EN EL CUARTO OSCURO DEL PODER
¿Cómo se revisita el pasado? ¿Dónde termina el hombre y empieza el mito? Menem es la nueva serie de Amazon Prime dirigida por Ariel Winograd. Esta ficción no se propone explicar quién fue Carlos Saul Menem, sino que pone el foco en la construcción de su imagen y cómo eso lo llevó a perderse a sí mismo. Por momentos la serie parece una biopic; en otros, una sátira del poder; y en aquellos más interesantes, una reflexión audiovisual sobre el mito como forma de supervivencia política. En esa ambigüedad, entre el archivo falso, la comedia incómoda y la tragedia, se mueve este relato sobre un personaje que ya no pertenece del todo a la historia ni a la ficción, sino a un terreno en el que ambas se cruzan.
La idea de mímesis instaurada por los griegos plantea un acto de representación, que puede ser más o menos cercana de la realidad, pero que al fin y al cabo busca crear a partir de algo preexistente. Platón diría que el arte imitativo no tiene acceso a la verdad, sino que solo produce apariencias; mientras que Aristóteles mantendría que a partir de la mímesis puede comprenderse una idea universal a raíz de lo particular. Si se analiza esta ficción desde una mirada platónica podríamos decir que Menem no es necesariamente una representación del poder, ya que lo que vemos no es al político real, sino el mito audiovisual que queremos, o necesitamos, que sea. Pero más adelante indagaré en esto.
La idea del mito del expresidente Carlos Saúl Menem puede ser considerada como un tema tabú para la sociedad argentina. Hay quienes creen que su nombre está maldito y que cuando tienen que referirse a este se tocan una parte del cuerpo con tal de lavarse la mufa. Esto con el correr de los episodios es tomado por la narración para caracterizar al personaje y empezar a definirlo como un héroe trágico, uno que cae en su propia soberbia y termina sellando su destino. Como si se tratase de una tragedia griega, el personaje brillantemente interpretado por Leonardo Sbaraglia, cae en su ambición desmedida y desafía a los dioses (en este caso a una bruja) para conseguir la reelección presidencial. Esta hybris, que puede entenderse como el exceso de confianza o soberbia del héroe, y su consecuente caída, es con lo que la serie busca explicar la consecuente aura de negatividad que cae sobre el personaje, y que es responsable de la muerte de su hijo. En este caso en particular, más que consolidarse como un héroe griego en su arquetipo, Menem se nos es presentado como si fuese un villano que no logra en ningún momento purificarse o redimirse por medio de la catarsis. Es un personaje, que para el momento en que aparecen los créditos finales, ya sabe que no tiene salvación alguna. Salvando distancias, esta interpretación del expresidente argentino es más cercana a un Charles Foster Kane que a una encarnación sobre un político a partir de una mirada crítica. Es un personaje que por definición es indefinible.
Es importante hacer una aclaración y es que si bien esta ficción retrata a uno de los iconos más importantes de la década de los 90, hay que entender que esta es una adaptación. Y que por más polémica que sea su figura aún en nuestros días, el foco debe estar en analizar los métodos narrativos utilizados a la hora de revisionar a este personaje tan particular más que en las acciones cometidas por éste.
Desde el inicio la serie presenta al expresidente a partir de la mirada de Olegario Salas, un humilde fotógrafo riojano que acepta ser parte del equipo de campaña electoral de Menem, y que después se convertirá en su fotógrafo presidencial. No solo es interesante el pensar el enfoque del mito desde una subjetiva ajena, sino que también sirve para crear un distanciamiento entre nosotros y la figura que se quiere constituir. En una primera instancia este enfoque propuesto genera bastante intriga y expectación, el anclarnos a la visión de Salas hace que nuestra percepción sobre el expresidente se vea ligeramente direccionada tanto por sus ojos como por la lente de su cámara. Las fotografías que Salas le va tomando conforme van transcurriendo los episodios, ya sea inmortalizando sus discursos, manteniendo reuniones diplomáticas, o simplemente él siendo presidente, son las piezas que poco a poco construyen a la figura del mito. Ahora bien, la fotografía en política no es inocente: está al servicio de un relato y eso convierte a Salas no solo en un simple testigo, sino en cómplice de la construcción de este mito. Tomando conceptos introducidos por Roland Barthes en su libro “La cámara lúcida”, la fotografía tiene que entenderse como una emanación del referente y un certificado de lo real. Sabemos que hay algo que estuvo frente a la cámara, pero lo que vemos no es sólo lo que fue, sino lo que se quiso construir que fuese. Es por eso que cuando la serie está llegando a su fin vemos la faceta más interesante del personaje, aquella despojada de su carisma y ambición. Cuando Menem se aísla y permanece en soledad resulta irreconocible, genera la duda de si en algún momento fuimos capaces de conocerlo. Es aquí cuando la cuestión mimética de Platón vuelve a aparecer: el engaño y las apariencias son en definitiva lo que constituyen las bases de este mito, y es Winograd quien termina de darle la vuelta.
Hay escenas en particular en las que esto sale a la luz: como puede verse cuando el expresidente le pide a Salas que lo retrate “conmocionado” después de la muerte de su hijo, Carlos Menem Jr., e insiste en que le tome la fotografía pese a la negativa de Olegario. También cuando mira la televisión y Cavallo anuncia el aumento del IVA al 21%, aprovechando su trágica situación familiar para que su imagen no se vea afectada negativamente por el pueblo. Aunque sin dudas la escena que exterioriza estos conceptos de una manera más extremista es la última de toda la serie, en la que el expresidente se mira frente al espejo, a manera de mirar a la cámara, y mientras se limpia las lágrimas este empieza a reír incontrolablemente. Para este punto uno no logra reconocer la verdadera identidad de este personaje, no sabe si se encuentra frente a alguien que oculta su dolor por miedo a que lo vean distinto o como un psicópata desmedido.
La puesta en escena implementada por el director muestra un variado repertorio de recursos estéticos y de formatos, como el uso del blanco y negro, el falso archivo o planos que simulan ser filmados en fílmico y en VHS. Pero donde realmente se luce Winograd es en su excelente manejo de cambio de tono entre escenas. Tiene un gran despliegue para las escenas de comedia como lo son cuando Menem hace las “entrevistas/venta de cargos” del gabinete, o cuando este tiene que presentarse ante los embajadores de distintos países y la cámara juega con el personaje a manera cómplice para que su relato caiga bien en los extranjeros. En particular hay momentos que resuenan a El irlandés de Martin Scorsese -salvando distancias- en la manera que tiene Winograd de introducir a cada personaje y romper la cuarta pared ya sea con Salas hablando a cámara o con la primera aparición de Cavallo y los textos sobreimpresos en la imagen: “acuérdense de este tipo… y de esta carpeta también”. Recuerdan a cómo en el film de Scorsese a cada gángster que era presentado en escena un texto aparecía para contar cómo iba a morir más adelante, en este caso a cada personaje se lo presenta y se informa a la audiencia qué cargo iba a tener en el gobierno del riojano. También una de las secuencias más destacables de la serie es aquella en la que la Embajada de Estados Unidos declara corrupto al gobierno, y Menem debe de juntar a todo su gabinete para “limpiar” su nombre, es decir, que nada salga a la luz. El montaje en dicha secuencia se vuelve frenético y muestra cómo la galería de personajes introducidos previamente tiene que darse de baja de la coima para evitar el escándalo político.
Sin ningún tipo de dudas la escena que mejor está ejecutada de la serie es aquella en la que el protagonista debe de firmar el indulto contra los militares de la última dictadura. En esta escena particular se genera un antes y un después, ya que por más que uno sabe que está viendo una ficción, Winograd encuentra la manera de desarticular y de filmar de la manera más clásica posible este suceso. Generando un resultado conflictivo ya que la idea de constructo ficcional que se venía hilando durante toda la serie se desmorona. En esta escena en particular uno deja de ver a los actores y de pensar en la puesta, porque se encuentra mano a mano con el suceso real. Y si bien no hay una bajada política sobre lo que tiene que pensarse sobre este hecho, es inevitable que uno no recaiga en sus propias conclusiones sobre el asunto. Otra de las escenas que funciona muy bien es aquella en la que se sella el pacto de Olivos entre Menem y Alfonsin, la cámara se mantiene distante, como lo hace Salas quien toma esa imagen inmortalizada en la historia. Es en esta última escena en particular donde el protagonista termina de consumar su destino cuando no hace caso a las premoniciones de la bruja y decide encaminarse a su reelección presidencial.
Toda la subtrama de la bruja es lo más flojo que tiene la serie. Termina desentonando con todo el arco narrativo establecido desde el principio que arranca como una película de gángsters escalando en el mundo de la política y termina como si se tratase de una lección de misticismo. Se le dedica un episodio entero a esta cuestión y ya para ese punto uno está más interesado en ver la sucesión de los eventos transcurridos en el primer gobierno del riojano como los bien presentados: intento de golpe de Estado en 1990 y el atentado a la AMIA en el 94, más que un viaje a la Rioja para ver a una ermitaña.
Menem no pretende explicar quién era este polémico personaje, porque la propia serie está en esa misma búsqueda. La intención de esta ficción es la de revelar los procedimientos utilizados por el expresidente argentino para construir su imagen y quedar inmortalizado en el tiempo. Dicho en un episodio por su ex esposa Zulema Yoma: “Hay que pegarle donde más le duele, en la imagen”. A través de la lente de un fotógrafo, el relato de Winograd busca reflexionar sobre el poder y su imposibilidad de separar lo real de su representación. En el cuarto oscuro del poder, lo que se revela ya no es la verdad, sino una puesta en escena que, como toda buena foto, dice más por lo que oculta que por lo que muestra.
(Argentina, 2025)
Dirección: Ariel Winograd. Guion: Mariana Levy, Luciana Porchietto. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Griselda Siciliani, Juan Minujín, Campi, Violeta Urtizberrea, Diego Pérez, Mónica Antonópulos, Fernán Mirás. Producción: Flor Colombatti.