Hola amigos. Vuelvo después de tanto tiempo con muchas ganas del reencuentro. Estuve rodando mi tercer largometraje, la cosa más hermosa que hice en la vida. Una película espectacular con tiros, muertes, venganza y sangre. De las experiencias más felices y más vigorosas que un ser humano pueda atravesar. Mucho trabajo y mucha alegría. Mi propio western. Chupate esa mandarina.
Y de “western” podemos fácilmente tender un puente a “Westeros” y hablar del capítulo de anoche de Game of Thrones.
El capítulo número tres de la octava temporada de la serie más grande de todos los tiempos. Y si el dos fue una oda a los personajes, el tres es un monumento a la narración sonora. A esa película paralela que es la construcción de sonido de cinta o, en este caso, de un capítulo de televisión premium.
Ayer muchos nos quejamos de la calidad visual del capítulo, los barridos digitales de los negros enterrados se hacían densos y destacaban de manera llamativa. Twitteando con José Tripodero, intercambiamos la noción de que, tal vez, el capítulo le había quedado grande al formato. Es decir, quizás ayer, debimos todos ver semejante pedazo de historia en una pantalla de cine. El CGI y la tremenda factura sonora, eran dignas de la mejor sala del Village Recoleta.
El capítulo tres tuvo muy poco, exquisito y escueto diálogo. Lo demás fue terror, frío, fuego y furia. Y eso se construyó con un universo sonoro que haría palidecer a Peter Jackson y su Lord of the Rings. Todo fue acción, todo fue clima, todo fue suspenso, todo fue sonido. El fuego feroz de los dragones, las puertas abriéndose y cerrándose en las criptas, el hielo congelando las nubes, granizando la tierra, los gritos dothraki apagándose junto a las antorchas. La respiración agitada del terror de Arya. Las espadas chocando, las flechas zumbando, los caballos regresando sin jinete con ahogada desesperación animal, la agonía silenciosa de la espera, las entrañas explotando con esponjoso ardor, el horror de los gritos fuera de campo. Nada de música emocional, nada de lacrimógena indulgencia, nada de diálogo grandilocuente y bravío, solo terror. El terror cruel de la devastación.
Mientras veía La Batalla, pensaba un poco en aquella obra maestra sonora que fue El caballero de la noche y se me erizaba la piel. Me venían a la mente los momentos previos al desembarco en Normandía de Spielberg, sus balas en el agua, sus soldados callados de cabezas bajas, sus rezos y sus tripas. La respiración de Vader, un triunfo sonoro jamás igualado. El tintineo de las armaduras de LOTR, el viento lleno de vacas y leones en Twister, el tren jamás visto y siempre escuchado de Seven.
¿Han cerrado los ojos y tratado de escuchar una película? ¿Toda la labor ardua, la magia invocada qué hay en ese universo? Paradójicamente es un mundo de artistas silenciosos, circunspectos, sutiles.
Mi esposo me cuenta que, en medio de la noche, le dije dormida que me sentía sola. Nos habíamos quedado hasta tarde hablando del dolor que me produjeron las muertes de los personajes de ayer y lo injustas que fueron. Y como se había elegido contarlas desnudas, crudas, sin concesiones, llenas de verdad. Cuando esta mañana me dijo que me había abrazado toda la noche porque lo entristeció escucharme murmurar eso en sueños, yo no lo recordaba, ni por asomo. No había soñado imagen alguna, no tenía película ninguna en la cabeza. Y él me dijo: “Lo dijiste, en la oscuridad, yo te escuché.” Y entonces todo tuvo sentido.
© Laura Dariomerlo, 2019 | @lauradariomerlo
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.