(Palestina, 2013)
Dirección y Guión: Hany Abu-Assad. Elenco: Adam Bakri, Eyad Hourani, Samer Bisharat, Waleed Zuaiter, Leem Lubany, Mousa Habiib Allah, Doraid Liddawi, Adi Krayem, Foad Abed-Eihadi, Essam Abu Aabed. Producción: Hany Abu-Assad, Waleed Zuaiter y David Gerson. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 96 minutos.
Paradojas del cautiverio.
El recorrido durante las últimas décadas del cine de Medio Oriente, por lo menos de ese conglomerado polimorfo que llega con cuentagotas a la cartelera argentina, ha sido de lo más curioso si consideramos los cambios que se fueron sucediendo a lo largo del tiempo. Lo que comenzó en los 90 con el existencialismo soporífero de las propuestas iraníes símil El Sabor de las Cerezas (Ta’m e Guilass, 1997), a posteriori mutó en el drama exacerbado de obras como Líbano (Lebanon, 2009), hasta finalmente derivar en una suerte de apertura hacia las comarcas más amigables del género aunque sin descuidar el típico análisis de los conflictos de turno, en línea con la reciente Motivación Cero (Efes Beyahasei Enosh, 2014).
Precisamente uno de los máximos responsables de la etapa de transición entre los dos últimos estadios fue Hany Abu-Assad, cuyo opus El Paraíso Ahora (Paradise Now, 2005) supo privilegiar -a pura sutileza- una estructura cercana al thriller político por sobre las clásicas diatribas humanistas o los instantes de poesía de índole contemplativa. En Omar (2013) el director vuelve a sorprender al extremar el engranaje formal en función de una historia que no sólo cuenta con la valentía suficiente para examinar la cotidianidad en la Barrera Israelí de Cisjordania, sino que además se juega de lleno por un entramado de referencias propias del suspenso de espionaje, un diapasón clasicista inédito en el rubro.
La trama se focaliza en el personaje del título, interpretado por Adam Bakri, un panadero palestino que comparte sus días junto a sus amigos de la infancia Tarek (Eyad Hourani) y Amjad (Samer Bisharat), todos militantes de las brigadas de resistencia antiocupación. Luego de humillaciones varias por parte de las tropas hebreas y de una venganza acorde, léase el asesinato de un soldado enemigo a manos del trío, Omar es apresado por la policía secreta de Israel y sujeto a torturas para que denuncie a sus cofrades. Bajo la amenaza de lastimar a su novia Nadia (Leem Lubany), el joven es liberado con la misión de “entregar” al responsable de la muerte, sometiéndose a la dialéctica del doble agente y sus correlatos.
Dos grandes puntos a favor son el trabajo del elenco y la presencia del manipulador estatal, el Agente Rami (Waleed Zuaiter), el encargado de llevar adelante la cacería. Abu-Assad dinamiza el relato con una maravillosa solvencia y retoma el tono naturalista, carente de golpes bajos a la Hollywood, para poner en tela de juicio las oposiciones bélicas simplistas, siempre en pos de comprender -en toda su complejidad- el trasfondo de tanta masacre superpuesta. Las paradojas de un cautiverio generalizado, el que padecen los palestinos tanto intramuros como al aire libre y en regiones fortificadas, constituyen el marco de una película muy inteligente acerca del atolladero del odio y la degradación fundamentalista…
Por Emiliano Fernández
Lo humano por sobre lo político.
Todos los días de su vida, Omar salta una pared. La escala con una cuerda y cae con la elegancia de quien hace de este ejercicio su rutina. A veces, recibe algún que otro disparo de la policía, pero siempre logra esquivarlo con la destreza de quien vive con la amenaza a flor de piel, con el miedo a sus espaldas. Lo que es una escena épica para abrir Omar, la última película del director palestino Hany Abu-Assad, ilustra, en realidad, la cotidianidad de muchos en los territorios ocupados de Palestina. Es en este mundo de huidas constantes, tiroteos azarosos y prepotencia policial en el que se desarrolla la historia de Omar y sus dos amigos de la infancia, Tarek y Amjad. Cansados de vivir bajo la ocupación de Israel, los tres amigos idean un plan para matar a un soldado israelí. Una vez cometido el asesinato, deberán enfrentarse a las consecuencias, tanto militares como sociales, que un acto de tal rebeldía conlleva.
Ahora bien, sería muy sencillo encerrarse en los conflictos de Palestina e Israel y construir toda una película en base a ellos. El resultado sería probablemente una obra adrenalínica e interesante, pero sería también muy similar a lo que podría relatar un noticiero. Es por eso que Abu-Assad elige hacer algo completamente diferente en Omar. La película tiene acción, seguro, y presenta un conflicto político desde ya polémico y actual, pero lo más interesante aquí es todo lo que ocurre al margen de eso.
Y es que uno no puede evitar compadecerse por Omar cuando descubre que está perdidamente enamorado de Nadia, la hermana de Tarek, y quien también atrae a Amjad. El triángulo amoroso que surgirá a partir de esta situación no tiene nada que envidiarle a la telenovela más enroscada, y la construcción de personajes es sublime y mucho más profunda a la que suele encontrarse en películas de acción de este estilo.
Sucede que Omar es un joven como cualquier otro: un hombre que siente celos y tristeza, amor, odio y todo lo que hay en el medio. Es aquí donde el espectador encuentra puntos de identificación con los personajes, y donde yace la genialidad de Abu-Assad: en vez de caer en la tentación de hacer una película meramente política, decide contar una historia que es, por sobre todas las cosas, humana. Por supuesto que el contexto define en gran parte a los personajes de cualquier narrativa, pero aquí son los personajes los que nos revelan su contexto mediante lo que deciden hacer con él y no el contexto el que convierte a los personajes en estereotipos planos y aburridos. Con un ritmo perfecto que mantendrá al espectador al borde del asiento sin construir niveles de peligro irreales y demasiado dramáticos (como hace Hollywood en tantas ocasiones), Omar baila en la fina línea entre lo universal y lo personal con una elegancia maravillosa. Acompañada de grandes actuaciones (especialmente la de Samer Bisharat), la historia despertará reflexiones no solo políticas y sociales, sino también personales, haciendo de esta una película completa y profunda en su totalidad.
Por Verónica Stewart