LOS RÍOS EN LA FILMOGRAFÍA DE GUSTAVO FONTÁN
UN FLUIR HERACLITEANO
Si pudiéramos organizar la filmografía de Gustavo Salvador Fontán, podríamos afirmar que buena parte de sus películas son más que simples obras cinematográficas; son verdaderas pelíquidas. Este neologismo evoca la presencia recurrente de ríos, lluvias, estanques y otros fenómenos acuosos que fluyen a lo largo de su filmografía. Su nueva película, Los ríos, parece funcionar como una síntesis de este movimiento líquido, no solo por la incorporación de tomas y voces de otras cintas como El rostro y El limonero real, sino porque en poco menos de una hora, Fontán nos sumerge en todas las variaciones y constantes de su imaginario acuático.
Heráclito de Éfeso, conocido por su doctrina del cambio constante, sintetizó su filosofía en la célebre sentencia “no puedes entrar dos veces en el mismo río”. Esta idea refleja la visión de Heráclito de que todo está en un estado de flujo incesante; el río, como metáfora de la realidad, cambia sin cesar, y tanto el río como la persona que se adentra en él se transforman contínuamente. El agua fluye y, por tanto, nunca es la misma, de la misma manera que la vida, la naturaleza y el ser humano están en perpetua metamorfosis.
La filosofía de Heráclito ilumina y profundiza la interpretación de los ríos en el cine de Gustavo Fontán. Al igual que en la doctrina del filósofo griego, los ríos en sus películas son símbolos del flujo constante, la transformación y el cambio que caracterizan la existencia. Fontán, al retratar los ríos como espacios de memoria, transición y conexión entre opuestos, parece dialogar con Heráclito, utilizando el cine para explorar visual y poéticamente las mismas verdades filosóficas que el pensador griego articuló siglos atrás. En este sentido, los ríos en la filmografía de Fontán se convierten en metáforas heracliteanas, donde el agua que fluye es una imagen del tiempo, la vida y la realidad en constante transformación.
Pero si hablamos del río como un flujo constante, también podríamos considerar que el río es una metáfora del cine mismo, de la imagen cinematográfica. El cine, como un río, construye su propio tiempo en el fluir perpetuo de 24 fotogramas por segundo, generando ilusiones y ensueños en salas oscuras repletas de fantasmas y personajes que solo viven en nuestra imaginación.
Fontán es un contador de historias, como esos viejos pescadores que relatan lluvias interminables, noches de truenos y relámpagos que parecen anunciar el fin del mundo, historias de apariciones y desapariciones. Lo sobrenatural se manifiesta en su cine para recordarnos que nada es lo que parece y que todo está conectado por un sentido final que presentimos pero que rara vez logramos comprender.
En un diálogo previo, Fontán compartió una experiencia que podría estar en el origen de Los ríos:
“Hace unos años, un hombre desconocido golpeó la puerta de mi casa. Tenía unos setenta años, llevaba un bastón y una bolsa de compras. Le pregunté qué necesitaba. Abrió los ojos y se quedó en silencio. Volví a preguntarle si necesitaba algo. Me miró, como se mira a una aparición. Después de unos instantes, se fue sin decir palabra. Cerré la puerta. Pero la herida ya estaba abierta.
¿Por qué perdura una escena en la memoria? ¿Por qué algo aparentemente aleatorio nos alcanza y deja su huella? No lo sé. Pero ese hombre, mirándome desde la puerta, se instaló en mí, abrió preguntas e inquietudes. Despertó un ansia. Las primeras preguntas y las posibles conjeturas son básicas. ¿Quién es? ¿A quién busca? ¿Se equivocó de lugar? Tal vez sufra alguna enfermedad de la memoria. Pero la herida no se cerró. Ese hombre, el que golpeó la puerta, el que me miró como se mira a una aparición, instaló una inquietud.
Meses después, tal vez un año, la imagen de ese hombre se asoció a una voz, la de un pescador del río Paraná llamado Godoy. Recordé que Godoy decía: ‘Negro venía, venía negro’, y contaba su experiencia durante un tornado en el río: cómo se oscureció, cómo el día se transformó en noche, cómo el viento levantaba el agua. Su relato concluía: ‘Me perdí en el tiempo’. Volví a escuchar esa cinta que habíamos grabado para “El rostro”, pero que quedó fuera del montaje. La voz de Godoy y la emoción que lo embargó al contar su historia volvieron a habitarme. Entonces ocurrió lo inevitable: el hombre que golpeó la puerta de mi casa y el pescador que se perdió en el tiempo se unieron de forma inexplicable y se transformaron en el origen de “Los ríos”. Una presencia. Una voz. Ese encuentro vino a alterar las preguntas. Las iniciales, ¿quién es?, ¿qué busca?, dieron paso al interrogante que orientó el camino: ¿qué vino a decirme?
El devenir de este encuentro comenzó a desplegar su materia: cauces y corrientes, resplandores y sombras de la orilla, árboles y pájaros, los rumores del agua, los remolinos, una memoria antigua. Busqué fragmentos en mis archivos, retazos de esta memoria, grabé nuevos fragmentos del mundo, porque viene negro, muy negro, y estamos perdidos en el tiempo. Busqué retazos de poemas amados que ofrecieran posibles respuestas. La película es la suma de estos materiales. Todos esos retazos desplegaron algunas conjeturas, un devenir a partir de dos ojos alucinados.
En el contexto de la realización de “Los ríos”, desde octubre del año pasado hasta hace un mes, la desazón y la tristeza nos acompañaron. Mientras editábamos, la pregunta seguía presente: ¿qué tenía para decirme ese hombre que golpeó la puerta de mi casa? Entonces apareció una respuesta, frágil, opaca, esquiva: no te olvides de la belleza. Y eso, mientras nos perdíamos en los remansos, intentamos no olvidarnos de la belleza.
La palabra escrita abre la narración y habilita las conjeturas y los devenires de las imágenes, de los sonidos y de la voz del pescador que se perdió en el tiempo. Un hombre golpea la puerta de mi casa. Me mira cómo se mira una aparición. Se va sin decir palabra. “Los ríos” nacen en ese silencio, en esos ojos alucinados, y despliegan una memoria del agua, un saber fragmentado de tornados y orillas, de árboles que crujen, de pájaros que se bañan en la lluvia, de hombres perdidos en alguna isla, de ahogados en los remansos, del chapoteo de los remos, de la sombra donde se angosta el río.”
Al igual que Heráclito, Fontán apuesta por la belleza en un mundo en constante cambio, recordándonos que todo—lo bueno, lo malo y lo incierto—es transitorio. En este flujo contínuo, lo esencial es cómo aprovechamos el presente para transformarnos, aprendiendo de nuestros errores y aferrándonos a la belleza que nos sostiene en medio de la incertidumbre y el caos, conscientes de que toda utopía es un ideal en permanente construcción.
(Argentina, 2024)
Dirección: Gustavo Fontán. Duración: 52 minutos.