Entre distintos tonos azules y situaciones extrañas, el patetismo le brinda gracia a los cuatro personajes centrales de Los domingos mueren más personas (2024) a modo de tolerar la muerte.
La primera escena lo prevé: en el momento posterior a una aparente ruptura sentimental, David (Iair Said) llora en una cama, le pide a alguien fuera de escena que no lo deje, que quiere seguir viviendo con él. Nadie más está en ese cuarto de hotel. Nadie le responde. En el plano siguiente, suena la regadera de la ducha tras la puerta ante la que él llora. Será arbitraria la referencia de parte de quien escribe: a medida que transcurre la obra, él lucha contra el Goliat que nos toca a todos los humanos reconocernos vencidos: la soledad. Luego vuelve de visita a Buenos Aires en principio por un funeral. Aprovecha para hacer varias diligencias, coquetear con hombres a su alrededor y evadir la visita a su viejo que está en coma desde hace meses. David es un gay despreocupado por su físico –aunque todos sus familiares le recuerdan su gordura–, judío e inmigrante. Said hace que tales “minorías” orbiten en torno a las inquietudes mayores. Por esto si bien podríamos decir que él protagoniza la historia, de muchas maneras su docilidad frente a las mujeres del entorno hacen que sea una pieza coral. Cada actuación, sobre todo la de Rita Cortese, vuelve llevaderas obligaciones y desaires de la adultez. Entre ternura, honestidad y combos de comida rápida compartidos en el auto, sus miradas y entonaciones, aborden temas ligeros o delicados, acercan a mamá, tía y hermana, colateralmente, a las inquietudes de David.
Por esto, la paleta de colores está trabajada con tal precisión sentimental que la última escena, en una habitación de paredes aguamarina, contiene la emotividad tácita como, en otro momento, una confesión de David utilizando sujetos narrativos confusos en una sesión psicoanalítica. El cierre entonces es simple: el reencuentro con el papá en el hospital luego de un accidente tonto. Minutos después se cumplirá la voluntad de mamá con la misma calma de Frankie cuando cumplía la de Maggie en el clásico de Clint Eastwood, –de nuevo– arbitrariedad asociativa mediante.
Tienta tender otras relaciones cinematográficas más “pertinentes”* con Sebastián (2024) de Mikko Mäkelä, escogida junto a la de Said en la sección “Open Horizons” del festival. Por una parte, ambos protagonistas son gays. Los dos lidian con el lado solitario de la escritura: David estudia Comunicación y paradójicamente apenas se menciona esto, pero qué más hace falta decir cuando estamos ante personajes que tardan en hablar de temas importantes. Ambos viajan durante la obra para confirmar su mayor desolación frente al mundo. En las dos las figuras paternas son elusivas. Por otra, las mamás de David y Sebastián son totalmente diferentes y acá radica la raíz de ambos memorables hallazgos. En el juego de apariencias, la maternidad se presenta simple y llanamente con confidencia y cariño. La reafirmación o contraste de lo que el hombre gay ha querido ser se muestra al enfrentar la vida adulta con lo que crean de sus intimidades, individuales, familiares y artísticas.
* ¿La pertinencia está afianzada por el sentimiento o por el saber, por una programación anual o temática? ¿Debemos dejarnos llevar por la intuición frente a la imagen o por nuestra mochila de espectadores? Ningún razonamiento y mucho menos el rigor satisfacen a creaciones como estas. Probablemente el tiempo, la memoria y la disposición a volver a ver sean los mejores aliados.
(Argentina, Italia, Suiza, 2024)
Guion, dirección: Iair Said. Elenco: Iair Said, Antonia Zegers, Rita Cortese, Juliana Gattas. Producción: Nicolás Avruj. Duración: 73 minutos.