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CRÍTICAS - CINE

Legado del Mar

(Argentina, 2017)

Guión y dirección: Gastón Klingenfeld. Elenco: Juan Iglesias, Leonardo Iglesias, Adrián Estergaard, Jorge Estergaard, Miguel Ángel “Chino”, Velázquez, Néstor Vega, Santiago “El Chaqueño”, José María Barrientos, Herminia Centeno, Anita Terenzi, Diego Iglesias, Juan Signorelli, Carla Velázquez, Ernesto “Taca” Rafa, Jorge Iglesias, Christian Melgar, Jerónimo Presentado, Manuel Puebla, Elda Barrientos. Producción: Rosalía Ortiz de Zárate, Gastón Klingenfeld. Distribuidora: Independiente. Duración: 63 minutos.

“Lima, Cuatro, Romeo. Pica Primero, Pica Primero”, la frase que se repite infinidad de veces a través del film Legado del Mar (2017), el primer largometraje documental de Gastón Klingenfeld, resalta sin querer la dualidad paradójica de los símbolos y la lengua. Por un lado, para los residentes de Puerto Rawson en la Provincia del Chubut, este código naútico es de una cotidianeidad absoluta, siendo Pica Primero el barco pesquero más antiguo de la tradicional Flota Amarilla de Rawson aún en funcionamiento, y Lima, Cuatro y Romeo, tres siglas del código fonético internacional. Más que eso, son palabras que evocan en las habitantes del puerto muchísimas sensaciones y recuerdos, ya que las relaciones entre todos los actores sociales de Rawson son tan interconectadas como las fibras de una red langostinera. Por otro lado, para un espectador ajeno a este universo, la misma frase marca el umbral de ingreso a una realidad simbólica tan particular como atractiva. ¿Cómo puede la lengua ser tan propia y tan extraña al mismo tiempo? ¿Cómo podemos acercarnos a la vida y tribulaciones de gente que no es como nosotros y que eso nos ayude a entender nuestra propia existencia? La respuesta que tiene el cine documental a esta cuestión es zarpar desde lo particular para arribar a lo general, haciéndose mano de otro lenguaje para lograrlo: el cinematográfico. Es en el manejo de éste que Legado del Mar se presenta como una propuesta bien lograda.

Con la ayuda de entrevistas y testimonios en off, la película hace un recorrido por diferentes personajes del hábitat portuario. Desde el pescador pionero y sus hijos, o los dueños de un moderno astillero, hasta una familia vendedora de pescado y langostinos o el joven “pateador” en necesidad embarcarse, Klingenfeld logra exponer la fragilidad de un ecosistema que gira y suspira en torno al mar y sus frutos. Durante todo el largometraje es imposible no tener la sensación de que en cualquier momento puede caer una tormenta y arrasar con las endebles edificaciones que comprenden el puerto, acabando con todo. El fin del mundo más que una ubicación parece un augurio. Y a pesar de esto, la vida continúa en Puerto Rawson imperturbable, los hijos heredan la ocupación que sus padres heredaron de sus padres, y los langostinos siguen colmando las cubiertas. Como las ubicuas cajoneras de plástico que aparecen en cada cuadro del largometraje y cumplen la tarea que se les atribuya, sea enfriar mariscos o armar una parrilla ad-hoc, las personas se adaptan como pueden y la realidad que parece transitoria se vuelve permanencia y rutina.

Fotográficamente, Legado del Mar es impecable, utilizando la luz y sus matices para construir sentido. Contraluces, flares y sombras fortalecen la sensación de que la luz, más que un aspecto estético, es un reloj solar que determina e impone los horarios de los habitantes del puerto. Aunado a esto, música incidental que mezcla estilos (una especie de folklore-klezmer en dos ocasiones) y cámara alzada, hacen que el documental se mueva con soltura entre lo poético y lo caótico.

Si hay un aspecto donde el film flaquea es en su estructura dramática. No satisfecho con un armado coral de la vida en Puerto Rawson, como de postales pintorescas sin pretensiones morales, Klingenfeld intenta, en la segunda mitad del documental, forzar un mensaje a la película. Para esto utiliza a las mujeres del puerto, las que esperan a sus familiares mientras están mar adentro y sufren el dorso más angustiante de la ausencia. Si bien los testimonios son conmovedores, el resultado de su incorporación es una confusión en cuanto al tono de la narración, que despierta al durmiente del ensueño tan bien logrado con el resto de los elementos. Un gambito de registro que no aporta mucho a la experiencia. Otra paradoja respecto al lenguaje: a veces lo más elocuente no es decir, sino insinuar.

calificacion_3

 

 

© Andrés Aguilar Q., 2017 | @andresaguilar1

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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