EL CURIOSO CASO DE TIM BURTON
Tim Burton sigue jugando a ser un pibe. No en las tramas de sus historias, muchas veces plagadas de chicos, sino en la madurez artística de los productos que dirige. Porque lo suyo, desde hace varios años ya, son los productos. Su última gran película en su irregular filmografía es La leyenda del jinete sin cabeza, tal vez su obra definitiva. En aquel film sí había un gran progreso artístico que venía sosteniendo con dos de sus más grandes películas: Batman vuelve y Ed Wood. Estas obras, de géneros muy distintos (el de superhéroes, el biopic y el de terror), suponían mundos propios bien definidos, con personajes complejos, arcos dramáticos inmensos (el pingüino de su Batman es tan trágico que parece salido de alguna obra de Shakespeare). Esa madurez fue alcanzada gracias a que la estética que tanto le celebran algunos, dejaba de ser vacua, una excusa para dibujar personajes raros, de esos que tanto le gusta retratar. Pasó el tiempo, y Burton siguió insistiendo con las mismas temáticas dónde los personajes extraños eran alienados de un mundo, digamos, ordinario. Es allí donde cae en el agujero del conejo: se va a un mundo de fantasía, pero jamás regresa de él, petrificado como un pibe que no quiere ser grande. Ese mundo parece estar dominado, pululado por una reiterada galería de personajes y efectismos que responden al “manual básico del Sr. Burton”. Si algunos creyeron que con El gran pez o Sweeney Todd había demostrado una decadencia artística amén de su falta de economía para contar una historia en pos de la parafernalia estética donde se encuentra cómodo, entonces una película como Alicia en el país de las maravillas es la tumba anunciada. A partir de ahí, apenas supo hacer una película simpática y efectiva (Frankenweenie) y la cosa fue en picada hacía el peor infierno. Seamos realistas, a Burton parece importarle sus cheques a esta altura del partido.
Con Merlina, su versión dark de Harry Potter (una saga que ya de por sí tiene sus problemas), no hace más que hurgar en todos los tópicos básicos donde ha pasado desde hace ya dos décadas. Con ésto no queremos decir que su cine sea dañino, para nada. Pero es cada vez más y más intrascendente y en loop, hasta caer en una repetitiva fórmula segura y petrificada. Una película como El cadáver de la novia tiene una técnica impresionante, además de un par de aciertos que la hacen una obra un poco fallida, pero que se deja ver un poco más que el resto.
Ahora, volviendo a Merlina, Burton toma a un personaje de la famosa familia que tuvo su paso por la TV, el cine, los dibujos animados, y le impregna una nueva mitología (un espantoso síntoma de nuestros tiempos) adosándole poderes psíquicos, suponemos para hacer la serie más…¿dinámica? ¿interesante?¿comercial? Bueno, no sabemos. Pero podemos suponer o jugar a ello.
En Merlina, la joven es la misma caraculica de siempre y esta vez es enviada a una escuela que parece aburguesada y en donde mandan a los frikis esos que tanto gustan a Burton, ya que es expulsada del colegio donde asistía. Aunque al principio se muestra reacia, en la nueva escuela encuentra una forma de, se podría decir, madurar o ver el mundo con otros ojos. O tal vez no tanto. Al menos hará amistades y algunos enemigos, además de poder aprovechar sus poderes psíquicos para investigar unos misterios que nadie más que ella parecen poder resolver. Acá Burton parece ir cada vez más en retroceso: sus productos merman su calidad narrativa y artística. Sin ir más lejos, el primer episodio es tan aburrido que cuesta terminar de verlo porque el tono, su impronta estética que dice poco y nada, no hacen más que tapar los huecos de sus limitaciones artísticas. Todo lo que sucede es remanido, y los supuestos giros de guión se adivinan con los ojos vendados. Y más allá de dicha previsibilidad, que cansa lo suficiente como para querer abandonar la dura tarea de aguantarla hasta el final, el camino narrativo que teje Burton es poco interesante y convincente sólo de a ratos. En esa cuestión se lo puede acusar de resultarista. ¿Por qué se preguntarán? Porque en Merlina hay vueltas de tuerca, giros argumentales, que para Burton parecen ser lo más importante.
Ahora, con una mano en el corazón, ¿que hacemos con el giro una vez que vimos la obra? Su efectividad desaparece. Más aún cuando la construcción es nula, apenas una excusa para que la sorpresa surta efecto. Una novela, serie, película, cuento de misterio debe hacerse con una construcción interesante antes de llevar a cabo dicho giro. No importa el medio. Porque se sabe, una vez que la sorpresa sea revelada, lo que nos queda -al margen de una posible revisión- es lo interesante del camino que se va construyendo. Sin eso es un truco vacuo, sin más.
Al parecer, Burton es un pibe que no quiere madurar, se nota. Pero lo que es peor, se pone más viejo y su cine se vuelve más aniñado, como si fuese una especie de Benjamín Button (o Benjamín Burton). El retroceso artístico viene claramente de la vaga comodidad a la que responde sin tomar riesgos. Sí, Merlina es Harry Potter con más violencia, sangre y oscuridad, pero ese “condimento” no la convierte en una obra madura o al menos a la par de la mirada que pueda tener un adulto del mundo que lo rodea. El hecho de que la respuesta media del espectador sea que apunta al público adolescente es más confuso y limitado que reparador. Entonces,¿se subestima al adolescente de hoy en día? Tal vez. Total, las agendas políticas en la actualidad (entiéndase inclusión social, feminismo, bullying, etc) están en todas partes taladrando que esos valores contenidista son más importante que el saber contar bien una historia. No estamos en contra de ello; sólo se reniega de todo aquello que depende de esa visión del mundo absolutista y poco se atiende al saber narrativo y estético, que al fin y al cabo es más importante que un discurso hecho y derecho.
Las situaciones en la serie son un manojo de lugares comunes en el universo del director y el personaje de Jenna Ortega hace lo que puede con todo su carisma, que no es poco. Pero bueno, se entiende la fórmula Burton para adolescentes, o lo que él cree es para ellos: personaje femenino que siente no pertenecer o encajar y que en realidad es alguien “especial” (recordemos que esta Merlina tiene poderes, y ojo al piojo con la lectura de ser mujer, especial y despreciar a la mayoría en la sociedad que la rodea; no vaya a ser que no se entienda).
Para comprender esto no hace falta ser un genio, y un personaje acentúa esta mirada: Pericles, hermano de la protagonista, es presentado como un chico débil, asustadizo, inofensivo y temeroso que sufre de bullying. Obvio, los malos son varones (en su mayoría caucásicos) y el chiste está en que la figura femenina sea la que ajuste cuentas. A Pericles entonces es otro al que le alteran el carácter para que el discurso de la Merlina versión 2022 sobresalga o encastre en su lógica. Ahí hay un enorme error. La mujer puede mostrar liderazgo, fuerza e inteligencia sin la necesidad de que la figura masculina sea vista como monstruosa. Si no, vean esa belleza llamada Infierno en la tormenta, cualquier película de James Cameron o Whip It!, de Drew Barrymore. Obras que dialogan con el espectador sobre la mirada femenina, pero sin subrayados ni moralinas aleccionadoras.
El problema, entonces, es cómo se cuenta esta historia, y a Burton parece realmente no importarle. Mucha agenda política actual, pero el saber abordar un relato, brilla por su ausencia. Basta con chequear la escena del primer capítulo, con las pirañas en la pileta y los adolescentes que le hacen bullying a Pericles: de una arbitrariedad inimaginable. Todo se sucede así como así, caprichosamente y sin preámbulos, pero eso sí, otra vez el contenidismo al ataque. Lo que importa es la intencionalidad del hecho, parecería. El discurso sobre el empoderamiento femenino otra vez yendo por un camino seguro.
Otro ejemplo claro es la figura de la bruja, que representa a la mujer empoderada que la sociedad teme y prefiere ver muerta, y acá es uno de los misterios que rodean la serie. Su simbólica es utilizada con los mismos fines que desde hace añares. El problema es el abuso de dicha cuestión desde hace ya una década, y son pocas las películas o series que se puedan rescatar sin caer en fórmulas soporíferas y remanidas. Recuerden la saga de películas de Fear Street: un slasher con una excusa para recaer en este tema tan de moda dentro del terror actual, que desde hace una década empieza a aburrir, y mucho.
Para contraponer condescendientemente, tenemos a la villana más villana: mujer de tez blanca como la leche, rubia y con un corte de pelo que recuerdan a la Streep en El diablo viste a la moda. No hace falta acotar más. Se entiende la intención. Como todo en una serie que puede entretener de a ratos, pero que en su extensión levanta más bostezos que interés.
(Estados Unidos, 2022)
Dirección: Tim Burton, James Marshall, Gandja Monteiro. Creadores: Alfred Gough, Miles Millar. Elenco: Jenna Ortega, Gwendoline Christie, Riki Lindhome, Christina Ricci, Luis Guzmán, Catherine Zeta Jones.