DE LA AUTOCONCIENCIA A LA MEGALOMANÍA
A mediados de los años sesenta del siglo pasado, Roberto Rossellini, seguramente el mejor director que ha dado el cine italiano y uno de los mejores autores de films europeos en general, decidió abandonar el cine.
Mejor dicho, el cine conocido por sus tramas ficticias, con personajes imaginarios viviendo situaciones imaginarias o imaginadas por el autor.
Para Rossellini el cine estaba agotado como tal. Y debía emplearse el médium cinematográfico para hacer “films educativos”; telefilms en rigor, pero que mantuvieran en parte ciertos elementos técnicos ya canónicos de los films de ficción completa. Planos, corte, edición, incluso fuera de campo.
La reconstrucción histórica o geográfico-histórica desde luego era permitida.
Así surgieron, Sócrates, Hechos de los Apóstoles, San Agustín, Los Medici, La edad de hierro y –entre otros- La toma del poder por Luis XIV.
Hemos vistos casi todos ellos, y cumplen puntualmente con su función. No son bajamente didácticos, y menos aún facciosos. Desde luego hay una mirada critico perspectiva en todos ellos. Pero el espectador resulta informado, no ilustrado, de manera en parte representada y parte presentada del personaje histórico y de sus diferentes posturas y acciones.
Por cierto no se trata aquí de ningún intento de antropología folklorizante donde el europeo va en busca de exotismo con ínfulas de reformas progresistas, cuando en rigor termina fotografiando rarezas para pequeñoburgueses, que gozan -más bien gozaban- del estado de bienestar.
Incluso -cómo que no- el mismo Rossellini, escribió y publicó de consuno un libro-manifesto sobre su nueva forma de encarar el cine, por cierto sin caer -esto corre por nuestra cuenta- en el cinematógrafo. Su título no deja lugar a dudas “El que nace libre no debe ser educado como un esclavo”.
Rossellini romano de vieja estirpe, hijo de un arquitecto que construyó in illo tempore las primeras salas de cine de la ciudad, y como también italiano contemporáneo en su manifesto de orientación didáctica, osciló con la misma habilidad y astucia que siempre tuvo para equilibrar vida y obra, negocios, amores, excusas, y sablazos dados a diestra y siniestra, un también hábil danzarín entre marxismo y cristianismo. Ya por entonces un clásico mix italiano que luego, por razones que hemos explicitado en otra columna de este espacio, terminó en terror urbano, masacres, atentados y asesinatos. El “compromesso storico” creado por la dupla Berlinguer-Aldo Moro, se diluyó con el asesinato de este último y tras ser su cadáver abandonado en un baúl de un auto estacionado en la via delle Botteghe Oscure, cerca del comité central del PC. También por la dudas se cargaron a Pasolini.
Pero bueno, quedan los films didáctico-dramáticos de Rossellini y en esta tierra de nadie en que se ha convertido algo todavía conocido geográficamente como Occidente y de manera ya más que difusa, Europa o lo europeo, son un intento visible, llevadero, de recordar mientras se pueda y no estemos encerrados en bunkers, aquello que fuimos mediante estas vidas ejemplares en este caso filmadas por un Plutarco cinematográfico.
Coppola, un romano transatlántico, nacido en la Lucania -como la familia paterna de quien esto escribe, es decir romano y griego, se ha o más bien se había hasta no hace mucho tiempo caracterizado en su obra fílmica como -entre tantísimos otros méritos- por ser un autor centrado en la Real-Politik. Creemos que la ciencia o filosofía, aún y sobre todo la teología política no puede ni debe seguir siendo la misma luego de la saga de El padrino, Apocalypse Now o Tucker. Nada de vaguedades, ni limbos indecisorios, incluso en su opera minora (Peggy Sue, Jardines de piedra) supo perfectamente organizar estos excursos a su obra principal.
Pero claro -decimos por nuestra parte y desde nuestra propia visión teórica- la autoconciencia es un momento del pensar poetizar donde sus producciones ya no quieren acompañar la Historia, sino buscan ser, estar integradas a la misma Historia. Ser Historia.
Aquí no se trata de “Utopía”, porque de ser así fue pésimamente entendido el concepto mismo cuanto la acuñación del término o género filosófico-literario a cargo de Tomas Moro o Thomas Moore, poco antes que fuera decapitado y con los siglos ser el santo patrono del trabajo intelectual.
Es decir “U-Topos”, “no hay tal lugar”. Antecedentes preciosos son “La republica de Platón”, así como intentos posteriores como La cittá del sole, del monje calabrés Tomasso Campanella.
Bien. Todo ellos, empezando por el diálogo platónico tienen un carácter oblicuo especulativo que hemos intentado desentrañar en otros escritos y seminarios. Para no redundar. Se trata de exagerar conciente, más bien autoconcientemente con ciertas posturas político-filosófico-teológicas extremas en su perfección y bondad, para que siquiera una parte aún mínima de tales propuestas sean tomadas por los príncipes y gobernantes como reformas a poner en práctica en sus gobiernos.
Se pide mucho, se exagera, incluso se prepotea in fine, como Platón que termina diciendo que “esto”, cientos de páginas y propuestas, jamás serán posibles de ser llevadas a cabo, para así, sibilinamente, hacer que algunas de ellas pasen de matute al caletre de los gobernantes de turno.
El siglo XX ya no estaba para estos pasatiempos filosófico-literarios y optó por crear lo que bien ha sido llamado “anti-utopías”. Su nombre es legión. La más socorrida y facciosa y mediocre es “1984” de Orwell; una un tanto más exigente literariamente es “Un mundo feliz” (Brave New World) de Huxley, y la obra maestra de todas ellas es la todavía poco conocida “Señor del mundo” (Lord of the World) (1907) del sacerdote católico F. H. Benson
Con todo esto a cuestas, Coppola -el Atlas de la autoconciencia- no podía -suponíamos- descender hasta este cambalache de ensoñaciones tardo románticas. Más aún y sin tantos desvíos, lo que este pot-pourrí, de vanidades técnicas y de vacuidades estéticas, carente de toda forma, de una puerilidad descarada intentada recubrir con la crema untuosa de la novedad cibernética, todo esto –decimos- para colmo ya había sido no sólo planteado, jugado, interpretado, sino y a fortiori resuelto en un film anterior como Tucker.
En Megalópolis no estamos frente a la autoconciencia, ni menos aún más allá de ella, lo cual es imposible, sino ante la megalomanía. Algo que se advertía con temor y temblor en la ciclópea, cuanto vacua, One from the Heart…Y en toda megalomanía qué hay sino puerilidad, no inocencia, sino la parodia de ella, que es la puerilidad…
Ciertamente cuando uno ya ha concretado y completado una “interpretación de la cultura”, tanto en la saga de El padrino como en Apocalypse Now, es muy difícil, ahora sabemos que imposible “gracias” a este dislate lleno de sonido y de furia y que una vez más no significada nada, ignorar o alzarse hombros frente a lo ya sabido; sabido por su propia inteligencia.
A una cima se sube siempre solo, ay. Esa es la desgracia. El tema es qué hacer allí o a partir de allí, porque la cima una vez alcanzada es inhabitable. Se debe descender con la carga de la autoconciencia. Y ese “saber qué se sabe” es tanto don como pathos. Es un grial que se pierde en cuanto se lo ha vuelto a hallar…
Es que además Coppola ya lo había hecho todo, hasta muy tempranamente lo que hemos llamado (v. “Hitchcock en obra”), “ficción expuesta”: es decir donde el autor de una obra de arte limita sus efectos de sentido más reconocibles, sus “marcas” estilísticas, llevándolas a su mínima expresión para mostrar el fondo, el humus primordial -podría decirse también así, de su mundus. Desarmar la tekné para concentrarse en la póiesis, cosa que había hecho a la perfección en Peggy Sue, Jardines de piedra y The Rainmaker.
Aquí hace todo lo contrario. Sube la escalera que baja. Pero repetimos en cuanto a visión poético-filosófica, esta tentación a la ficción milenarista ya había sido diestra y operativamente puesta en crisis, “resuelta” en Tucker. Por lo cual esta tardía comezón utopista además de provocar en quien esto escribe vergüenza ajena, exhibe con impudicia el ya extremo nihilismo del pensar y poetizar donde ha quedado atrapada la tradición europea.
Porque es bueno repetir hasta el cansancio: esa nada-nihil de su origen conceptual etimológico, nunca es debe ser entendida como “nada” en sentido material. Por el contrario es una nadidad que se niega a sí misma y por ello necesita estar cubierta de ripios, de gadgets, de desechos de todo tipo, incluso, o sobre todo, políticos y teológicos; o para mejor decir, lo teológico se hace manifiesto cuando lo político se revela como lo que siempre buscó ser desde hace más de dos siglos. Pura instrumentalidad “neutral” donde la decisión se ha vuelto automatismo.
Nota bene
DE MIS DIARIOS. 3 de agosto 2004:
El problema con la construcción de utopías privadas -que pueden ser un ejercicio de la imaginación como cualquier otro- es que la edición y montaje son por demás sencillos; los actores y comparsas actúan a nuestro capricho; los argumentos que improvisamos se prestan plásticamente a nuestro deseo; pero que luego, y ya no ante el estreno o la función privada, sino ante la mera exposición de tales fantasías a la luz solar de la más trivial de las realizaciones efectivas del tiempo histórico, se desarman sus precarios decorados y se decoloran y arrugan las situaciones ideales que se tornan súbitamente en macchiette unidimensionales desplomándose ante la crasa vida cotidiana.
(Estados Unidos, 2024)
Guion, dirección: Francis Ford Coppola. Elenco: Adam Driver, Nathalie Emmanuel, Shia LaBeouf, Giancarlo Esposito, Aubrey Plaza, Jon Voight, Dustin Hoffman, James Remar, Talia Shire, Jason Schwartzman. Producción: Michael Bederman, Francis Ford Coppola, Barry J. Hirsch. Duración: 133.