes y lograr personajes memorables. El problema surge cuando la búsqueda de estos quiebres en el estereotipo son tan patentes que se tiene la sensación de estar en un show de cocina, viendo una receta cumplirse al pie de la letra.
Pero volvamos a la trama. La película arranca con la visita de una chica a un estudio de arquitectura donde es recibida por Pablo Simó, el único arquitecto de Borla y Asociados que no es asociado. La chica pregunta por un tal Jara, al que está buscando. Esta pregunta dispara fuertes sospechas por parte de los dueños del estudio y una serie de flashbacks en Pablo, que recuerda haber conocido a Jara un año atrás, cuando éste llegó a la oficina solicitando reparaciones económicas y arquitectónicas por una grieta que apareció en su casa. Jara culpaba a Borla y Asociados por la grieta, aludiendo a prácticas ilegales por parte del estudio en la construcción de un edificio al lado del suyo. Entonces, la acción avanza alternando dos líneas narrativas: en el presente, siguiendo a Pablo mientras intenta descubrir a qué viene el interés de la misteriosa chica por Jara, y en el pasado, donde los flashbacks van armando el rompecabezas de qué pasó con la grieta de Jara.
Esta fisura se vuelve la figura que ata conceptualmente los diferentes conflictos que plantea la película. La grieta que se abre en el apartamento de Jara se produce también en la relación de pareja de Pablo Simó. Es también la distancia que aumenta día con día entre las aspiraciones artísticas de Pablo, que quiere construir un edificio vanguardista para mostrar obras de arte, y su realidad como arquitecto que levanta cajas de apartamentos palermitanos donde a las lavanderías se les llama laundries. Y es muchas cosas más, como la distancia entre los poderosos y los peces chicos, y los subtes, y el maniqueísmo inherente a las decisiones éticas, entre otras. Pero no hay que preocuparse, pues el relato hace un esfuerzo para que ninguna de estas metáforas pase inadvertida. Es decir, ese esfuerzo que muchos espectadores quieren realizar cuando se enfrentan a un film que valora su inteligencia. Lo que trae a colación otro tipo de grieta, la que se encuentra entre las películas ejecutadas con cierta competencia, que manejan de forma adecuada los elementos del lenguaje cinematográfico, que cuentan con una fotografía funcional, actuaciones correctas y una historia entretenida, o sea, cine mainstream como Las grietas de Jara; y las películas de autor, que se atreven a dar un salto con una visión particular, novedosa e idiosincrática del cine, corriendo el peligro de fracasar rotundamente y caer en las profundidades y oscuridades de la tierra. Al parecer, el riesgo todavía es demasiado alto para que sólo existan de las segundas.
© Andrés Aguilar, 2018
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