Descubrí a Leonard Cohen de grande, a eso de los 15 o 16 años y debido, por supuesto, al cine. Había visto Asesinos por Naturaleza (Natural Born Killers, 1993), de Oliver Stone y me había volado la cabeza. Recuerdo que las críticas fueron, como mínimo dispares, pero sobre lo que todos acordaban era que la banda sonora no tenía fallas. A mí la película me había encantado. Me había revuelto, me había modificado. Yo me hallaba en los días de rebeldía casi absoluta, y todavía gozaba de esa furia salvaje que quienes pasan por una adolescencia brutal e irresponsable suelen sentir. Así, Mickey y Mallory Knox se convirtieron en símbolos inequívocos de la ira, el desconcierto, la bronca, la inadecuación, la belleza, la esperanza y el amor que ardían dentro de mí.
Lo primero que hice, luego de fatigar y fatigar la cinta (si, la vi en VHS), fue comprarme el soundtrack. Y a dónde yo fuera, allí iban mi discman, mis auriculares y el compacto. Recuerdo largos trayectos en moto escuchando “Give Me” una y otra y otra y otra vez. El sol poniéndose, mis fantasías completamente liberadas y las canciones.
La película era una oda esquizo, un clip efectista, gore, alucinatorio. Y los dos protagonistas rebozaban de sexualidad ruda, de química real y de armonía sensual. Todo lo que se quiere ser y tener cuando la mollera no está cerrada todavía, y no te decidís entre la pulsión de quemar la escuela y degollar algún que otro compañerito, o escribir poesía. Querer sólo coger, gozar, desatarte, y todavía tener la voz de mamá y del cura en la cabeza.
Y a toda esa voracidad, Cohen comenzó a ponerle banda sonora.
“The Miracle”, “Dance me”, “Hallelujah”, “First we Take Manhattan”, “A thousand Kisses Deep”, “I’m your man”, “The Partisan”, “Lover, Lover, Lover…” Y eso es solo por nombrar algunas.
¡Cuánta poesía maravillosa y oscura!
Escuchar su música es reconocer el vuelo circular de la muerte sobre uno y confortarse en la idea de que hay otro que también lo ve, que también lo siente y se regodea en su salvajismo, en su carta franca, en su poder libertario.
No estoy triste. Afuera brilla el sol y tengo su música. Y algo de la muerte me hace tener esperanza en el futuro, por esos extraños milagros de la mente. ¿De qué se estará alimentando hoy mi monstruo rosado?¿Acaso ganaré la batalla?
¡Dios, esos días maravillosos en que el cielo es azul y un tipo ha muerto, pero no sin antes liberarnos!
¡Gracias a Dios por tener el tiempo de ponderarlo, de sentirlo, de pensarlo, de escucharlo, de reflexionarlo, de filosofarlo aunque sea desde los zapatos de goma!
Hubo un tiempo en que estuve en profunda oscuridad, y me daba cuenta de eso porque no podía escuchar música. Me la pasaba viendo la TV. No escuchaba nada y allí estaba yo, tirada en mi sillón. Y mi hermana, que escucha música todo el día, solía enviarme canciones para que escuchara, y eso me rescataba. Ella sigue haciéndolo aun hoy, pero en aquella época, me sacó adelante y me hizo identificar un síntoma claro de abismo. Algunas veces me mandaba temas de Cohen y yo dejaba de sentirme sola.
Hoy tengo ganas de escribir poesía de nuevo y ando de acá para allá con un cuaderno que mi hermana fabricó para mí. Cohen y Patti Smith me recuerdan a ella, así que quiero dedicarle esta columna. Por la muerte, por la danza, por la música, por la poesía, por las películas, por la vida triunfante, por el amor que te deshace y reconstruye a besos y mamadas. ¿Cuántas personas pueden decir de verdad que han tenido que ver con eso?
Gracias a Cohen y a las motos y al tiempo, yo puedo decirlo. Por eso no estoy triste, solo estoy ungida en gratitud.
Laura Dariomerlo | @lauradariomerlo
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