Noche de paz, noche de horror es el segundo remake de Sangriento Papá Noel, aquel modesto pero controversial (controversial para la época, hoy casi la puede ver un niño) slasher de culto navideño o “contranavideño” de 1984 cuyo relativo éxito en el cine y en el por entonces incipiente mercado hogareño del VHS determinó la consecución de la historia y la repetición de sus lugares comunes a lo largo de cuatro secuelas que terminaron conformando una pentalogía que se fue desinflando irrevocablemente. Pero el origen de este segundo remake del clásico navideño no hay que buscarlo en el reboot lanzado en 2012 con el acotado título de Silent Night en el que Malcolm McDowell interpretaba al sheriff que perseguía a esta especie de justiciero psíquico que de niño ve masacrar a sus padres por alguien vestido de Papá Noel y, como consecuencia de ello, de adulto no puede más que emular a aquel asesino, trauma obvio mediante. El origen de esta nueva Navidad gore hay que buscarlo en la avalancha de reciclaje que azota la creatividad de la industria de Hollywood y las pequeñas industrias satelitales hoy en día, sumándole el nuevo auge del gore en todos sus extremos, lo que siempre se agradece. La saga Terrifier y su inesperada recepción popular (lo que antes denominábamos un sleeper) también aporta su materia prima a este contexto. Pero no hay definiciones excesivamente rotundas posibles sobre este fenómeno de lo extremo, que parece ser la continuidad digestiva estadounidense o norteamericana del Nuevo Extremismo Francés (Nouvelle Extreme) disparado por Alta tensión (Haute Tension, 2003) de Alexandre Aja.
Noche de paz, noche de horror no alcanza estos límites o “extralímites”. Pero bebe de esta fuente comercial, como bebe el filón de las traslaciones de obras clásicas infantiles al terreno de la ultraviolencia irracional, con Winnie the Pooh como personaje al frente de este tren fantasma que viaja hacia una nueva zona del género que se define por lo indefinible con evidencias oblicuas o poco claras. Si bien el título y el argumento son los mismos que los del original de 1984, el tono es la principal diferencia que aporta este nuevo trabajo de Mike P. Nelson, quien en 2021 se había arrimado a otro remake menos violento que su original, el de Wrong Turn. Es posible que la acusada diferenciación tonal de su último trabajo predisponga a la radicalidad receptiva de los fans de las amputaciones gráficas generalizadas, sobre todo si los juicios son denostadores. Este nuevo abordaje subversivo de la liturgia navideña propone como virtud lo que termina siendo su principal falla: una inexplicablemente tranquilizadora pasteurización de sus brotes sanguinolentos. Está bien, el protagonista no asesina de palabra, como un curandero. Mata cruentamente. Pero esta estilización de lo macabro termina siendo un ajuste inofensivo respecto al modelo preexistente. Pareciera que la merma de bestialidad es la cristalización de un proceso de moderación que esquiva la tendencia más virulenta. Esta variación del modelo de película de terror gore es válida en tanto se purifique la calidad del argumento. Pero no como indicador de una próxima fase más light del género. Lo mejor del horror profundo en el cine es generar una impresión de equivalencia con otros rituales incómodos y por qué no ancestrales, como, por ejemplo, leer un cuento de Lovecraft en soledad ante una hoguera en el campo. Los instantes que identifican el nuevo trabajo de Nelson son ritos propensos a la recepción esquemática. Podemos comparar Noche de paz, noche de horror con Sangriento Papá Noel más que con las erupciones hemoglobínicas en curso porque cuando damos play o vamos al cine a ver algo de este tipo, sabemos lo que vamos a ver. Vamos a ver una historia que nos ofrece básicamente poca tranquilidad, goce estético pleno (en los mejores casos) y nuevos suspiros de alivio al final. El terror es predecible, pero esta condición a priori desalentadora puede conjurarse con la ejecución formal de muerte espectaculares, lo que no abunda en este nuevo estreno.
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(Estados Unidos, 2025)
Guion, dirección: Mike P. Nelson. Elenco: Rohan Campbell, Ruby Modine, David Lawrence Brown. Producción: Erik Bernard. Duración: 95 minutos.







