LA NOCHE DE ENFRENTE
Una chica llega de Brasil y tiene que esperar hasta la mañana para encontrarse con su tía, pero en la aerolínea le pierden la valija y en un taxi se deja plata y documentos. Laura está a la deriva y la ciudad la arrastra, la lleva de un lugar a otro, de un bar a un boliche, de un par de compañeras ocasionales al roce con hombres peligrosos, de una persecución a efectuar ella misma una especie de rescate, de experimentar todas las formas del desamparo a la posesión de un botín. La trama de la última película de Matías Szulanski no es amiga de las sinopsis: Buenas noches es la historia de una mujer que se pierde esplendorosamente, como si el extravío fuera la oportunidad para hacer trabajar las reglas del cine, los códigos de los géneros, el pulso narrativo. Hay una bolsa con dólares que, como imagina el lector, cambia con frecuencia de manos; un dispositivo con el que el relato traza sus circunferencias urbanas y reparte (e invierte) situaciones: del hurto a la fuga, de la huida al regreso, del engaño a la buena obra. Pero si se toma distancia, la visión panorámica de la película sugiere que, en el fondo, la narración y sus personajes son una acumulación de McGuffins: como si las dos chicas, los dos traficantes, los dos hombres mayores y los dos hermanos fueran apenas los mecanismos con los que la película se entretiene poniendo en aprietos a Laura, colocándola en una situación de calma solo para lanzarla después a otra de tensión y asfixia, para arrancarla del reposo en un pub a una carrera urbana.
Matías Szulanski filma mucho. El hombre saca películas, una tras otra, todas diferentes y parecidas, filmando con un apuro extraño para el cine argentino (hallable solo, tal vez, en la filmografía de Campusano), como si hubiera una especie de urgencia, ¿pero de qué?. No se sabe, pero sus películas dejan regadas algunas pistas: Szulanski parece sentirse cómodo en un suelo ambiguo que funde géneros y deriva, clasicismo y modernidad. Así lo sugieren sus películas recientes, que comparten con Buenas noches el extravío de sus protagonistas: Juana, de Juana Banana, que lleva una vida con rumbo incierto (pero que la película acepta, sin obligarla a enderezar nada); Carolina, la uruguaya de Berta y Pablo que encuentra en una historia epistolar de su abuela fallecida la vitalidad secreta que contrasta con su presente exangüe. Hay algo en Juana y Carolina que hace acordar, aunque sea en filigrana, a las mujeres perdidas que marcaron el cine moderno: la misma la mirada desorientada, el gesto de displicencia y la entrega sin resistencias a la calle y sus habitantes que alguna vez portaron Monica Vitti o Graciela Borges.
En esta trilogía involuntaria sobre la mujer y la ciudad, Buenas noches es la que más hace trabajar el músculo del relato, la que se apropia del motivo de la mujer perdida desde claves noir y del crime film. Pero esa apropiación es ejecurada desde coordenadas temporales que, aunque difusas, hacen sentir su peso: las canciones, los espacios, incluso los viajes frenéticos de Laura reenvían a los 90, pero algunas escenas, en especial las cacerías nocturnas, hablan de otro universo expresivo, el del cine argentino de los 80. Laura corre o dirige una travesía en auto y Szulanski estira sin pudor los momentos mientras se escuchan melodías con sintetizadores: no hay nada más para contar que el placer de (volver a) ver la ciudad de noche atravesada por seres olvidados de Dios, marginales o asociados a algún delito, en plena fuga o yendo a confrontar su destino, más o menos como lo hubieran filmado directores como Desanzo.
De su invocación de los géneros del cine Szulanski extrae una frescura y una elegancia narrativas hoy difíciles de encontrar: las dos chicas-demonio con las que se cruza Laura, que se aprovechan de un taxista extorsionándolo con una posible denuncia y que resultan ser verdaderos monstruos; o los hombres mayores, torpes o perversos, que se le acercan impúdicamente, como si no pudieran o no quisieran contener sus deseos (filmar la calentura masculina sin señalarla); o el momento de la asistencia imprevista, cuando la protagonista, agradecida por su suerte y bajo el peso de algo parecido a un improbable imperativo categórico, decide volver a entrar al plano (del que acababa de salir segundo antes) para ayudar a una chica caída en un baño; ninguno de esos momentos o personajes funcionan como afirmaciones sobre ideas del presente, no hay allí restos de consignas al uso sobre las mujeres, la solidaridad femenina o los comportamientos de los varones, sino el juego con un horizonte narrativo que el cine del pasado supo desplegar, una galería de criaturas nocturnas, más o menos feroces, que la película hace desfilar frente a la pobre Laura, a la que no le queda otra opción que alternar entre los roles de víctima y cómplice sin ser nunca una sola cosa, pero también sin justificarse ni dar razones, como si ella misma fuera consciente de las leyes narrativas (y no morales) que gobiernan sus actos. Una felicidad del cine, del arte de contar historias que la película refrenda con los créditos finales, de una ludicidad pocas veces vista.
(Argentina, 2024)
Dirección: Matías Szulanski. Guion: Matías Szulanski, Victoria Freidzon. Elenco: Rebeca Rossato, Tamara Leschner, Sofía Siniscalco, Germán Baudino, Franco Stellatelli. Duración: 91 minutos.