BAJO LA MANGA
Es difícil analizar esta película como una obra autónoma sin situarla dentro del conjunto completo de la filmografía de su director. ¿Cómo entender una película de Szulanski sin compararla con la otra que estrenó en el mismo año o con las proyectadas en festivales recientes? De esta manera, Las reglas del juego se percibe como una pieza de un rompecabezas aún más amplio. La figura del director prolífico, especialmente en nuestras tierras -y, obviamente, el contexto- donde los lapsos extensos entre proyectos son frecuentes, tiende a ser vista con desdén, y la pregunta sobre “qué tiene para decir” suele volverse recurrente.
Una defensa de la proliferación cinematográfica y una pequeña y probablemente equivocada hipótesis: las ideas derivadas de la problemática del “autor” solo se pueden encontrar en directores que trabajan mucho y estrenan con frecuencia. Todo lo que se interprete como autoría en películas de un mismo director pero con quince o más años de diferencia suele estar más en la percepción del espectador que en la intención del cineasta. Las pequeñas diferencias entre obras cercanas en el tiempo tienen más valor que las obsesiones recurrentes de cualquier realizador. Por eso, el trabajo de un director prolífico se analiza en su conjunto, lo cual plantea un problema para Las reglas del juego: en su totalidad, puede percibirse como una película menor.
Toda película es al menos dos cosas: lo que originalmente se pensó que sería y lo que realmente terminó siendo. Es difícil separarlas, y a menudo nos gusta imaginar cómo podrían haber sido bajo otras circunstancias. Las películas de Matías Szulanski parecen, desde una perspectiva externa, habitar ese espacio entre la idea y la realización, y eso es un elogio. Sin embargo, también es un arma de doble filo, porque la idea debe ser lo suficientemente poderosa para convertirse en algo sólido. Por ejemplo, en Buenas noches, una de sus películas anteriores, esa potencia era evidente; en Las reglas del juego, esa fuerza se va diluyendo escena tras escena. ¿Eso la convierte en una mala película? No necesariamente, sólo en una obra que tenía más potencial para ofrecer, o como suele decirse entre los críticos, una película “fallida”.
La trama es tan simple como tentadora. La relación entre Laura y Juan se ve amenazada cuando él se entera de que su antiguo amigo Marcos tiene una nueva pareja. Juan, motivado por un deseo de venganza por una antigua traición, se fija en la novia de Marcos y busca conquistarla. Mientras tanto, Laura, sintiendo que su relación con Juan se está desmoronando, recurre a un viejo amor para intentar hacerlo celoso y recuperar su atención. Durante su hora y poco más, Szulanski trabaja como el titiritero de estos personajes y se convierte en, como dice una de las canciones que suenan en la película, en un “coleccionista de amores fugaces”. Pero esos amores no llegan a la pantalla, que desborda de obsesiones, neurosis y toxicidad.
El gran mérito de la película no es exponer los prejuicios hacia esos jóvenes viejos que deambulan por una geografía porteña, sino el de construir, en una comedia con pinceladas absurdas, una crítica tierna y soslayada a esa juventud incapaz de alcanzar la mayoría de edad. En su naturalismo extremo, los personajes empatan engaños con equívocos sobre nacionalidades de artistas, canciones con peleas, la cinefilia con los cuartos de helado. En esos cruces, Las reglas del juego encuentra y respira vitalidad.
(Argentina, 2025)
Dirección: Matías Szulanski. Guion: Matías Szulanski, Juan Morgenfeld. Elenco: Grace Ulloa, Juan Morgenfeld, Juana Palazzi, Franco de la Puente, Pascual Carcavallo. Producción: Matías Szulanski, Bernardo Szulanski. Duración: 66 minutos.