Crazy Love Tour
Entro al Luna Park sobre la hora, con miedo a que la puntualidad de los últimos recitales que asistí ahí arruine el comienzo del show. Escucho canciones que no reconozco desde la puerta, y ni que ni bien traspaso me muestra a siete hombres negros sobre el escenario, sin ningún tipo de instrumento, pero con una amplia variedad de sonidos, como pueden ser guitarra, bajo, batería, armónica, teclado, generados con la voz. Naturally Seven teloneaba preparando la contienda. Nunca había tenido la chance de poder disfrutar plenamente este estilo de música, ya que en algún momento la magia se rompía ante un mínimo error; en este caso, si uno lograba abstraerse de la imagen y entregarse al sonido (tarea difícil para un cinéfilo como quien escribe), no podía distinguir diferencia alguna entre el acorde de ese bajo que retumba por todo el estadio y lo ya conocido como tal. Un rato más de canciones y otro rato de juegos con el público ya había condensado el clima para la aparición de la nueva estrella adoptada como local.
Se apagan las luces y una MB gigante se enciende, y recorre el lugar inquieta, buscando donde posarse, hasta centralizarse en el medio del telón. Se apaga también esta luz y estalla el primer tono de Cry me a river, proyectando una secuencia emulando al inicio de Fantasía de Disney, aprovechando ese comienzo opereta que le da el tema. Se abre al público el telón y se ve a un artista y su banda en escena. Un artista que se mueve con una frescura que no suele encontrarse en todos los personajes de la escena musical, en todos los géneros que ésta posee, que tiene una voz imponente desde que sale de su garganta sin esfuerzo. Pese a que el volumen del micrófono pueda colaborar a evitar el desgaste de una voz que ya sufre la seguidilla de tres días de recitales consecutivos, a Michael Bublé no le hacen falta trucos para shockear con su tono. Es dulce, intenso, masculino, amistoso y agradable. Plantea que más que un concierto, esto es una fiesta, y la verdad que el rol del anfitrión le calza a la perfección.
Recorriendo el camino de un total de 19 canciones, 10 de ellas covers, desde intentar tomar la posta que dejo Sinatra, hasta atreverse a un tributo tan sincero como audaz a otro Michael, con Billie Jean de Jackson, el cantante satisface las expectativas. Con tintes de stand up en la presentación de cada uno de los integrantes de su banda (crisol de razas, multinacional hasta con aporte argento), siempre aportando una cuota de comicidad y frescura, genera un ambiente descontracturado que se divierte hasta con sus intentos de espanglish. Lo que genera Bublé no es usual. El feeling que genera tanto con el público masculino como con el femenino, una especie de confianza tácita, de ese amigo chistoso que no para y así como es una tras otra la risa, también son unas tras otras las canciones de este show, que en números pareciera hasta corto, pero que llega a las dos horas de duración. Michael no toma agua, no se le seca la boca, no para de hablar cuando no está cantando, conoce el paño y lo maneja a gusto, parece un robot que disfruta de cumplir su misión que es la de llenar al público.
Párrafo aparte para todo lo que acompaña a su figura, la escenografía y su banda. En una pronunciada inclinación vertical, se van distribuyendo por la izquierda de la visual del espectador piano, guitarras, en el centro contrabajo y batería, y a la derecha todos los vientos juntos, que suman 9 de este lado y 14 en total, de una excelencia tal que pese a verse eclipsada por la presencia potente de Bublé no tiene fisuras. La inclinación del escenario me recordaba a ese gran momento de Titanic (James Cameron, 1997), donde el barco se está hundiendo y la banda sigue tocando. Ese amor al arte, esa pasión interpela al espectador, le da una sensación de que tiene la chance del disfrute, que también es mutuo, y que cura toda preocupación. Esta banda va a acompañar al Capitán, aunque alguna vez pueda significar su propio final. Disecciona el tiempo y lo congela. Las pantallas, 5 en el escenario y 2 a cada costado respectivamente, colaboran a una animación permanente, conjugando imagen del show en vivo con combinaciones de colores y dibujos que se entremezclan con cada temática de cada canción.
La falsa despedida con dedicatoria a Lulú, reiterando que este es su nuevo segundo hogar, y nosotros como público entregado aceptamos y festejamos un nacionalismo artificioso pero divertido, es el aparente cierre con el tema que la gran mayoría de los argentinos lo conoció por primera vez y que permitió su desembarco con tanta potencia a este mercado. El cholulismo argento entró en su arte por el romance con Luisana Lopilato, pero este pecado se vuelve don cuando permite descubrir a un artista de tal tamaño. Haven’t Met You Yet provoca la primera y única vez que abandona el escenario para regresar los bises, con tres clásicos como lo son tanto para la historia como para su carrera: Feeling Good, Me and Mrs. Jones, y A Song for You.
Ahora sí, es el final, que no deja con ganas a nadie, que nos deja llenos, y que paga la entrada, desde cualquier lado que se lo haya visto. Bublé podrá ser mencionado como el heredero de, pero con sus actuaciones debería forjarse en la opinión general que se ganó el respeto de un nombre propio, el suyo.